domingo , 5 mayo 2024
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Samalea en una Peña Bomba “deluxe” en Paraná

Fernando Samalea estará en una charla informal y a la noche tocará en Tierra Bomba, calle Urquiza 1214. Foto: Facebook.
Fernando Samalea, emblemático músico del rock nacional dará una charla en el Parque Urquiza y por la noche se presentará en un recital en Tierra Bomba junto a otros músicos. La cita es este viernes 17 de noviembre.

Fernando Samalea dará una charla y luego tocará en una “peña bomba deluxe” en la capital entrerriana. Este viernes 17 a las 18:30, en el corazón del Parque Urquiza, en un encuentro informal en ronda, compartirá experiencias musicales y de vida.

Por la noche, desde las 23:00, en la casona de calle Urquiza 1214, continuará la “edición histórica” con el recital de Michelle Bliman Grupo en vivo (Samalea- Borges – Spina)”. Al finalizar el show, la velada seguirá con música para bailar y disfrutar.

Sobre los artistas

Michelle Bliman:
Cantante, guitarrista, saxofonista y compositora.
Egresada de la Carrera de Jazz (EMPA). Participa en proyectos como Bandalos Chinos, Hilda Lizarazu, Benjamín
Biolay (Francia), Tiny Orchestral Moments (USA), y otros. Su proyecto de Talleres de formación musical fue reconocido por el Fondo Nacional de las Artes de Argentina. Escribe melodías y letras en inglés para otros artistas o publicidades de marcas como Netflix, Movistar y Loreal. Cuenta con 3 álbumes de su autoría en todas las plataformas digitales.

Fernando Samalea:
Baterista, bandoneonista y escritor argentino, declarado Personalidad destacada de la Cultura por la Legislatura. Realizó conciertos de bandoneón en Argentina, España, Estados Unidos, Bélgica, Uruguay y Brasil. Como baterista ha grabado y girado con Charly García, Gustavo Cerati, Andrés Calamaro, Illya Kuryaki & The Valderramas, Joaquín Sabina, Draco Rosa, Benjamin Biolay, Calle 13, Phil Manzanera, Steve Ball, Fabiana Cantilo e Hilda Lizarazu. Publicó tres libros autobiográficos y uno de fotografías.

Malvina Borges:
Guitarrista, compositora y escritora formada en la Escuela de Música de Buenos Aires (EMBA) y en la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF). Sesionista de distintos proyectos, cantantes y compositores. Escribió “Los lugares del agua”. Guitarrista de musicales. Tiene un proyecto de música propia, “Humana”, donde compone y toca la guitarra.

Guido Spina: Egresado de la carrera de piano en el Conservatorio Manuel de Falla, participó en una gran cantidad de proyectos de rock, clásico y pop, como también en festivales y musicales internacionales como “This is Michael”. Forma parte de la Beatle Jam y la Jam Nacional en la ciudad de Bs. As y recorre los escenarios acompañando a otros artistas con sus teclados y programaciones.

El repertorio

Fernando Samalea- Guido Spina- Malvina Borges:
El repertorio se compone de canciones originales de Michelle y clásicos de la música popular internacional.
Los cuatro multi-instrumentistas interpretan géneros como el soul, rock, funk, y pop, con voces, programaciones, batería, saxo, bandoneón, guitarra, teclados y sintetizadores.


Samalea estuvo el 6/11 en la celebración de los 40 años del lanzamiento de “Clics Modernos”. “La Charly Garcia Corner NYC en Manhattan: Oficialmente, nombrarán así a la intersección de Walker Street y Cortland Alley -en pleno Soho-, donde el gran fotógrafo Uberto Sagramoso eternizó a Nuestro Héroe Nacional para la portada del álbum, allá por el lejano 1983, explicó el propio Samalea en sus redes sociales.
A continuación una reseña de la actividad que viene de realizar Fernando Samalea en Nueva York, contada por el propio Samalea en la revista Rolling Stone:

Fernando Samalea, en primera persona y aun emocionado, cuenta su versión del homenaje a García y sus ‘Clics modernos’ en pleno China Town, comienza la publicación

El baterista y bandoneonista Fernando Samalea tiene un vínculo sagrado e indisoluble con Charly García desde 1985. Formó parte de su banda desde mediados de los 80, y grabó discos fundamentales como Parte de la religión (1987), Cómo conseguir chicas (1989), Filosofía barata y zapatos de goma (1990) y La hija de la lágrima (1994). Como escritor, plasmó su larga vida en el rock en la trilogía Qué es un Long Play (2015), Mientras otros duermen (2017) y Nunca es demasiado (2019), publicada por Penguin Libros, y también editó las fotografías que tomó entre 1990 y 2010 en Memorias en cámara rápida (Editorial Vademécum, 2021). Desde Nueva York, y a pedido de ROLLING STONE, entrega una crónica en primera persona sobre el día en que el cruce de las calles Walker St. y Cortlandt Alley pasó a ser la «Esquina Charly García».

