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Periodismo de mozos, una escuela de civismo

Inspirado en el ideario ciudadano de la Reforma Universitaria (1918) hubo periódicos en Paraná que, mientras difundían las inquietudes del estudiantado, se constituían en experiencias periodísticas iniciáticas que, en algunos casos, se proyectaron luego al ejercicio profesional.

Griselda De Paoli

Especial para EL DIARIO

El importante universo de publicaciones que sucedieron al movimiento reformista universitario de 1918 permite, articular hechos e ideas, y seguir el proceso abierto en su cercano y mediano plazo.

Manifiestos y proclamas, libros, revistas, periódicos estudiantiles, se constituyen en lugares donde ese punto de articulación entre las prácticas y los discursos resultan fundamentales para entender donde se gestan y recombinan las preocupaciones de una época y cómo se conforman actores que batallan para resolverlas. Son valiosos testimonios simultáneos a los hechos.

La organización y funcionamiento de centros estudiantiles en los establecimientos de enseñanza de Paraná, allá por los años veinte y treinta del siglo pasado, se debió a la tremenda conmoción producida en la juventud de las escuelas por la histórica Reforma.

El centro estudiantil reunía a las delegaciones del alumnado que pretendían un cogobierno democrático y la puesta en ejercicio de valores tales como la independencia de criterio, la libertad de conciencia y la participación en lo referente al destino final de las escuelas. Esta práctica saludable encontró como uno de los canales para la reflexión al periódico estudiantil, pocas veces de distribución en gran número.

El profesor Elio Leyes, mentor de la Universidad popular de Paraná, escribió, en el Libro del Centenario del Colegio Nacional Domingo Faustino Sarmiento 1889-28 de febrero-1989, un artículo que tituló Tiempo de periodismo estudiantil. Lo hizo en su condición de participante activo de ese tiempo; ofreciéndonos datos de las publicaciones producidas, que tientan a la investigación en torno a los discursos plasmados en ellas.

“La existencia del Centro suponía la creación de órganos periodísticos que fueran portavoces de los principios sostenidos por las asambleas inquietas y bullangueras. Así nació el periódico estudiantil que en las décadas del ‘20 y del ‘30 llenó los ámbitos didascálicos y las calles circundantes a las escuelas y colegios con sus atrevidas ideas mozas, rebeldes como las que más, cuando no con sus cascabeleos y sus risas de adolescentes representados por el artículo serio del que piensa y la caricatura mordaz o la cuarteta chispeante.

Una de las tantas revistas hechas por estudiantes, en Paraná, producto de la Reforma Universitaria.

Ideario

“El periódico estudiantil, que se distribuía generalmente en forma gratuita entre el alumnado y profesores de las respectivas escuelas, estaba muy bien presentado. Sus editores, luego de escribirlo y llenar sus páginas con artículos serios, con poemas y otras colaboraciones de poetas y escritores de nota y con secciones destinadas a la broma, a la chanza y el chascarrillo, iban a imprentas para armarlos y manejar los tipos. La ideología de los periódicos estudiantiles era, en ese entonces, la de la Reforma Universitaria. Los estudiantes defendían en sus páginas, con arresto juvenil no exento de belleza, la democracia la libertad, la justicia social, los derechos inalienables de la persona humana, el laicismo escolar y la ciencia aplicada al progreso humano. La información se refería especialmente a la actividad de los centros estudiantiles, a asambleas o congresos que tenían que ver con las escuelas y a toda actividad específica. “Daban poco lugar al deporte, aún al practicado por los mismos estudiantes.

Bien podemos afirmar que el iniciador en nuestra comarca de este periodismo de mozos, del diarismo estudiantil que dirigía el profesor Juan Pablo Berio Acosta, fue El Tábano, inspirado en sus comienzos por Arturo J. Etchevehere, a la sazón estudiante del Colegio Nacional, que fue su primer director.

