sábado , 4 mayo 2024
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Escribir para infancias sin caer en lugares comunes

La práctica de construir universos con palabras ayuda a formar nuevos lectores.

La producción y el consumo de alimentos puede ser una excusa para potenciar la imaginación y creatividad de las infancias.  Esa es la propuesta de Micaela Chirif que escribió Desayuno, y Sabor, bajo la estrategia de esquivar los lugares comunes en la literatura infantil.

Milena Heinrich

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La escritora peruana Micaela Chirif desembarca en Argentina con dos novedades para las infancias, “Desayuno” y “Sabor”, libros muy distintos en cuanto a sus formas de narrar pero que coinciden en su relación con la experiencia sensorial de la comida y la imaginación y expanden los cruces entre distintas edades. “Me gustan los libros a partir de los cuales muchas generaciones se pueden sentar a conversar y hacer un punto de encuentro, un lugar donde confluyen intereses y puntos de vista distintos”, dijo.

Micaela Chirif se formó en Filosofía, escribe libros de poesía, es coautora de libros ilustrados para infancias y da clínicas para proyectos del género. Recibió numerosas distinciones internacionales y fue galardonada con el Premio Hispanoamericano de Poesía para niños en 2019. Cuatro de sus títulos, de los cuales tres se consiguen en nuestro país (Dentro de una cebra, Desayuno, y Sabor) forman parte del prestigioso catálogo de literatura infantil y juvenil White Ravens.

De la mano de editorial Limonero, la escritora presenta Desayuno, un libro en coautoría con Gabriel Alayza que originalmente salió en 2013 pero que sólo circuló en su país y que en su reedición argentina intervino con un nuevo final. “Es un libro nuevo y no nuevo. Me gustaba mucho la idea de romper con esa especie de sacralidad que le otorgamos al libro como que ya no se puede tocar una vez que está listo. Un libro nunca está terminado del todo”, aseguró.

Sabor, el otro libro que aterrizó en el país por estos días, tiene un tono más informativo. Chirif trabajó con Ignacio Medina y Andrea Antinori en un volumen extenso que se dedica al sentido del gusto. “En los últimos años he ido explorando la mezcla de registros y eso también me está interesando explorarlo como libros informativos, pero sin abandonar los registros literarios”, argumentó a propósito de este libro colorido y sensorial, con datos curiosos y sorprendentes, que no pierde su relación con la imaginación.

En esa búsqueda de cruces hay también algo que Chirif apunta en cada proyecto literario y es producir una experiencia sensorial. Sabor empieza “hablando de la lengua que sirve para hablar, para comer helado, de que hay lenguas largas, lenguas ásperas, lenguas cortas, lenguas de jirafa, lenguas pegajosas y que si no tuvieras lengua ni papilas gustativas te daría lo mismo comerte un zapato o un huevo frito. También se habla del color, del olor y de la textura de la comida, como una experiencia sensorial más amplia”, describió.

La mesa servida

Como muchas de las obras de la escritora en donde lo cotidiano se vuelve extraordinario, Desayuno comienza con una escena de lo más mundana, que a medida que avanza la trama deriva en una historia insólita, divertida y de mucha fantasía. Una abuela prepara el desayuno a su nieto antes de ir al colegio mientras la escoltan sus compañeros matutinos: un pulpo, una morsa, un sireno que fríe huevos en una sartén, un par de piratas y un buzo.

Cuenta la autora que el libro empezó con “una situación de desayuno súper cotidiana. Era época de navidad y nos habían regalado un panettone envuelto en papel de seda; lo abrí, agarré el papel y parecía que flotaba. Y dije ‘¡ay, qué lindo sería que ahorita hubiera una medusa que entrara volando por la ventana!’. Y ese fue el detonante para hacer el libro. Entonces, dije qué pasa si alguien, una señora, está preparando el desayuno, y de pronto empiezan a entrar a la cocina un montón de seres extraños, aunque al final no hay medusa sino un pulpo”.

El texto es brevísimo, pero tiene la fuerza poética para guiar el recorrido. Por la forma en que lo trabajó, tan en lo mínimo, Chirif lo ubica como su libro más radical. “Quería jugar mucho con que el texto fuera muy neutral, no dijera nada, que fuera la simple preparación del desayuno y que lo que ocurría de extraño, de sorprendente o de maravilloso, ocurriera en la imagen. Trabajamos juntos con Gabriel, desde el principio al final”, dijo sobre el trabajo de coautoría con Alayza.

–Desayuno es un libro álbum con poco texto narrativo, ¿cómo concebís este tipo de piezas?