“Hello Fernandou, ¿Cómo está nuestro amigo?”, esbozó el ingeniero Joe Blaney refiriéndose al homenajeado, al cruzarnos por sorpresa en la recepción del hotel Walker Tribeca.

En minutos, sobre la pared externa de ese mismo restó, cobraría vida la esperada “Charly García Corner”. Joe sonreía detrás de su barba larga y blanca a todo el que quisiera abordarlo. Y casi a las 11, éramos unos cuantos los que ya colmábamos el lugar, parados o sentados en sus mesas. A puro bullicio, sucedían charlas simultáneas entre conocidos de toda latitud y profesión imaginable, propensos a saludar y pronunciar las palabras apropiadas del mundillo artístico. La ubicación clave del bar había constituido un aditamento de lujo. ¡Era un VIP muy ambientado! Desde sus ventanales elevados, observábamos la cada vez mas nutrida muchedumbre sobre la calle, así como el palco montado que iríamos a ocupar en breve junto al Zorrito Fabián Quintiero, Hilda Lizarazu, Alfi Martins, Toño Silva y Kiuge Hayashida. Apretujados como en un subte en hora pico, circulaban celebridades de la fotografía como Andy Cherniavsky y Gabriel Rocca, la poeta aventurera Liliana Lagardé, el director Alex Pels, Vivi Tellas, el ingeniero Luis Bacqué, Vanessa Maldonado, Carlos Ledesma, Gaby Aisenson, Cintia «La Arquitecta», Shoei Go Powers (la viuda de Fran Powers, de la banda Modern Clix que inspiró a García con su grafiti), Sebastián García López, hijo de nuestro recordado y querido Negro, el conductor Hoby Defino, y muchos más. Era un zoológico humano de buena energía.

El seductor Quintiero, de gorro de lana, lentes, camisa roja y barbita candado cual Johnny Depp calabrés, mantenía el humor general haciendo imitaciones desopilantes. Kiuge lo seguía de cerca, con su capacidad para contar decenas de chistes inocentes, sin repetir ninguno, portando sombrero y gafas negras de rigor. Hilda daba vueltas junto a sus amigas Andy y Gaby, emocionada, luciendo un gorro negro de piel y kimono blanco y negro con pollera roja. Cruzábamos miradas con Alfi y Toño y la expectativa era enorme, mientras la pantalla exterior emitía imágenes y testimonios neoyorquinos de Charly, ante el medio millar de almitas que ya ocupaba la esquina.

Al fin, se estaba llevando a cabo el proyecto-homenaje impulsado por el argentino Mariano Cabrera, alma mater de la cuestión. Su sueño le llevó más de un año de preparativos, desde que tuvo esa clarividencia magnífica. Pero, aún intuyéndose su éxito rotundo, sería un hito tan hermoso como complejo de realizar. Con un peso como para egipcios o extraterrestres, digamos.

Ese día, el asunto había arrancado bastante más temprano para mí, cuando partimos con el Zorri en un taxi amarillo desde la residencia del Uptown donde el cónsul Santiago Villalba y la carismática María nos recibían generosamente. De camino a la Corner, buscaríamos un teclado guardado en el Carlton Arms Hotel de la 25th Street. Casualmente, en este albergue bohemio de finales del siglo XIX —decorado al estilo Halloween—, había vivido Richard Hambleton en épocas del “Shadowman”, cuando el resabio de artistas del Chelsea Hotel ocupó sus habitaciones.

No bien llegados al callejón perdido de Chinatown, en Walker st. & Cortland Alley, percibimos en 3D la imagen blanco y negro de Uberto Sagramoso de la tapa de Clics modernos. También recordamos las Polaroids de Ada Moreno que ilustran el sobre interno de álbum. Nos había contado Charly que ella fue crucial para su nueva estética “importada”, según los cánones de la época, aggiornándolo con maquillaje, lentes blancos modernos y nariz de cono de papel. García, refinado como Gershwin, se había plegado a los ochenta mejor que nadie, adaptándose a su modernidad robótica y minimalista, pero manteniendo intacta la personalidad. Cuando llegó en 1983, hacía rato que incorporaba lo teatral en sus conciertos de la mano de la genial Renata Schussheim. Supo construir el puente Buenos Aires-New York entre fotogramas de Woody Allen, conceptos de Kubrick y el humor multimedia de Groucho Marx, siempre con un as en la manga: el del tango y la porteñidad. De repente, arrancó el acto. Los primeros en tomar el micrófono fueron Noelia Dutrey y el cónsul Villalba, quienes desde el Consulado materializaron la movida junto a Cabrera, el creador del proyecto, el embajador Jorge Argüello y las autoridades neoyorquinas. Sin duda, estaban rindiéndole un tributo importantísimo a Nuestro Héroe Nacional. Al subir Mariano al estrado, entre otras frases, bromeó ingeniosamente con las letras del Artista:

  —“¡Esos chicos están acá en esta esquina, Charly!” —gritó recordando el “Mientras los chicos allá en la esquina pegan carteles” de “Demoliendo hoteles”.

