jueves , 10 octubre 2024
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El idioma español es un campo en disputa

La lengua va adquiriendo rasgos propios del uso y las costumbres.

La puja por ejercer la rectoría del idioma español no se circunscribe al dominio sobre la gramática y los aspectos lexicales. Se extiende al mercado lingüístico, es decir, quién impondrá y por lo tanto cobrará por administrar las traducciones, por ejemplo, ante el avance de la inteligencia artificial.

Dolores Pruneda

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Mientras el Instituto Cervantes plantea que el idioma español empieza a mostrar “síntomas de fatiga”, especialistas argentinos en lingüística desestiman que esta lengua, la segunda del mundo en cuanto a cantidad de hablantes nativos, esté evidenciando signo alguno de agotamiento y afirman que esto responde a un intento por monopolizar la enseñanza de esa lengua en su versión peninsular, desconociendo variantes, como por ejemplo las del español que se habla en América.

En el reciente informe que anualmente presenta el Instituto Cervantes sobre el estado de la lengua española, su director, Luis García Montero, aseguró que, a medida que avance el siglo, este idioma va a ir “perdiendo peso relativo”; en tanto llamó a abordar “políticas panhispánicas” y a “mirar con especial atención a Asia” y a ciertas “situaciones en el África Subsahariana”.

Ese llamado fue cuestionado por estudiosos de la lengua en estas latitudes, quienes advirtieron que tales políticas panhispánicas buscan “unificar el español privilegiando una única variedad que es la de España”, a fin de “cubrir un mercado de consumo lo más global posible de venta de productos en español”, como cursos de idiomas, traducciones y lexicología para inteligencia artificial, que excluya a los de otros orígenes.

Respecto a si la advertencia del Instituto Cervantes, a través de García Montero, refleja una mirada colonialista sobre la lengua o qué significa perder “peso relativo” en una lengua mayoritaria como el español, la cuarta con mayor volumen de hablantes no nativos después del inglés, el chino mandarín y el hindi, se consultó a la lingüista Daniela Lauría y Santiago Kalinovsky.

“La política panhispánica tiene tintes colonialistas, es una política donde claramente la variedad española peninsular está por encima de las otras variedades, y si bien busca este panhispanismo, con el eslogan ‘Unidad en la diversidad’, lo que vemos en los instrumentos lingüísticos, en las gramáticas y en los diccionarios es que todavía subsiste una mirada mono-céntrica, es decir, un centro privilegiado de definición de la norma, pese a las declaraciones de respeto a la diversidad”, señala Lauría.

¿Qué implicaría esta pérdida de peso relativo que denuncia el Instituto Cervantes? “Estudiantes, mercado, dinero, resume la investigadora del Conicet. De ahí la necesidad de implementar con fuerza la política panhispánica como respuesta a esa pérdida. Lo que está sucediendo en Brasil es que están tomando clases de español como lengua extranjera a partir de propuestas hechas desde América y no desde el Instituto Cervantes. En ese sentido por ahí hay una pérdida del peso relativo, que tiene que ver con lo económico estrictamente”.

Por su parte, Kalinovsky llama a “hacer algunas distinciones porque la palabra colonialista enseguida remite a un ámbito cultural, ideológico y político que hoy es difícil de ver en la misma medida”.

A su entender, “el espíritu que anima a estos informes del Cervantes se centra en la lengua española como si fuese un producto de la industria del país, como si el español fuera un producto como lo es el jamón crudo y ahí hay mucho dinero para hacer porque existen distintas posibilidades de enseñanza del español para extranjeros, que es precisamente a lo que se dedica ese instituto”.

“Lo mismo que pasa con el jamón crudo pasa con la lengua, la aspiración es instalar que el producto realizado en España es mejor que el de otros países”, señala el divulgador. “Eso se ve en referencias constantes al clasicismo literario del Siglo de Oro, que se llama no casualmente Siglo de Oro o a esa especie de tótem que es el nombre de Cervantes como máximo exponente de las letras, como si hubiera una suerte de esplendor específico de uno de los países donde se habla español”.

Zigzagueante

“El deseo de imponer una lengua española como superior a las demás se expresa de maneras sutiles, oblicuas, pero no por eso menos contundentes”, advierte Kalinovsky.

En primera instancia, señala, “podemos decir que la Asociación de Academias de la Lengua Española, liderada de un modo general por la Real Academia Española, publicó el Diccionario de americanismos, que reúne todas las palabras regionales de la lengua española excepto las de España. Una omisión muy significativa, que pone a circular la idea de que lo dialectal es una cosa que sucede en América mientras que la lengua en sí es la de Europa, la de España”.

