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Pedro Demonte: “El libro de papel no va a desaparecer nunca”

“Ser librero se lleva en el alma”, dijo “Pedrín” Demonte a Bien! Fotos: Juliana Faggi.

Los libros te atrapan”

“Pedrín” Demonte da vida a la librería El Templo del Libro, en la esquina de Uruguay y San Juan de Paraná. Allí creció y desde muy pequeño comenzó a trabajar repartiendo libros en su bicicleta, colaborando con el negocio que inició su padre en 1937. Hoy, con 54 años en el rubro, comparte las tareas con su esposa y uno de sus hijos. 

En la esquina de Uruguay y San Juan, en la librería El Templo del Libro, “Pedrín” Demonte está a cargo del negocio que inauguró su padre hace 86 años en Paraná. Es técnico mecánico pero la muerte de su padre lo llevó a meterse de lleno en la librería en 1969, encariñándose cada día más con esta actividad. Tiene 78 años y en el inicio del diálogo con Bien!, afirmó: “Soy el librero más viejo”. Pero las energías siguen intactas, la solicitud de un cliente, una consulta de su hijo Juan Sebastián lo llevan directo a los pasillos del local, y podemos verlo trepar escaleras con tal de encontrar ese libro, que siempre ofrece como respuesta. Para todo, “Pedrín” tiene un libro y sabe de memoria dónde hallarlo. En este templo la ceremonia finaliza con un sello, con esa marca de tinta que indica su origen en cualquier biblioteca. “Hasta el papa Juan Pablo II tenía tres libros con este sello, se le obsequiaron cuando vino de visita a la ciudad”, rememoró Demonte. 

“Pedrín” Demonte es el corazón de la librería El Templo del Libro, en Uruguay y San Juan, de la ciudad de Paraná.

–¿Cómo surgió la librería?

–Mi papá empezó en 1937. Él era contador, trabajaba en la biblioteca del Instituto del Profesorado, y veía que el alumnado y los profesores buscaban libros que no se encontraban. Entonces, unos años antes de iniciar la librería, empezó a traer libros que importaba de Francia. Le vendía a los profesores Arce, Badano, Reula, entre otros. Desde esa época uno abría un libro y se encontraba con el sello de El Templo del Libro. Antes esto se llenaba de estudiantes del Profesorado que compraban libros, ahora olvídate de eso con las fotocopias. Eso mata al libro. 

–En los aquel momento había más librerías en la ciudad, ¿cómo era la competencia?  

— Todas trabajaban y fueron dejando. Las librerías grandes eran Radío, La Selecta, Raspini, Llensa, Casa del Contador, La Cultura, La central, que era mayorista; y La cueva de oro, de Stoppello. Y sí, había unas veinte por lo menos. Nos llevábamos muy bien entre todos. Para celebrar el Día del Librero, que es el 30 de noviembre, se organizaban fiestas e íbamos todos a pasar el día a la quinta de Pacher, que tenía La Selecta. Era una camaradería muy linda, y se podría decir que no había competencia. 

Es hijo de Pedro Demonte y de María Florinda Grippo, ambos fallecidos.

–En la actualidad, ¿se mantienen esos encuentros?

–Seguimos relacionándonos, sino que no hay tiempo o no hay voluntad, no lo sé. Pero siempre estamos unidos, y cuando queremos reunirnos aparecemos todos. Yo soy el librero más viejo.

–“Pedrín”, desde muy niño en la librería…

–Desde los 8 años empecé a repartir libros. Y después cuando falleció mi papá en 1969, me hice cargo, pero antes ya trabajaba acá. 

–¿Siempre en esta esquina? 

-Sí, siempre en este lugar. Acá primero hubo una pajarería que era de mi abuelo, antes en el año 20 fue un despacho de bebidas y después se abrió una peluquería aquí al lado, -dice Demonte señalando sobre calle San Juan. Pero con los años se tiró la pared y se agrandó todo. Siempre hubo libros textos para alumnos de escuela primaria, secundaria y de nivel terciario, como así también libros infantiles, de distintas temáticas y las novedades. Después se anexó todo lo que es papelería.

–Una actividad que se ha transmitido en la familia…

–Ya está la tercera generación en el negocio, con mi hijo Juan Sebastián. Esto lo llevamos adelante con mi esposa. Ella es el corazón de la librería, sin su apoyo esto no hubiera sido posible. 

–¿Disfruta de esta actividad?

–Sí, sino no estaría acá. No es lo mismo ser librero que vendedor de libros. El ser librero se lleva en el alma. A pesar de que me gusta la mecánica… me quedé de librero. Esto tiene algo que te atrae y se disfruta. 

–¿Le gusta leer? 

–Sí, cuando puedo, leo. Bueno… agarro un libro y si la primera hoja no me atrae, no lo leo. 

–En todos estos años debe haber atendido muchísimos clientes, ¿recuerda alguna personalidad de la ciudad? 

–Los que siempre venían a comprar eran Facundo Arce, Badano y Adolfo Golz, que andaba todas las mañanas y se quedaba a charlar. Siempre estaba recomendando algún libro. También éramos muy amigos con el profesor Miguel Ángel Andreetto, que tenía unas anécdotas impresionantes y una memoria prodigiosa. Y todos los profesores de la época de 1950, que venían a buscar sus materiales. Se vendían muchos libros de estudio.