“En memorables ediciones, desde el 15 de abril de 1924, fecha de su primer número, esa hoja concitó el interés de la estudiantina y el asombro del ‘dómine’ grave, que no alcanzaba a comprender la soltura intelectual de sus educandos. El estilo del periódico era el de Etchevehere, vigoroso y bello al mismo tiempo.

“Ya mucho antes se había publicado en el Colegio Nacional un periódico creado por Atanasio Eguiguren, entonces alumno de quinto año (1912) pero no tenía ese órgano una característica similar a la que hemos señalado en los de las décadas del ‘20 y del ‘30. Se llamaba El Estudiante, y con ese mismo nombre volvió a aparecer en otro número uno, pero confesando su continuidad a los trece años, con fecha 20 de junio de 1925, esta vez bajo la dirección de Humberto D’Ángelo y la administración de Alfredo Schiavone. Eguiguren era entonces profesor del Colegio y saludó con entusiasmo docente la reaparición del periódico que ideara en 1912. 

“Fue director de El Estudiante, en algún período Raúl L. Uranga y son de entonces sonoras polémicas que se trabaron entre las dos hojas estudiantiles, constituidos sus redactores en mosqueteros de la democracia. De ese tiempo, pero de vida efímero y que también participó en la polémica, fue un periódico que llamamos El Faro, cuyo primer número apareció el 5 de junio de 1926 con la dirección de Enrique D. Johnson Ortiz y la administración mía. Ya en el número 6 (agosto 26 de 1926) figuraba yo como director y Ricardo Predassi como administrador.

“Los estudiantes defendían en sus páginas la democracia, la libertad, la justicia social, los derechos inalienables de la persona humana, el laicismo escolar y la ciencia aplicada al progreso humano”.

Proyecciones

“Cuando abandoné las aulas del Colegio luego de haber cursado el segundo año e ingresé a la Escuela Normal consultando mi heredada vocación docente, enseguida reincidí en mi ya iniciada actividad periodística, proponiendo al Centro Normalista Juventud la creación del periódico que llevó el mismo nombre, Juventud, cuya colección guardo con amor, que fue mi verdadera escuela de periodismo.

“Alcanzó el periódico la jerarquía de El Tábano, con el cual polemizó a menudo. Seguramente ambos fueron modelos arquetípicos del periodismo estudiantil a que me estoy refiriendo.

“Insisto en el paralelo entre El Tábano y Juventud porque se parecieron en espíritu. A los redactores y editores nos movía más o menos la misma ideología. Exaltábamos en nuestras páginas a maestros como José Ingenieros, Alfredo L. Palacios, Víctor Raúl Haya de la Torre, a Manuel Ugarte ya genios como Miguel de Unamuno y Anatole France. Juventud tenía un lema: ‘Siempre digo lo que no debería decir, digo lo que realmente pienso’, de Oscar Wilde; y, El Tábano, ponía en su cabeza: ‘Ea, muchachos, es la aurora, tomad el hacha y el martillo y vamos’, de Carlos Guido Spano.

“Hubo otros periódicos memorables que, como estos colegas ya nombrados, competían en la acción de expresar el pensamiento de los centros estudiantiles de aquella época venturosa. Los alumnos de la Escuela Nocturna ‘Leandro Alem’ publicaron una revista llamada ‘Mercurio’ (1929-1932), dirigida por Juan Antonio Torra, que luego fue periodista de EL DIARIO y por Alciro Abel Puig. En la Escuela Normal, aún antes de la aparición de Juventud, se editaba otro periódico, El Normalista, más o menos con la misma contextura de los otros, que daba voz al centro estudiantil respectivo; eran sus dirigentes en 1926 Enrique Morosoli y Francisco Manuele. En el Colegio Nacional, por los mismos años, aparecía El Guayacán, editado por Eduardo Fernández de la Puente que luego fue profesor del Colegio; El Alberdino era editado por estudiantes de la Escuela Normal de Maestros Rurales Juan Bautista Alberdi, dirigido en sus principios por América Mistrorigo”.

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