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Tras el eco real de una ficción 

A veces, no se hace sencillo distinguir realidad de ficción.

La masacre perpetrada por James Holmes en un cine de Denver, en 2012, durante el estreno de la última parte de la trilogía del Caballero oscuro, invita a analizar cómo se diseñan los universos cinematográficos que adaptan a personajes emergentes de la ciencia ficción.

20 de julio de 2012. Aurora (Área metropolitana de Denver, Colorado), Estados Unidos. El cine Century 16 estrenaba la épica conclusión de la trilogía del Caballero oscuro, del director Christopher Nolan. Pasaba la medianoche, cuando una gran humareda impregnó por completo la sala; lo que podría haber sido interpretado como efectos especiales, partes de la función. 

Sin embargo, no hubo tiempo para la incertidumbre ni las hipótesis. La realidad irrumpió en medio de la ficción, a través de disparos y fogonazos. El tirador, un hombre que vestía chaleco antibalas y una máscara de gas, recorrió la sala fila por fila con un fusil de asalto en sus manos. Más de siete decenas de personas fueron acribilladas por el mismo sujeto, que más tarde sería identificado como James Holmes. 

Una vez cumplida su tarea premeditada, fue detenido sin ofrecer resistencia. Su sangrienta cosecha dejó doce cadáveres y más de cincuenta heridos. Oficiales de policía que intervinieron en el procedimiento afirmaron que, al momento de su detención, Holmes se identificó como el Joker. Aunque luego trataron de rectificar esa versión, el autor de la masacre ya había quedado ligado al clásico villano del Batman. Tanto así, que James Holmes sería retratado por los medios de comunicación como el Joker de Aurora. Sin embargo, el accionar penal de Holmes no solo se circunscribió a la masacre. Al allanar su domicilio, la policía se encontró con un arsenal de circuitos explosivos que tardaron más de un día en desarmar.

James Eagan Holmes tenía entonces 24 años, se había graduado en Neurociencias y hacía poco tiempo que había abandonado un doctorado en la misma disciplina. En 2017 fue condenado a reclusión perpetua, evitando la pena de muerte. 

Límites difusos

El episodio, además, invita a analizar el límite entre la ficción y la realidad. Pues, además de este caso, debemos recordar el fallecimiento de Heath Ledger, el actor australiano que encarnara al Joker en la segunda entrega de la trilogía del Caballero oscuro (Christopher Nolan, 2008), y precuela del metraje estrenado durante la referida masacre. Las circunstancias de su muerte, producida por una sobredosis de medicamentos para combatir el insomnio, se han relacionado con el proceso de composición del personaje némesis del hombre murciélago. 

De manera que, en menos de un lustro y relacionados al mismo universo, hay al menos dos episodios que pueden analizarse como una fractura en los límites que dividen lo real y lo ficcional. El 18 de julio de 2008, casi exactamente cuatro años antes de la masacre, se estrenaba en los cines El caballero oscuro. La segunda parte de la trilogía de Nolan presentaba al Joker, encarnado por Heath Ledger, como el villano principal y gran atracción del metraje. El papel exhibe a un personaje anárquico, que se autodefine como un agente del caos. En busca de hacerlo lo más verosímil posible, el villano es despojado del origen que tiene en los comics, y que sí se incluye en la versión interpretada por Jack Nicholson en Batman (Tim Burton, 1989). 

En lugar de que el origen de la despigmentación de su piel se deba a los efectos de haber caído en una planta de residuos químicos, el Joker de Ledger lleva un rostro teñido por maquillaje y es dotado desde el guion con un origen desconocido. Pero no solo este personaje es adaptado bajo una perspectiva que busque hacerlo más creíble. Nolan diseñó su versión del universo de Batman bajo un manto hiperrealista, algo que puede notarse no solo en personajes, sino también en la tecnología. 

Un claro ejemplo de esto es el caso del característico vehículo del hombre murciélago, frecuentemente retratado bajo una estética gótica que lo emparentan con el diseño de carrocería de los coches fúnebres. Sin embargo, en el universo de Nolan es prácticamente un tanque de guerra. No solo el batimóvil, la gran mayoría de los recursos e insumos que Batman usa para combatir el crimen en ese universo es nutrido por diseño y desarrollo armamentístico militar. Todo esto le permitió a Nolan crear una atmósfera en la que Batman podría existir. Y si él podría existir, sus villanos también.

Llamado a la incredulidad

El estudio de distribución detrás de las adaptaciones cinematográficas de personajes emergentes de las viñetas de Detective Comics siempre ha sido Warner Brothers, y la trilogía del Caballero oscuro no fue la excepción. En la vereda de enfrente, Disney se ha encargado de hacer lo propio con personajes emergentes de las viñetas de Marvel. Personajes como Ironman, Hulk, Capitán América o Thor le sirvieron para crear su universo cinematográfico. Y si bien ha habido películas de este tipo de personajes desde mucho antes, el género de superhéroes en el cine comienza a desarrollarse precisamente desde el origen del Universo Cinematográfico de Marvel. 

El avance tecnológico, aplicado en efectos visuales, es una de las características principales de la consolidación del género. No obstante, también es preciso analizar los elementos presentes en el contrato entre el metraje y el espectador. 

En este sentido, el cine de Marvel ha sido tan frontal como claro desde su origen. En 2008, durante el mismo año que el estreno del Caballero oscuro, Marvel puso el primer ladrillo de su universo cinematográfico: Ironman 1 (Jon Favreau). Estrenada el 2 de mayo de ese año (más de dos meses antes que la segunda parte de la trilogía de Nolan) y protagonizada por Robert Downey Jr., la película narra la historia de cómo el multimillonario Tony Stark llega a convertirse en el hombre de hierro. 

El metraje se reserva una sorpresa para el final. Luego de estar implicado en una situación que lo emparentaba directamente con su alter ego (Ironman), Tony Stark había guionado una serie de coartadas para excusarse falsamente de que él no era el superhéroe que le da título al filme.  

Sin embargo, en lo que al principio parece nada más que un rapto de sinceridad del protagonista, Stark deja las excusas de lado y admite ser Ironman. Acto seguido, el metraje concluye con los créditos. Pero lo que a primera vista parece solo un arrebato sincero del personaje, en realidad también puede ser leído como un metamensaje a modo de carta de presentación: pareciera que quienes están detrás del Universo Cinematográfico de Marvel buscan advertir que allí no hay nada que pueda parecerse a la realidad. 

En la metáfora de la ficción sin máscaras, la paradoja se abre paso. Es que una ficción es una máscara en sí misma. Sin embargo, la trilogía del Caballero oscuro busca enmascarar la ficción en una atmósfera hiperrealista. La misma frase con la que se presenta el UCM en aquella declaración de Tony Stark, en el final de Ironman, reverbera en la épica conclusión en Avenggers End Game (Anthony y Joe Russo, 2019): “Yo soy Ironman”. Donde algunos podrán ver solo un cliché, habrá quienes sí notarán que esas tres palabras componen el conjuro para romper el hechizo al que el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge denominó suspensión de la incredulidad. En las antípodas de Nolan y de la trilogía del Caballero oscuro, el cine de Marvel vino a llamarnos de vuelta a una apacible conciencia de incredulidad. Habrá parecido un atentado contra la fantasía y la imaginación, pero cuatro años más tarde, la masacre del Joker de Aurora cambiaría las perspectivas.

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