jueves , 10 octubre 2024
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Una literatura con potencia feminista

A fuerza de empuje, las mujeres fueron convirtiéndose de lectoras en autoras.

Un abordaje alternativo de la historia de la literatura argentina permite construir un mapa de las producciones invisibilizadas de mujeres que escribieron con perspectiva de género, aunque no se hayan definido feministas.

Carlos Aletto

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Aunque se trate de un universo creativo, dedicado al saludable ejercicio de conocer y construir historias desde la experiencia de ponerse en los zapatos de otros, la literatura argentina también se ha visto influida por una perspectiva en la que ha sido más sencillo que los varones obtengan el reconocimiento de la industria, la industria y la academia.

Los estudios con perspectiva de género, en ese sentido, han aportado un material valioso, que va permitiendo diseñar un mapa de nombres, puntos geográficos de desarrollo y épocas en permanente tarea de actualización; pero sobre todo un repertorio de problemáticas y de formas de abordarlas, de estilos narrativos y de interlocución, que enriquece el campo.

Dentro de una iniciativa que busca reconfigurar el paisaje literario argentino desde una perspectiva feminista, se acaba de lanzar el tercer volumen de la colección Historia feminista de la literatura argentina, una obra que traza un mapa de narrativas y textos críticos desde fines de los ‘50 a la actualidad con foco en cuestiones como las maternidades o las infancias, una operación que permite “colocar a las autoras y sus obras en un lugar en diálogo con el resto de la literatura”, como señala Andrea Ostrov, una de las coordinadores del trabajo.

“Escritoras en movimiento: itinerarios y resistencias” se llama esta obra recién lanzada por la editorial cordobesa Eduvim que pertenece a la colección dirigida por Nora Domínguez, Laura Arnés y María José Punte, una iniciativa colectiva que busca reconfigurar el paisaje literario argentino desde una perspectiva feminista. El nuevo tomo, coordinado por Andrea Ostrov y Silvia Jurovietzky, está focalizado en la segunda mitad del siglo XX y ofrece una mirada sobre la relación entre literatura y feminismos en un recorte de la historia del país, que aborda desde mitos, infancias, maternidades, herencias y legados hasta voces y cuerpos deseantes.

La tarea, como señala Ostrov, “implica reacomodar las piezas, colocar las autoras y sus obras en un lugar en diálogo con el resto de la literatura”.

La “Historia feminista de la literatura argentina” se presentará en seis tomos, de los cuales hasta la fecha ya se habían publicado dos: Mujeres en revolución. Otros comienzos, que profundiza en el siglo XIX y explora diversas facetas de las situaciones de las mujeres durante revoluciones y conflictos sociales; y el volumen En la intemperie: poéticas de la fragilidad y la revuelta, que abarca el período 1990-2020.

Aportes

El recién lanzado “Escritoras en movimiento: itinerarios y resistencias” aborda diversos temas, desde el análisis de la influencia de figuras como Eva Perón en la voz de las escritoras hasta la exploración de la migración y la literatura argentina en exilio. Dentro de este volumen, el trabajo Escrituras del territorio y la comunidad, examina la voz de las mujeres en la poesía de matriz indígena y concluye con Voces y cuerpos deseantes, que explora la novela erótica argentina, ficciones intersexuales y cartografías lesbianas.

Además, en “Pasajes y descentramientos”, se estudian temas como la migración, la salud de las enfermas y la literatura argentina en exilio. “Temeridad tozuda” destaca el papel crucial de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo en la resistencia, mientras que otras contribuciones examinan la censura y ofrecen relecturas de autoras argentinas entre las décadas del ochenta y noventa. En “Letras del género: espacios de Intervención”, se exploran suplementos, boletines y revistas de los setenta y ochenta, manifestando la literatura como activismo, con un enfoque en el feminismo de las obras de teatro de Diana Raznovich. Finalmente, “Constelaciones, herencias, legados” presenta diálogos entre mujeres y reflexiona sobre la familia burguesa amenazada, analizando a autores como Manuel Puig y Hebe Uhart desde perspectivas feministas para desentrañar la continuidad de sus voces.

Nora Domínguez, al describir el origen del proyecto, destaca la relevancia de abordar la literatura desde una perspectiva de género en un momento donde el feminismo masivo penetraba en todas las esferas de la vida. “La experiencia de décadas de analizar la literatura desde una perspectiva de género nos permitió dar un salto hacia este proyecto colectivo, intergeneracional, heterogéneo y ambicioso”, dice.

Su voz resuena como la catalizadora de un proyecto que busca dar espacio a las narrativas feministas. “Queríamos cubrir los siglos de historia literaria, intervenir en el campo de la cultura con una lectura que descolocara lecturas previas. Ensayar un gesto provocador”, destaca.

