lunes , 7 octubre 2024
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La Argentina que deslumbra en la lente del naturalista Aníbal Parera

Aníbal Parera, en plena tarea, en un paisaje ubicado en la provincia de Catamarca.

Con ocho libros de fotografìas y más de 500 artículos publicados, es referente de fotografía de fauna y paisajes. Su trabajo intenta generar conciencia sobre la conservacion de la naturaleza y sus recursos en armonía con el ambiente. Sus raíces familiares están en Paraná. El jueves recibió el premio Félix de Azara para Sudamérica por su contribución a la divulgación científica. “Los investigadores casi no consideran la posibilidad de dedicarse a explicarle a los chicos, a las abuelas, a la gente común lo que están haciendo”, dijo a EL DIARIO.

Desde muy niño, Aníbal Parera conjuga pasión por la naturaleza, la biología y el registro de la fauna y el paisaje. Tal como aquellos exploradores de siglos pasados que se rendían deslumbrados ante las maravillas vivientes y geológicas que el planeta les presentaba.


En el caso de Parera, todo se remonta al niño que pasó su infancia en distintos puntos de la República -con traslados cada dos años-. La familia vivió en Río Gallegos, Santiago del Estero, Buenos Aires o Corrientes, alternativamente. Por eso al mencionar el comienzo del  camino que hoy lo ha llevado a ser reconocido como referente en el país y el extranjero, el recuerdo vuela a la niñez. “Es una cuestión adquirida en la infancia vinculada a los viajes por el país, posibles gracias a la profesión de mi padre, que era militar. Él era una persona exploradora que había abrazado la carrera castrense; pero tenía una vocación naturalista. Pertenecía al escuadrón de Monte; le gustaba la supervivencia en el medio agreste, así que me llevó por ese camino y eso despertó en mí una curiosidad por la naturaleza”.


Insectos, plantas, la diversidad de la vida salvaje convocaban a la observación de aquel gurí cuya inclinación se complementó con “un par de enciclopedias que seguramente a propósito mis padres me acercaron”. Fue la puerta de ingreso “a ese mundo de las publicaciones de naturaleza gráfica”: una colección del francés Jacques Cousteau y otra del español Félix Rodríguez de la Fuente.


Tenía 10 años de edad cuando esos textos lo llevaron a ser “un naturalista menudo, con largavista de juguete, y la libreta de campo, en la cual apenas sabiendo escribir volcaba apuntes y dibujos de lo que veía en la plaza cercana, en el parque”.
Luego llegarían los primeros textos que publicó en distintos medios, entre ellos EL DIARIO. “Tenía a lo mejor 15, 16 años, y escribía artículos con algunos dibujitos sobre El último tigre de Entre Ríos, o los halcones peregrinos que están en la ciudad de Paraná, cosas por el estilo”, evoca.


Ya estaba presente en el futuro biólogo su vocación naturalista de comunicación, de divulgación, tarea que el jueves fue reconocida con la entrega del Premio Félix de Azara para Sudamérica –otorgado por la Fundación de Historia Natural Félix de Azara–, en una ceremonia que tuvo lugar en la Universidad Maimónides de Buenos Aires.
El galardón le fue concedido por sus aportes a través de unos 500 artículos en revistas, una veintena de libros de su autoría y documentales de naturaleza.


Parera reside actualmente en Mercedes (Corrientes), junto a su esposa y sus dos hijos. Llegó a esa provincia convocado por la Fundación Reserva del Iberá para el desarrollo de la Reserva Natural del Iberá, 20 años atrás. Por entonces, ya contaba con una trayectoria en la Fundación Vida Silvestre y en Parques Nacionales.


En Corrientes contribuyó a desarrollar el plan de manejo de la reserva natural del Iberá, al tiempo que se involucró en una campaña por la defensa del arroyo Ayuí, cuando un grupo empresarial promovía su represamiento, finalmente impedido.

CIENCIA Y VIDA COTIDIANA

“A los 17 años la fotografía ingresó en mi vida” recuerda. Fue en la Patagonia, en el Fotoclub de Comodoro Rivadavia. Allí terminó de conformarse el origen de su perfil como naturalista.


