martes , 8 octubre 2024
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La escena teatral, espacio de encuentro a partir de una historia tenebrosa

“Era un proyecto de hace muchos años”, confió Rubén Vera sobre el estreno de la puesta que le permite retomar una línea de trabajo que transitó en la década de los 90.

El director Rubén Vera estrenó el viernes Oscuros recuerdos. Junto a un elenco reconocido por su vasta trayectoria, integrado entre otros por Manacha Yáñez y Pedro Duarte. La puesta del director paranaense propone una versión libre de El cuarto de Verónica, del estadounidense Ira Levin, se presenta los viernes de septiembre en el Centro Cultural La Hendija (Gualeguaychú 171).

Luego de un prolongado paréntesis de silencio, el director Rubén Vera regresa a escena con Oscuros recuerdos, una puesta sobre una versión libre de El cuarto de Verónica, del dramaturgo neoyorquino Ira Levin que se publicó por primera vez en 1976.
El elenco está integrado por Manacha Yáñez, Pedro Duarte, Florencia Saboldelli y Leandro Esquivel y lleva a escena un proyecto que el director paranaense rumió por años hasta lograr su estreno.
Para Puchi es un regreso que le da la posibilidad de trabajar nuevamente con un elenco que reúne a distintas generaciones. Por un lado Yáñez y Duarte, reconocidos por su extensa trayectoria. Por otro, Esquivel y Saboldelli, jóvenes en pleno ascenso.
Con producción general de Leandro Esquivel y la asistencia técnica en iluminación y sonido de Andrés Gauna, la obra -encuadrada dentro del género del terror psicológico- podrá verse en el Centro Cultural La Hendija, en temporada que abarca todos los viernes de setiembre.
La entrada general tiene un costo de $ 5000 y puede reservarse a los teléfonos 343   480 – 1860 y 343  472 – 9233. En tanto que el valor de la misma en el ingreso a la función será de $ 6000.
Permanente lector de textos dramatúrgicos, Vera expresó en una entrevista con EL DIARIO que el estreno le ha dado la posibilidad de concretar un postergado anhelo. “Era un proyecto de hace muchos años”, confió. La puesta le permite además retomar una línea de trabajo que desarrolló, con éxito durante la década del ´90 y que tuvo hitos en la producción, por ejemplo, de Fiebre de Heno, del británico Noel Coward.

ENCUENTRO

Para el director, el comienzo del proyecto se basa en retomar la lectura de autores del siglo XX, enrolados en un  tipo de teatro que no transita con frecuencia en la ciudad. “Nosotros queríamos retomar el trabajo con una línea que planteamos en los 90 basada justamente en clásicos, como Noel Coward, y bueno, ahora Aira Levín, que también es otro grande para mí.”
El proyecto es la posibilidad de regresar a escena no sólo para Vera. Lo es también para Pedro Duarte, un veterano de las lides artísticas. El recitador y actor no oculta su satisfacción.
“Cuando me convocó Rubén Vera, y me dio la obra a leer, realmente me sentí muy atrapado, porque es un texto muy difícil, muy difícil. Hay actores que deben encarnar tres personajes en la obra. Así que en un primer momento desistí, porque pensé: no me va a dar el cuero para tanto. Pero trabajando con un maestro de actores, como Puchi, pude lograrlo y llegar a buen puerto. La obra siempre me gustó. Me apasionó, pero me pareció muy difícil. Sin embargo ahora que ya está puesta, me parece una maravilla.”
Para el actor el texto “realmente es atrapante. Atrapante.”
Y confiesa que la mayor dificultad que le planteó el trabajo fue componer los tres personajes  diferentes que debe encarnar. “Y hacer la diferencia de uno y de otro”, reconoce.
Para Manacha Yáñez, referente de la escena local, con una trayectoria extensa y fructífera, el proyecto le da la chance de reencontrarse con el director, con quien se conoce desde la infancia. Sin embargo, más allá del vínculo, acota: “a mí me pasa que si tengo que actuar me importa mucho con quien me encuentro. Me garantizo de que haya una comunión entre quienes integran el grupo; de que más allá de lo personal, que el proceso esté avalado por las personas que te rodean”.
Para la artista y docente el encuentro con el elenco tuvo como desafío volver a trabajar con otras generaciones. “Hace años que no trabajo con jóvenes. Por eso ha sido un desafío que me pareció sumamente interesante porque está la posibilidad de conocer el futuro del campo teatral de la ciudad”. Ese desafío “me agradó, me sentí cómoda y empecé a explorar y sobre todo a compartir mucho con estas nuevas generaciones porque ellos no están dando mucho también”.
“Valorar ese intercambio es uno de los puntos más interesantes que me ha dado transitar este proceso.”