–Actualmente ha mermado la venta de libros de textos, por el uso de fotocopias…

–Pero claro, antes se llenaba de estudiantes del profesorado que venían a buscar libros de textos. Pero hoy, el apunte y la fotocopia están matando al libro y atentando contra la propiedad intelectual. 

–¿Considera que el libro de papel puede ser desplazado por el libro digital? 

–El libro de papel no va a desaparecer nunca. Lo electrónico te arruina la vista, no lo podés llevar a cualquier lado porque necesitás luz eléctrica, -consideró “Pedrín”. 

Desde uno de los pasillos del local, su hijo Juan Sebastián refutó lo dicho por su padre: “¿Cómo que no lo podés llevar?, claro que sí. Pero hay un romanticismo entre el papel y la gente que le gusta seguir leyendo así”, expresó el joven. 

El dueño del local agregó: “Los libros tienen duendes, vos agarrás un libro y te atrapa. Hay gente que usa los dos formatos, siguen comprando el papel y también lo tienen en esas cosas electrónicas, pero son los menos”.

LOS CLIENTES

–¿Cómo es la relación que se establece con el cliente? 

–Uno llega un poco a conocer a los clientes por el gusto de sus lecturas. Entonces, cuando recibimos un libro y creemos que le puede gustar a alguien, se lo ofrecemos y generalmente, lo llevan. 

Tenemos clientes de Buenos Aires, Santa Fe, Rosario, de todos lados. Hasta el papa Juan Pablo II tenía libros con el sello de El Templo del Libro. Cuando vino de visita a Paraná, se le reglaron tres libros que fueron encuadernados acá, uno de poesías, Donde el tiempo es árbol, de Carlos Alberto Álvarez; otro de Beatriz Bosch, Urquiza y su tiempo; y el tercero no recuerdo. Después encuadernamos para Alfonsín, también.

–¿Qué libros son los que más se venden?

–Lo que se vende mucho son los libros de cómic, manga. Los buscan los chicos y gente grande que tiene colecciones, es lo que más sale. Y lo de siempre, los best seller que van siguiendo los lectores según la afinidad con los autores. Hay clientes que están esperando que su autor preferido publique un nuevo libro para buscarlo. 

Siempre hubo de todo un poco acá, tanto para chicos como para grandes. Hay libros que se venden siempre, siempre, como “Tus zonas erróneas” (de Wayne Dyer), El Principito y El Martín Fierro, que es la biblia gaucha. En todas las épocas se buscan biblias, libros de Juan Salvador Gaviota, Simón de Beauvoir, Neruda y todos esos clásicos. 

–¿La gente sigue leyendo? 

–Sí, se lee a pesar de todo. Todo está caro y el libro también. El papel aumenta de precio cada vez que aumenta el dólar, y encima hay que importarlo. La mayoría viene de Finlandia, donde estuvieron meses de huelga. Ahora los libros vienen en un papel más oscuro, ya no es blanco. 

ENCUADERNACIÓN

La librería El Templo del Libro cuenta con un taller de encuadernación. “Siempre se trabajó en encuadernación. Eso ya lo había arrancado mi padre, y estaba a cargo de un amigo, pero dependía de la librería”, indicó Demonte. 

El taller no funciona en la esquina de San Juan y Uruguay. “Se necesita mucho lugar para la encuadernación, así que acá se reciben y se entregan los trabajos, nada más. Tenemos muchos clientes que vienen a encuadernar”, dijo “Pedrín” al tiempo que buscó una caja con tomos encuadernados del diario La Acción, de Nogoyá. 

ANÉCDOTAS

“Anécdotas hay miles, ahora no me acuerdo. Una vez una señora pedía un código, pero no decía cuál era. Nos decía: ‘Un código de fútbol’. ¿Un reglamento de fútbol?, -le preguntábamos. ‘No, no un código de fútbol’, -insistía. Resultó ser que buscaba el Código Penal y no le salía el nombre, contó “Pedrín” entre risas. 

LA PANDEMIA

“Durante la pandemia tuvimos suerte de poder trabajar porque las librerías tenían permiso para abrir por la venta de papel para la computadora. En esto hay algo con la denominación porque la librería vende libros y no siempre vende papel. Poder tener abierto el negocio nos salvó claro porque no sé cuántos rubros tuvieron parado en ese tiempo. Además, la gente compraba libros lo que tenía que quedarse quieta”, indicó Demonte.

BIO

Pedro Demonte nació en Paraná, el 25 de Mayo de 1945. “Pero hice la conscripción, -aclara-. La hice como voluntario un año antes. Se decía que no lo hacían los que nacían un 9 de Julio o el 25 de Mayo, pero era mentira”.

Es hijo de Pedro Demonte y de María Florinda Grippo, ambos fallecidos. Es el menor de tres hermanos, Hernán Raúl y María Cristina, fallecidos. 

Está casado con Elsa Teresita Elmer hace 54 años, con quien tienen tres hijos, Jorge Pedro (fallecido), Luciana Magdalena y Juan Sebastián.

Concurrió a la Escuela Normal hasta el tercer año del secundario, desde donde pasó a la Escuela Industrial. Es Técnico Mecánico. llegó hasta el tercer año de la carrera de Ingeniería Mecánica. 

Hobby: “Tengo un torno mecánico para madera, sierra, cepilladora, hago carpintería y mecánica, pero ya casi que estoy dejando. “Hay menos tiempo, el día tiene 17 horas, ¿sabías que se ha achicado la frecuencia? Es el efecto Schumann. 

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