El estudio de la carrera de Biología, en la UBA -”difícil, dura, cientificista”- le permitió sumar “un montón de herramientas”.
Dentro de ese campo tan vasto, “me volví a la ecología y a la conservación de la naturaleza”. Así sumó el contacto con la Fundación Vida Silvestre Argentina, “mi primer casa, en el sentido institucional” y con Francisco Erize o Juan Carlos Chebez, con los que más adelante haría trabajos. “Ellos eran maestros y me formé a su lado”, reconoce.


Por entonces, fines de los 80 y comienzos de los años 90,  “algo que era un concepto novedoso, la idea de la sustentabilidad, recién arrancaba. He sido un cultor de eso y lo sigo siendo, como una persona que se dedica a pensar esos temas, vinculados al concepto de desarrollo sostenible, o uso sustentable de los recursos naturales. Como biólogo me hice de ese `palo´”.


A la naturaleza -sostiene el biólogo- “hay que conservarla, lo cual no quiere decir que no podamos, como especie humana, usar los recursos que nos brinda. Sí -aclara- tenemos que saber hacerlo, para tener bienestar, un progreso y un buen desarrollo en la vida. Pero siempre medido y consciente de los recursos naturales y su potencial”.


En este sentido, considera que “existe una asociación positiva entre el buen uso de los recursos naturales y su conservación, porque lo que se valora, en este caso económicamente, y a través del conocimiento también, es el buen uso de eso que se preserva; luego existe el interés en la conservación”.


Con esa línea ha dirigida su carrera, “incluso dentro de la Fundación Vida Silvestre, que tenía otro perfil. Cuando me sumé prevalecía un enfoque preservacionista estricto; no conservacionista. Junto a otras personas contribuí a modelar y modificar un poquito esa posición”, cuenta el naturalista.


“Por otra parte -agrega- siempre estuvo mi interés por comunicar, por divulgar la ciencia, que es un término más reciente pero con el cual me siento cómodo”.
“Los cientìficos están tan empeñados en avanzar en sus carreras en la investigación y académicas que casi no consideran la posibilidad de dedicarse a explicarle a los chicos, a las abuelas, a la gente común, lo que están haciendo. Y eso hace que terminen siendo un poco raros para el resto de la sociedad”.


En este punto, piensa que “la ciencia está un poco disociada de la vida cotidiana”. Por el contrario, para Parera “navegar en las aguas de la divulgación científica me ha encantado”.
“Estuve 10 años en la Fundación Vida Silvestre e hice mucha comunicación, y luego cuando me tocó pasar a otras organizaciones, como Aves Argentinas, o Parques Nacionales, siempre, siempre lo hice con una vocación de comunicación, de comunicar a la gente, de la divulgación”, enfatiza.


En ese camino un estímulo clave fue obtener en 2022 el Premio Fernando Lahille -francés pionero de la divulgación de la ciencia en el país- que entrega anualmente la Fundación Museo de La Plata, Francisco Pascasio Moreno.
“Me permitió darme cuenta, que tenía un camino hecho en este aspecto”, acepta.

MOSTRAR EL PAÍS

Tras una década alejado de la fotografìa, etapa en la que se dedicó a gestionar proyectos, crear equipos y desarrollar diversas iniciativas, el biólogo pudo reencontrarse con la cámara, “que había dejado colgada y así bajar un cambio”. Fue con la publicación de sus propios trabajos editoriales.


“Libros que pudieran ser perdurables y convocantes a la vez”, acota. Eso le implicó un aprendizaje.
“Uno no hace libros grandes, lindos, de alta calidad, si antes no aprende a gestionar en algún momento el proceso previo, algo relativamente complejo. Aprendí gracias a una conductora muy conocida en su momento: Canela (la periodista italo-argentina Gigliola Zecchin)”.


“Ella -cuenta el biólogo- me convocó para producir un libro sobre el país para una empresa. Finalmente hicimos tres, con distintas miradas. El primero fue casi exclusivamente de fotografías. Lo titulamos Argentina para mirar y sentir. Incluye imágenes de todas las provincias que ya tenía y que completé con dos viajes: uno a Formosa y otro a Catamarca. Ese primer volumen fue mi experiencia inicial en la industria de los grandes libros. Me permitió ir a la imprenta, ver cómo interactúan los equipos de fotocromía, de encuadernación, los talleres”. Los otros dos trabajos que siguieron incorporaron más texto sobre diversos aspectos de cada provincia.