PUENTES INTERGENERACIONALES

La apuesta del director en esta producción es ubicar a dos adultos mayores en personajes que corresponden al tipo fìsico que demandan los personajes. Y demandarles que dialogue con jóvenes. “Esta propuesta tiene ese valor especial de poner en contacto a distintas generaciones”, dice Vera. Y reconoce que “también ahí hay una decisión consciente de conectar a distintas generaciones del teatro local”, lo cual considera “fundamental”.
“Siempre trabajé con gente de distintas edades en mis proyectos. En este caso por ejemplo veníamos trabajando mentalmente con Manacha una posibilidad de hacer algo juntos.”
Para Vera, es clave integrar a dos personas con la experiencia de Yáñez y Duarte -con años sobre las tablas- con los jóvenes Esquivel y Saboldelli.

SUSPENSO INQUIETANTE

“Hay mucho suspenso, mucho suspenso y un terror realmente de mucho calibre”, adelanta Duarte sobre la historia. “Eso se percibe apenas comienza la obra que tiene un final inesperado que la hace mucho más atrapante”, agrega.
En esta propuesta basada en el terror, Manacha Yáñez confía: “Lo que más me interesa es mi trabajo como actriz para darle fuerza a la mujer que es protagonista de la historia. Este personaje que transita esta obra necesita la defensa humana. Todo tipo de contención.”
Y subraya: “me importan estas mujeres, esta historia. En ese sentido, creo que lo que más rescato es la historia, lo que le pasó a ese personaje; lo que se supone, lo que no se conoce. Eso me parece alucinante. Y esta obra lo tiene todo. Más allá de la mujer, cada uno de los cuatro integrantes del elenco con los personajes que encarnan”.

Para el director (izquierda) la obra le da posibilidad de trabajar con un elenco que reúne a dos experimentados cultores de la escena, como Manacha Yáñez y Pedro Duarte.

-Rubén, cuando vos leíste por primera vez este texto ¿Qué fue lo que te impactó?

-Me impactó lo directo y lo indirecto que es al mismo tiempo. Porque el texto original te aseguro que lo tenés que leer por lo menos tres veces para lograr entender plenamente la obra. Aunque parezca mentira una primera lectura no alcanza para entenderla plenamente, porque son cuatro personajes en escena. Pero en realidad ese número se amplía a 10 porque tres integrantes del elenco hacen tres personajes. Y la actriz más joven encarna solo un solo personaje.
Al recorrer el texto se ve la precisión de Ira Levin para escribir. Lo que escribió es perfecto.
Por eso la obra permite al actor, a la actriz, al elenco, no sólo bucear en las profundidades del alma humana o de lo que somos sino también en sacar toda una batería de recursos que son desde el cuerpo, la voz. Todo, todo, es increíble.

-¿En qué vertiente ubicarías entonces la obra que propone la historia escrita por Levin?

-Hay mucho terror psicológico, eso es fundamental en esta obra. Para mí el tema principal es ese. O sea que hay una tensión permanente, permanente. Y te digo más. No es el suspenso, solamente. Creo que cabe agregar la idea de terror psicológico, porque no es terror de las películas, sino de otro registro. Muy inquietante y actual. Por eso es que estoy seguro que este trabajo va a conmover e interpelar a los espectadores.

¿Viejecillos adorables?

Todo comienza en la historia con dos viejitos adorables que llevan a una chica y un joven a su casa para mostrarles el parecido que ella tiene con una difunta Verónica. Pero pronto para la joven la situación se vuelve inmanejable y de la peor manera.
La acción transcurre en Boston donde Susan, de 20 años, es abordada mientras cena con su novio en un restaurante por una encantadora pareja de ancianos que se muestra impresionada por el parecido de Susan con Verónica, fallecida hace mucho tiempo.
Susan y su novio acompañan a la pareja hasta la mansión para ver el retrato de Verónica y comprobar el parecido. Allí comienza una intrigante pesadilla con un final inesperado.
Ante todo esto, el espectador no tiene más opción que dejarse llevar por lo que ve sobre el escenario, lo que percibe, lo que imagina. Y se somete a la inevitable necesidad de seguir escuchando y viendo lo que allí ocurre, atento, para no perder detalle. Porque, a medida que pasa el tiempo, se va profundizando el drama de esta historia hasta que arremeten las sorpresas, una detrás de otra, aportando certezas y confirmaciones hasta llegar a un final explosivo.
Cabe señalar que el autor de esta escalofriante pieza es garantía de suspenso y toda una atracción en sí mismo, Ira Levin, hacedor de uno de los textos inmortalizados en una película de culto de 1968 como El bebé de Rosemary, dirigida por otro “monstruo” de la industria del cine, Román Polanski.
El cuarto de Verónica tiene todos los ingredientes para que atraiga y funcione, a partir de generar un clima tenebroso y de misterio.

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