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Jack London, en el lado salvaje de la literatura

De ser pirata de ostras a integrar una patrulla naval, las experiencias de una vida de aventuras instigaron a Jack London a tramar su literatura. Considerado uno de los grandes exponentes del naturalismo, la obra del autor estadounidense supo retratar la relación conflictiva entre la humanidad y la naturaleza.

Un hombre ha muerto congelado en la gélida la región de Klondike, en el Yukón canadiense. El impiadoso frío, representado en los más de cincuenta grados bajo cero, había sido un mensaje de la naturaleza sobre la fragilidad humana. Sin embargo, aunque pareciera obvio, el hombre que murió no había sabido interpretar el designio natural. Para él, el frío solo era un obstáculo a superar para llegar a un fin. Quien sí lo supo fue el perro que lo había acompañado, al que el instinto había dotado de una percepción que su amo no supo tener. El hombre lo había expuesto a caminar al frente, como una suerte de escudo y señuelo ante las trampas del hielo y la nieve. Ahora, el perro lo observaba extrañado. Lo había visto fracasar sistemáticamente al intentar encender una hoguera, y ahora lo ha visto sentarse en la nieve. Quizás, como si se hubiera rendido ante la naturaleza. O bien, como si esta lo hubiera finalmente doblegado.

La crónica de este hombre que muere congelado en el frío del Yukón, intentando encender una hoguera, es el argumento de uno de los mejores cuentos del escritor conocido como Jack London. El también autor del Llamado de lo salvaje escribió el cuento titulado Encender una hoguera a partir de una experiencia personal en el frío de Klondike de Canadá, en la época de la fiebre del oro.

En realidad, el hombre más tarde conocido como Jack London había nacido en San Francisco en 1876, se sospecha que bajo el nombre de John Griffith Chaney. Sus principales biógrafos consideran que su padre fue un astrólogo llamado William Chaney, aunque este nunca lo reconoció de esa manera. Su madre fue Florence Wellman, una profesora de música vinculada al espiritismo.

A causa de los problemas en la salud tanto física como mental de su madre, en sus primeros años de vida London sería criado por una mujer llamada Virginia Prentiss, una mujer afroamericana que había nacido en la esclavitud de una plantación de Tennesse. Prentiss, que había sufrido la pérdida de un hijo nacido sin vida, era vecina de Wellman. Cuando esta última enfermó, se piensa que después de haber sido abandonada por el padre de su hijo recién nacido, llegó a un acuerdo con Prentiss para que cuidara del niño. Fue ella la primera que lo apodó Jack, nombre que luego él adoptaría como propio y al que llevaría al estrellato literario.

Vida aventurera

London abandonó el colegio a los 14 años. Desde entonces, atravesó experiencias laborales tan precarias como irónicas: fue pirata de ostras y, al poco tiempo, parte de la patrulla pesquera gubernamental. Después de esto sus experiencias como marinero continuaron, y en 1893 se incorporó a la tripulación de un buque de caza de focas que partía a Japón. London tenía 17 años. Cuando regresó a Estados Unidos, el país ya estaba inmerso en la depresión económica que duró hasta 1897.

Oakland, la ciudad donde vivía, estaba atravesada por conflictos laborales. Al principio, London trabajó en un molino de yute y en una central eléctrica de ferrocarril. Sin embargo, más tarde se sumó a una marcha de desempleados en protesta. Allí comienza sus días de vagabundear por diferentes rutas ferroviarias, hasta que lo encarcelaron por un mes.

Al salir de la cárcel, London regresó a San Francisco con intenciones de matricularse en la Universidad de Berkeley. Lo consiguió, pero más tarde se quedó sin dinero y debió abandonar los estudios. En ese momento llegó a sus oídos el rumor del enorme hallazgo de un grupo de mineros, en Rabbit Creek, en la región de Klondike del Yukón canadiense. Era el inicio de la fiebre del oro. De los 100 mil exploradores que partieron en barco desde la costa oeste de Estados Unidos en búsqueda de oro, se estima que menos de la tercera parte llegó a los yacimientos atravesando la impiadosa naturaleza de la región. Uno de ellos fue el propio Jack London.

Naturaleza y literatura

Desnutrición, demencia provocada por el hambre, frío extremo, exploradores ahogados: temas recurrentes entre las narraciones de la época. Gente encandilada por el resplandor dorado, desesperada por hacerse rica, que se emprendía a un éxito improbable. Aunque estuvo entre el tercio de privilegiados que no murieron en el intento de llegar hasta la región del oro, London no tuvo éxito material en esa experiencia. Al menos, no de la forma en que lo imaginó. No trajo oro, pero sí muchas vivencias de donde germinarían personajes e historias que forjarían la literatura de uno de los escritores con mayor éxito de ventas de esa época en Estados Unidos.

La experiencia en el Yukón, en condiciones absolutamente adversas, lo instigaron a tramar una literatura que invita a reflexionar respecto de la relación conflictiva entre la naturaleza y el hombre. Ese germen literario se exhibe en diferentes obras, llegando al éxtasis en las novelas El llamado de lo salvaje o Colmillo Blanco. Pero también en el exquisito relato antes referenciado: Encender una hoguera.

A través de su literatura, Jack London revisita experiencias de una vida aventurera, a la vez que ofrece una perspectiva crítica de la humanidad

No obstante, además de sus piezas más célebres, London escribió obras muy aclamadas que no fueron tan conocidas. Un buen bistec y Koolau, el leproso pueden ser dos buenos ejemplos de esto.

En 1904, London embarcó como corresponsal de guerra rusojaponesa junto a periodistas del New York Herald y The Times. Sus envíos de entonces dieron cuenta de prejuicios raciales, donde London ofrecía una simpatía por supremacía blanca. Algo que sus biógrafos tildaron de contradictorio, puesto que London había sabido defender ideales de igualdad socialista durante sus años de manifestante en la depresión.

Daniel A. Métraux, uno de sus biógrafos, sostuvo que London era en realidad un liberal perspicaz que empatizó con los oprimidos y profetizó los conflictos posteriores. Lo describió de la siguiente manera: “Un examen minucioso de los escritos de London demuestra que era un adelantado a su época tanto intelectual como moralmente”. Métraux, además, describió aquellos partes de guerra como “reportajes equilibrados y objetivos que evidencian preocupación por el bienestar del soldado japonés y el soldado ruso y el campesino coreano, y respeto por los chinos a quienes conoció”.

Más adelante, London escribiría La invasión inigualada (1910), un relato futurista que representaba la aniquilación de China a manos de occidente. Jeanne Campbell Reesman propone que la historia, que London ambienta en 1975, es una “advertencia estridente contra el odio racial y su paranoia, y una voz de alarma contra una política internacional que permitiera y fomentara la guerra bacteriológica”.

A través de su literatura, Jack London revisita experiencias de una vida aventurera, a la vez que ofrece una perspectiva crítica de la humanidad. De manera tal que su obra puede pensarse no solo como vigente, en la relación del hombre y la naturaleza, sino también profética respecto de los conflictos bélicos del siglo XX.

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