“Con esa experiencia -explica- me animé con mi primer proyecto netamente personal”: Estancias de Corrientes.
Fue un libro “desafiante porque me propuse dos cosas”. La primera “hacerlo sólo con imágenes tomadas por mí y además contemporáneas”. Para ello realizó relevamientos del terreno. “Viajé durante un año por el interior de la provincia de Corrientes, que ya era mi escenario donde vivía en ese tiempo, desde hacía tiempo. Pude relevar un testimonio de primera mano”.
El segundo desafío era que no pareciera ser el libro de un biólogo. “Me dediqué a una cuestión social, socioeconómica, histórica sobre todo, geográfica”, resalta el autor.


El resultado fue satisfactorio “y disfrutamos tanto el proceso de hacer este trabajo que me animó a pensar en un segundo libro, dedicado a otra provincia”.
La idea fue cambiar el territorio, pero mantener la estructura física de 200 páginas, el rigor industrial del milímetro en la edición. Y convertir ese impulso en una colección en la cual dedicar un volumen a cada provincia con una mirada que rescate lo propio, es decir “buscar la esencia de cada una”.


La idea se plasmó en mostrar el contenido de naturaleza salvaje de la provincia de Formosa. “Y después nos fuimos a hacer Neuquén y Catamarca y ahora viene Misiones”, adelanta sobre el volumen que presentará próximamente.
El naturalista reconoce que transita los primeros pasos, “porque todavía estamos en la quinta o sexta provincia, de una colección que espero, al final de mis días, poder decir que llegó a completar los 24 tomos de la Argentina recorrida a través de las páginas de estos volúmenes que intentan mostrar alguna cuestión esencial o un conjunto de ellas,m que son singulares de cada territorio. Es decir  me interesa sacar la ficha de cada provincia, mostrar su personalidad que la hace distinta de las que están al lado”.


Con una mirada que apuesta a la esperanza, Parera enfatiza que “nuestro país es único, singular, poderosísimo. Aunque tengamos que convivir con un montón de noticias que dicen lo contrario, porque las estadísticas económicas, políticas y de un montón de indicadores parece que quisieran darnos a entender que este país no sirve para nada. Pero desde el punto de vista geográfico y natural, yo he recorrido todos los continentes y muchos países llevando mis charlas y conferencias y cuando regreso a Argentina me digo siempre: qué país que tenemos, a pesar de los argentinos que somos un poco pesimistas”.

La convivencia armónica de los seres humanos con el resto de las especies y el planeta son un eje del paradigma sustentable al cual adhiere el biólogo nacido en Paraná en 1970.

Una imagen de vicuñas en la provincia de Jujuy.

Tomar una fotografía significativa exige mucha investigación previa, objetivos claros y sobre todo enorme paciencia, como esta imagen de un Tapir obtenida por Parera.

Impresión indeleble

“Si me das a elegir una foto que resulte significativa para mí en términos personales y profesionales, me quedo con una que obtuve en los primeros años de la década de los 90. Es una de un lagarto overo -que popularmente se conoce como Iguana- atacando un nido, comiendo un huevo, con la lengua afuera, y con parte de la clara procesada. Una foto muy realista, muy documental y lo suficientemente deslumbrante como para que me sacara del anonimato. Si, esa foto me sacó del anonimato y fue el inicio de otra etapa en mi carrera porque me valió un reconocimiento en la revista de la Fundación Vida Silvestre. Yo era muy joven y me confirmó que iba por buen camino”.

Extremos inolvidables

“¿Tres paisajes inolvidables que haya fotografiado? El que más me impactó fue en Catamarca, un atardecer sobrecogedor por los colores en la puna, en el camino que va de una pequeña localidad, El peñón, hacia Antofagasta de la Sierra. Allí existe el campo de piedra pómez y una extensa llanura, con geoformas muy inesperadas. En el momento que lo transitaba entraba el sol y había un cielo que parecía pintado de manera increíble. Algunos de los cerros que había alrededor estaban como tocados por rayos rosados, anaranjados. En ese instante ese paisaje magnífico me deslumbró. Al punto que he vuelto a visitarlo una y otra vez, solo y con mi familia. También me deslumbra la selva misionera, los miradores ubicados en Teyú Cuaré. Y el tercer lugar son los fiordos de la Isla de los Estados. Estos sitios son como un triángulo; tres extremos de la Argentina; lugares increíbles de este país maravilloso.”

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