La periodización histórica que se privilegia en la colección se explora más a fondo. “Tanto el feminismo como la literatura están inextricablemente vinculados al tiempo”, subraya. La colección propone una ordenación temporal que entrelaza de manera compleja la historia política, literaria y de género. En este contexto, Domínguez invita a repensar que “los cuerpos violentados, violados, canibalizados siempre fueron cuerpos feminizados. La literatura se alimentó y puso en circulación ideologías sobre lo nacional, lo colonial, lo sexual. La lectura como práctica situada y política es la que interviene para pescar, pensar, analizar estas cuestiones y producir nuevos sentidos”.

“Consideramos que la periodización histórica tradicional es limitada y no incluye los cambios que llevan a pensar cómo conceptualizar lo femenino y lo masculino, las tecnologías que marcan sus cuerpos, las leyes que delinean la ciudadanía de los sujetos o los derechos que incluyen o marginan. Pero también la idea de autora, su profesionalización, su relación con el mercado o el espacio doméstico. Por eso diseñamos un orden temporal que tuviera en cuenta la historia política, la historia literaria y la historia del género”, explica.

“Hubo y hay escritoras feministas y un porcentaje mayor que no se alineó con estas definiciones y que incluso le resultaron incómodas. Pero en cada período es importante ver cómo sus ficciones, poemas o ensayos manipulan, procesan, punzan los imaginarios que cruzan el orden sexual-nacional”, propone una de las directoras de la colección.

Estrategias

Andrea Ostrov, co-coordinadora del tomo que abarca desde los ‘60 hasta los ‘90, también ofrece una visión detallada de los desafíos y resistencias enfrentados durante este período de cambios sociopolíticos y culturales. “En ese período amplio, la segunda mitad del siglo XX, suceden muchas cosas y es un período que admite una periodización bastante más fina, en cuanto a altibajos, por decirlo así, sociopolíticos y culturales”.

Sobre el desafío de lograr visibilidad en un contexto dominado por escritores masculinos, comenta que “escribir y tratar de lograr visibilidad a la sombra de los grandes escritores del boom en los ‘60, ¿no es cierto?, y muy a principios de los ‘70, donde era indiscutible que la escritura latinoamericana parecía una cuestión de grandes nombres, pero siempre masculinos.”

En relación a la restauración democrática en los ‘80 y el papel de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, Ostrov indica que “la restauración democrática, obviamente, interpela de una manera decisiva para la reconstrucción de la memoria, de entender qué pasó, de indagar; instaura también no solamente una dimensión que tiene que ver con la memoria, los debates sobre derechos humanos, la crueldad, la tortura, sino también creo que, de algún modo, y paradójicamente, contribuye a instalar el tema de las corporalidades que se va desplegando cada vez con mayor presencia en la literatura.”

En cuanto al modo de leer feminista de la literatura argentina, señala que “implica una revisión de lo que se considera literatura canónica, por un lado, que implica reacomodar todo ese tablero, colocar las escritoras y sus obras en un lugar, en diálogo con el resto de la literatura.”

“La mirada feminista implica además una mirada ecocrítica, se habla de una ecología feminista que pone en cuestión el pensamiento humanista, es decir, se vincula o se inscribe dentro de la línea de lo que sería un pensamiento post humanista, lo cual implica cuestionar, poner y relativizar la supuesta supremacía del humano, el sujeto humano sobre las otras formas de vida y fundamentalmente poner en cuestión la supuesta legitimidad para la explotación sin límites de los recursos naturales”, concluye la investigadora.

Los estudios van poniendo en valor los aportes de las mujeres a la literatura argentina.

Desde lejos

Puede resultar curioso que el primer autor que firma un texto con su propio nombre sea una mujer, como señala Irene Vallejo en su ensayo El infinito en un junco. “Mil quinientos años antes de Homero, Enheduanna, poeta y sacerdotisa, escribió un conjunto de himnos cuyos ecos resuenan todavía en los Salmos de la Biblia”. Precisamente, Vallejo apunta que la poeta Safo es la única presencia femenina en el canon literario griego. “La palabra pública pertenecía solo a los hombres. El territorio de la política, la oratoria y, en gran medida, la literatura eran sus dominios”.

Desde esos cimientos se edificó una historia de la literatura que está mayoritariamente escrita por y para hombres. Hasta bien entrado el siglo XX ha sido un territorio prácticamente vedado a la mujer. En efecto, la literatura hecha por mujeres ha sido casi residual y anecdótica hasta los albores del pasado siglo. Incluso hoy día y, a pesar de que las lectoras son mayoría, algunas cifras muestran un destacado desequilibrio cuando se refieren a la autoría de obras publicadas escritas por mujeres.

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