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Creencias populares y la historia de los Reyes Magos 

Las versiones oscilaban entre dos y sesenta magos. Se supone que se llega al número de tres por una mera convención.
En el relato bíblico no aparecen muchos datos que 2.000 años después damos por sentados de aquel 6 de enero en que Melchor, Gaspar y Baltasar se apersonaron en Belén para entregarles unos regalos al niño Jesús.

Un 6 de enero los Reyes Magos Melchor, Gaspar y Baltasar se apersonaron en Belén para entregarles unos regalos al niño Jesús. Regalos que hoy les hacemos a nuestros hijos el mismo día, recreando aquel momento fundacional del cristianismo. Sin embargo, en el relato bíblico no aparecen muchos datos que 2.000 años después damos por sentados. Te contamos los 5 principales.

¿Los Reyes Magos eran efectivamente tres?

Créase o no, la Biblia nunca refiere un número exacto. La cifra puede surgir del número de regalos: mirra, incienso y oro, adjudicados a Melchor, Gaspar y Baltasar, en ese orden. También se lo vincula al número de la Santísima Trinidad. De hecho, las versiones oscilaban entre dos y sesenta magos. Se supone que se llega al número de tres por una mera convención. En el siglo III, el teólogo Orígenes estableció finalmente que eran tres, número que acabó por imponerse y fue oficializado por el Papa León I en el siglo V. Y se acabó la discusión.

¿Cómo se llamaban en realidad?

Unos 800 años se demoró en precisar los nombres de los monarcas obsequiadores. Recién en el siglo IX, en la obra “Liber Pontificalis”, se estableció que se llamaban Melchor (Melchior), Baltazar (Bithisarca) y Gaspar (Gathaspa). Hasta ese momento, sólo figuraban así en un evangelio armenio del siglo IV. A modo de ratificación, el obispo de Génova Santiago de la Vorágine, en el siglo XIII, los ratificó como Gaspar, Melchor y Baltasar.

¿Eran magos? ¿Y reyes?

Tal parece que habían sido magos, pero ojo con pensar en los magos actuales, que sacan palomas de una galera. En aquel tiempo ser “mago” connotaba a una persona de cierto “poderío”, que se distinguía por sus conocimientos científicos, más que nada astronómicos. Los historiadores de la religión cristiana refieren que la condición de mago remite a una “casta entre los persas con gran devoción por la astrología”. Poco después adquirió la definición de “adivinos y exponentes de cultos religiosos esotéricos”. Algo lindante con la hechicería, no muy del agrado del cristianismo, por cierto. Por otra parte, fue Quinto Séptimo Tertuliano, padre de la Iglesia en el siglo III, quien instaló que eran nobles, al citar el Salmo 72: “Que los reyes de Sabá y Arabia le traigan presentes, que le rindan homenaje todos los reyes”. Como la magia no era bien considerada, este apelativo los posicionó mucho mejor en el firmamento católico. Nuevamente Santiago de la Vorágine dejó escrito que los aludidos “eran al mismo tiempo reyes y magos”.

En aquel tiempo ser “mago” connotaba a una persona de cierto “poderío”, que se distinguía por sus conocimientos científicos.

¿De dónde venían?

Una de las primeras veces que se oye hablar de su procedencia es en el siglo VII, cuando se dejó escrito en el “Evangelio armenio de la infancia” que Melchor reinaba sobre los persas, Baltasar sobre los indios, y Gaspar sobre el país de los árabes. Por otra parte, que hayan llegado desde Arabia del Sur tendría sentido, ya que en esa región se practicaba habitualmente la astrología.

¿Baltasar era negro?

Todos descontamos que los Reyes Magos eran tres y que además uno de ellos, Baltasar, era negro. Pero debe señalarse que no se lo representó así hasta el siglo XV. Hasta ese momento, todos eran de tez “occidental”. Se cuenta que iban vestidos con el característico traje persa, pero que luego, con la intención de simbolizar la universalidad del cristianismo -que se había expandido notablemente- se los diferenció, y empezaron a parecerse a las tres edades de la vida y a las tres partes del mundo entonces conocidas: Europa, Asia y África.

La celebración

Se trata de una fecha de importancia capital en el relato bíblico, y sobre todo en la cosmovisión cristiana. Es que la visita de tres sabios venidos de Oriente a conocer a Jesús recién nacido, aclamándolo como un profeta, fue utilizado en la Edad Media para señalar que el culto de Cristo incluyó, desde su nacimiento según las sagradas escrituras, a los gentiles, es decir, las personas que no eran judías.

Esto se ha materializado en la figura de los tres Reyes Magos, a los que los evangelios no ponen nombre, pero que la tradición se encargó de bautizar como Gaspar, Melchor y Baltasar. La base de la celebración radica en la epifanía que estos hombres tuvieron por parte del Espíritu Santo, que les señaló la llegada al mundo del “Rey de Reyes”, algo que para el relato bíblico prueba la universalidad del mensaje cristiano.

Como señala la Enciclopedia Británica, “la Adoración de los Magos —su homenaje al niño Jesús—, se convirtió rápidamente en uno de los temas más populares del arte cristiano”. La primera representación de esta escena hallada corresponde al siglo II después de Cristo, en un fresco pintado en la catacumba Priscilla de Roma. La devoción por estas figuras en la Edad Media fue en aumento, y en la antigüedad se combinaba el día de festejo para recordar también otros eventos bíblicos asociados a Jesús: su bautismo y el milagro de convertir el agua en vino ocurrido en las bodas de Caná.

Cómo fue la visita de los Reyes Magos a Jesús contada en la Biblia

Las figuras de Gaspar, Melchor y Baltazar están asociadas a Jesús, ya que fueron los primeros en confiar en que sería el próximo “Rey de Reyes”. Por este motivo, el grupo comenzó a seguir una estrella que los conduciría a la ciudad de Belén, cuna de este primogénito divino.

Ese momento de revelación de Jesús ante los ojos de los Reyes Magos, que no dejaban de ser mortales, es el que se recuerda hoy, y que dio origen a la Fiesta de la Epifanía del Señor, como se la conoce en el mundo religioso. Según cuenta el texto sagrado, el Espíritu Santo les advirtió entonces a los Magos que no revelaran la ubicación de Jesús a Herodes, y así salvaron su vida en ese momento.

Fuente: Christian Camblor (Télam)

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