jueves , 3 octubre 2024
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Presencia yugoeslava en edificios de Paraná

En consonancia con lo postulado en el preámbulo de la Constitución de 1853, Entre Ríos ha sido un crisol que se ha recibido el aporte de diversas colectividades. Entre tantas, las llegadas del Este europeo, como la Yugoeslava, que en el siglo XX dejó su impronta en la construcción de edificios emblemáticos de la ciudad.

Griselda De Paoli
Especial para EL DIARIO

El espacio urbano, con su conjunto de edificaciones, se presenta como complejo y fuertemente representativo de tendencias sociales e históricas. La globalización, con frecuencia trastoca el rol de ámbitos emblemáticos y, con una dinámica ligada al consumo, los transforma  en sitios de circulación y oferta económica, que responden a pautas trasplantadas desde otros contextos y realidades, pensando la ciudad como un shopping gigante.
En relación con lo anterior, cabe preguntarse, como lo hace la arquitecta cubana Eliana Cárdenas, ¿será posible que, estos procesos de abordaje de la ciudad, constituyan una parte fundamental de la discusión de temas como el de la identidad cultural en este ambiente construido, con su perfil en relación con la memoria histórico-social? Se trata de una cuestión relevante para las personas, es decir para la comunidad dueña y destinataria del bien cultural.  
Paraná, desde lo arquitectónico, es una ciudad ecléctica, porque así ha sido su conformación socio –cultural y por ende su construcción de identidad. Es precisamente eso lo que se percibe  al recorrerla, tanto como las etapas de su historia y aportes culturales múltiples que le han dado una impronta propia. Un legado que corre el riesgo de perderse ante la uniformización que imponen procesos globalizados, modas o emprendimientos empresariales que impulsan refuncionalizaciones y supuestas renovaciones. Todos los edificios se parecen. Algo similar ocurre con las plazas no solo dentro de la ciudad. La tendencia se amplia también a espacios públicos similares en otras provincias, tendencia que llega incluso hasta al empleo de colores en el mobiliario y dependencias.
En ese sentido, Cárdenas, al citar al antropólogo argentino Néstor García Canclini, argumenta que organizar el espacio construido en distintas etapas históricas, que incluyen procesos de hibridación y de influencias interculturales, requiere por un lado “una propuesta sustentable para la ciudad y la arquitectura y profundizar el conocimiento de aquellos factores que intervienen en la conformación del sentido de identidad respecto del ambiente edificado”.

REAPRENDIZAJES

Desde la perspectiva planteada por la investigadora cubana, cabe reconocer el aporte de inmigrantes de distintos orígenes que han tenido injerencia en la construcción de edificios relevantes de nuestra ciudad. Y que también han dejado su impronta en numerosas casas de familias en fachadas “personalizadas”, diríamos hoy. Fachadas que fueron `paños´ para la creatividad de esos constructores, frentistas, escultores.  
Detrás del aporte que esas personas han hecho a la identidad de nuestra ciudad  y a nuestra conformación social y cultural, hay historias inmigrantes que enriquecen aquello que nos muestra Paraná y que debemos preservar.
El testimonio que compartimos a continuación, registrado en una entrevista realizada a una inmigrante del Este europeo el 11 de agosto de 1989, resulta una muestra de ello: “Yo nací en 1900 en Yugoeslavia y vine a la Argentina en 1924, en la línea Cosulic.  Nosotros éramos de un pueblo pequeño, pero de vez en cuando íbamos a la capital, que era Gorizia, porque allí, todo lo que se cultivaba y producía, la fruta, la cerveza, pera o higo, todo, se llevaba al mercado de la ciudad donde  había interesados que compraban para después venderla o  exportarla a Varsovia, a Alemania,  Rusia”.
“Esa bella zona donde vivíamos -prosigue el testimonio- fue un centro de guerra y era parte del territorio que entró en juego en la disputa, todo quedó destruido y la gente tenía que empezar de nuevo a cultivar, hacer las azadas, sembrar… plantar construir de nuevo el pueblo. Era tan dura la vida que  la mayor parte de la juventud, si podía venirse como nosotros, que teníamos ya familia acá,  lo hacían. Por eso parte  de la familia vino tres años después de la Primera Guerra Mundial. Después de 1920, vine yo, después otro hermano y otro llegó en 1929. Los primeros familiares, nuestros tíos, habían llegado a la Argentina en 1881, a trabajar en el campo, primero arrendando y después como propietarios. Nosotros vinimos a la ciudad”.
Entre las razones para elegir este destino, se hallaba la política flexible para recibir inmigrantes. “Queríamos venir a la Argentina, porque estaba abierta la inmigración y podíamos entrar. A Norteamérica no podías entrar y la otra opción era Australia, pero aquí, en el país teníamos parientes”.
La situación era la que caracteriza al migrante: “Veníamos como  `laborantes´, con manos para lo que se pudiera hacer”. En cierto sentido, era una experiencia que implicaba recomenzar y reaprender para reinventarse en un contexto ajeno y extraño. “Mi hermano no tenía ningún oficio. Yo ya tenía mi marido acá, que trabajó bien y tenía un poco  de dinero guardado para que yo viajara y otro poco lo ayudó el padre. Pagó el viaje desde Argentina, en el Consulado  italiano. Mi marido había venido como jornalero, pero después aprendió de albañil y trabajó con un hermano mayor que era `frentista´, juntos hicieron varias fachadas de edificios importantes de la ciudad: el Palacio Bergoglio; la casa Rosembrock, la que actualmente ocupa la Gendarmería; el Pensionado Santa María (actualmente sede de la UCA);  el del Centro Comercial e Industrial de Paraná -donde durante décadas funcionó el cine Mayo- y los de varias casas de familia. Había trabajo y era  efectivo y  además se trabajaba todos los días.”

RECOMENZAR

Migrar implica también construir una nueva red de relaciones en el destino elegido. “Uno viene con ganas de progresar y de trabajar y toma las oportunidades aunque signifiquen mucho esfuerzo y trata de adaptarse y ser feliz”, recuerda la entrevistada. “Nos reuníamos con otros, conocidos en calle Cervantes y Catamarca donde había un almacén de unos yugoslavos. Allí venían los paisanos eslovenos al almacén de Bressan. Esa era  nuestra diversión: reunirnos, cantar y tomar algún trago. Habremos sido unos doce. También se hacían picnics, se salía afuera…una vez fuimos a Cerrito al monte de Antonio Tomás, y en otra excursión fuimos a San Benito, porque había familias friulanas y una familia de paisanos.”
En este punto es oportuno rescatar palabras de la profesora Blanca Knopp cuando expresaba: “El patrimonio cultural, que es la esencialidad de la identidad cultural, exige ser conservado, restaurado y puesto en valor, con señales significativas de un pasado actuante para el presente y  el futuro”. Por esta razón el aporte memorioso de un relato, de una historia de vida, es un llamado a rever lo que nos rodea, respetando lo que han levantado otras generaciones, resistiendo la tentación de hacerlo desaparecer reemplazándolo por edificaciones de cuño contemporáneo.

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