–Si tú sacaras el texto, la imagen sería demasiado absurda. No tendría el punto de anclaje. Lo que hace el texto, cuando parece que no hace nada, es que justamente ancla esa cosa delirante en una situación cotidiana. El texto cumple esa función, que es fundamental, de ser el ancla, lo que pasa es que es una función que puede resultar muy invisible, que puede parecer que es casi nada, pero sin esa ancla tú no tendrías la posibilidad de hacer el contraste entre la situación cotidiana estándar y la situación cotidiana no estándar que está ocurriendo.

Variantes

–Otra cosa interesante es que el núcleo de la fantasía gravita en la señora, cuando la imaginación suele estar asociada a las infancias…

–Normalmente, no siempre, cuando uno hace un libro para niños, el protagonista es un niño o una niña. Y de hecho nosotros empezamos con un protagónico de niño y después cambiamos porque siempre es asignarle al niño la capacidad de la fantasía y el adulto que interrumpe. Quisimos darle otro giro a la situación cotidiana. Además, nos gustó mucho que fuera una señora con aspecto muy de ama de casa, muy normal y que hacia el final cuando se le ve más del cuerpo resulta que tampoco ella misma físicamente es tan estándar. De pronto aparece el cuerpo tatuado de una abuela que además está en bikini y tiene sus rollitos. Buscamos detonar por todas partes el lugar común, pero manteniéndote al mismo tiempo dentro de la referencia familiar.

–¿Cómo interviene tu formación como filósofa en esa mirada sobre la literatura?

–Me gusta mucho jugar con las grandes preguntas para vincularlas con la literatura infantil y encontrar las maneras de aterrizar, de hacer concretas esas preguntas en situaciones muy cotidianas. Está la formación en filosofía y también el interés por ciertos problemas, como tema recurrente, plantear cuestiones que son más abstractas en mis libros, por ejemplo, qué pasa con las fantasías de los adultos o sobre la vida secreta de las abuelas cuando los nietos se van a la escuela. Me interesa explorar qué pasa cuando desarmamos las representaciones que tenemos establecidas. Y me gusta hacer este tipo de libros también porque siento que al final de cuentas abren un espacio para las niñas, para los niños, pero también para los adultos. Un espacio de encuentro, de discusión y conversación.

–En tu labor como tallerista, ¿qué lugares comunes identificás que se reproducen?

–Cada vez veo menos la actitud aleccionadora, pero sigue estando muy presente la cuestión de ‘quiero decirles a los niños esto o aquello, quiero que entiendan no sé qué’. Con respecto al álbum hay un prejuicio que es común y reciente que va en detrimento del texto: la idea de que la ilustración lo va a decir todo y, por eso, los textos son más abstractos, cada vez menos concretos. Se piensa que el texto no tiene que ser muy cuidado, no tiene que decir gran cosa porque ya lo va a decir la imagen. Ha sido muy interesante que la ilustración cobrara un protagonismo y un papel narrativo, pero siento que ha habido un punto en el cual la carga hacia la ilustración ha sido tan grande que la calidad de los textos ha sufrido. No es sólo una confianza excesiva en la ilustración sino la idea de que una buena ilustración salva un libro. No, una buena ilustración se salva a sí misma. No le puedes pedir que salve todo un libro.

–¿Y qué particularidad tiene cuando además se trata de un texto mínimo?

–Se cree que el texto breve es muy fácil. Entonces, en los talleres insisto mucho en todo lo que puede decir el texto que no dice la imagen. La imagen no dice qué cosa está sonando, la imagen no dice qué olor hay, la imagen no dice si están sintiendo algún sabor, si alguien está pensando algo, entonces hay un montón de otras cosas además de la vista, además de lo visual que se pueden añadir. Y además el texto puede decir otras situaciones que no se reflejan. Si tú quieres que haya una proyección al pasado, una proyección al futuro, una sensación de que algo transcurre, a eso te lo tiene que agregar el texto.

Por ejemplo, en mis talleres lo hago ver con un libro que es todo blanco, no hay una sola imagen y el texto abajo dice “si miras con atención, notarás que está nevando”. O sea, hay un texto que te dice cómo leer esa imagen. La manera en la que el texto direcciona la lectura de la imagen es algo de lo que no somos conscientes pero que es fundamental para construir un buen libro ilustrado.

Por eso me interesa mucho recuperar el valor del texto y recuperar la literatura como una búsqueda de belleza. El texto no es puramente funcional, como la ilustración no es puramente funcional. A veces es cuestión de encontrarle el verbo, pulir una cosita, encontrar otro adjetivo. Cosas muy pequeñitas, pero sin abandonar esa vocación y ese amor por las palabras.

El vínculo entre la literatura y los niños está dado por el juego.

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