“No podemos hablar de colonialismo en el sentido tradicional, pero sí en un sentido más mundano, que tiene que ver con la competencia en el mercado del producto lengua española y cómo se da forma a eso”, resume.

Si el español comienza a mostrar síntomas de fatiga “qué le queda a una lengua como el francés o el alemán, que hablan muchísimas personas, para hablar de lenguas que están plenamente vigentes, con millones de hablantes nativos, que tienen un Estado atrás”, se pregunta.

“Nosotros podemos decir qué le queda al mapuche, qué le queda al guaraní, qué le queda al quechua, que son lenguas que han debido superar estigmas, operaciones, invisibilizaciones, exterminios”. Y acota: “Lo único que explica esta referencia un tanto ridícula a la fatiga de la lengua española es esta ideología de mercado en la que el único movimiento legítimo es acaparar mayores porcentajes del mercado disponible”.

“Mirar con atención hacia África subsahariana parece algo sacado de una reunión de accionistas, es lo que uno esperaría escuchar en una reunión de gente de Netflix diciendo ‘tenemos que mirar con atención a Asia para ver cómo hacemos para llegar ahí’”.

Ser protagonista

En su exposición ante los medios, García Montero sugirió que las líneas a explorar son incrementar la presencia del idioma en la ciencia y en la tecnología, sobre todo ahora que la inteligencia artificial empieza a ser protagonista: “vamos a intentar que los seres humanos que programen las máquinas no hagan sesgos”, consignó el académico español.

Lauría lo explica así: “La lengua española está en desventaja en el uso de la ciencia y la tecnología, hoy día el inglés es, entre comillas, la lengua franca, tanto de la tecnología como de la ciencia, y el español no logra competir con él, ni con el francés ni con el alemán”.

¿El motivo? “Ahora hay un nuevo programa sobre la importancia de que la lengua española participe en proyectos de inteligencia artificial y, para esto, volvemos al principio: es fundamental que la política lingüística sea la panhispánica, implementada por estas instituciones peninsulares, para que la lengua sea homogénea y que sea esa única lengua, esa única variedad, la que funcione como insumo en los traductores automáticos, en los asistentes de voz, en los correctores anticipadores que tenemos en nuestros teléfonos”.

“La pretensión de que la lengua es organizable, desde una institución, desde un país del mundo, es un absurdo”, agrega Kalinosvky. “Existe esta idea de que la lengua se controla pero los modos en que la lengua se va configurando y va adquiriendo ciertos rasgos, y perdiendo otros, responde a un conjunto tan complejo de variables que son imposibles de controlar”.

El ejemplo más claro de esto, grafica, “es el intento de la educación argentina, durante todo el siglo XX, de suprimir el voceo, que fracasó estrepitosamente. Un intento doblemente absurdo porque el ‘vosotros’ es una conjugación usada incluso por menos personas que las que dicen vos en Argentina, en Uruguay y, con variantes, en Colombia, Centroamérica y Chile”.

“La idea de que García Montero va a organizar el español o bien es una utopía irrealizable, un autoengaño o simplemente el intento de poner a circular que España es quien está controlando la lengua, organizándola, para terminar instalando que el lugar donde ir a pagar un curso de español es el Instituto Cervantes y no otro lado”, resume.

Ingenuidades

Por otra parte, “hablar de hacer programación, ciencia, lingüística o lexicografía sin sesgos, es de una ingenuidad palmaria, porque donde hay un ser humano haciendo algo hay un sesgo”, retoma Kalinosvsky.

“Poner a circular esa idea es, como mínimo, empobrecer el debate, como si existiera una manera de programar que se pudiera abstraer de la persona que lo está haciendo -resalta-, una persona que nació en un lugar, que habla una lengua, que pertenece a cierta clase social, que tiene mayores o menores ingresos, mayores o menores pertenencias a grupos minorizados o no. Una constelación de factores que le dan a esa persona los sesgos, que son los sesgos que tenemos todos”.

“Uno tiene que buscar honestidad en la producción de conocimiento pero siempre habrá algo, nos pasamos la vida leyendo sesgos en los diccionarios: el que publica la Academia Argentina de Letras tiene ciertos sesgos, el de la Real Academia Española tiene otros y es importante que la gente entienda que el diccionario que publica la Real Academia Española tiene una mirada, que no existe hacer algo sin que eso tenga una perspectiva”.

Para algunos, el español además de un modo de entendernos es un negocio que hay que aprovechar.

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