También supo señalar el lugar de la tapa con otro guiño: “Si es mejor mirar a la pared, que sea ésta”, para agregar a modo de despedida “Quiero aprovechar para saludar a alguien que está en Coronel Diaz y Santa Fe, porque Charly García nos está siguiendo a través de Internet”, lo cual hizo estallar Chinatown.

Los discursos carecieron de solemnidades y la emoción afectó al público a corto plazo. Siguió el embajador, luego el Comisionado de Transporte en NYC Ydanis Rodriguez (la rompió con su arenga latinoamericana y un vocabulario imposible de rebatir) hasta el cierre del Comisionado de “International Affairs” Eduard Mermelstein, anunciando que el Alcalde de la ciudad —Eric Adams— declaraba al 6 de noviembre como el “Día de Charly García en Nueva York”. Un privilegio otorgado a celebridades de la talla de Miles Davis, según supimos después.

Palpando el privilegio de estar allí, casi de colado, me acomodé la corbata celeste, acaricié la solapa del traje, tomé el bandoneón entre mis manos y fui bajando hacia el palco con mis compañeros, por la salida lateral. Luego de las palabras sentidas de Josi García Moreno, que nos emocionaron antes de tocar una nota, resonó el acorde de Re, Mi y Fa sostenido anunciando “No soy un extraño”. Josi tomó la voz cantante junto a la Lizarazu, no exenta de lágrimas. Se sabe, la canción es un símbolo perfecto de García caminando por Nueva York, descubriendo el Washington Square Park y la fuerza multirracial del Greenwich Village: “Acabo de llegar, no soy un extraño. Conozco esta ciudad, no es como en los diarios desde allá…” coreamos todos como cuando Argentina ganó la copa en Qatar.

En cuanto a instrumentos, contábamos con lo mínimo, sacrificando infraestructura en aras de practicidad (un par de cajas de sonido, pocos micrófonos, dos tecladitos, la guitarra eléctrica, mi fueye y una batería chiquita de bombo, tambor, hi-hat y platillo), pero a quién podría importarle. Lo esencial nos sobrepasaba. Para colmo, teníamos enfrente la visión de edificios cinematográficos de ladrillo o en tonos ocres, altura monocorde y escaleras de emergencia, así como los letreros en chino de almacenes o negocios cercanos. Cada tanto, al tiempo de bordonear mi instrumento, perdía la vista en detalles arquitectónicos, torres de agua en azoteas o estilos neotudor y victorianos, encontrando miradas al azar y fantaseando sobre mi vida junto a Charly desde mis módicos 20. El cielo mostraba un celeste difuso, a veces grisáceo, mientras la gente gritaba, bailaba e intentaba capturarlo todo con sus respectivos celulares. Alfi Martins, con gafas de galán hollywoodiense y campera oscura, orquestaba las melodías delante de las banderas argentina y norteamericana ubicadas en sendos mástiles, detrás del estrado. El Zorrito emulaba las palmas machacantes de la versión original, buscando adeptos, mientras los más entusiastas comenzaban a trasponer la valla ubicada a metros nuestro, buscando con sigilo y no tanto una mejor ubicación. Otros, quizá mas friolentos, miraban el show a través de las ventanas del edificio color crema del hotel. Continuó la introducción de “Ojos de video tape” dándole pie a la voz de Hilda, quien entonó “No tengo agua caliente en el calefón…” con la naturalidad que solo Charly puede permitirse en sus letras. Y aunque las emociones saturasen alarmantemente, fue el turno de “Los dinosaurios”. Todo un himno de la llegada de la democracia en el país, versionado sobre un ritmo pesado y certero en la batería de Toño. La ceremonia estaba en marcha.

Antes del cuarto tema, “Nos siguen pegando abajo”, crucé al otro lado para cambiar de rol y sentarme ante los tambores. Resonaba un “Olé-olé-olé-olééé, Charlyyy, Charlyyy…”, que se escuchó hasta en Brooklyn. Empezó el famoso riff polirítmico y, dándole con todo, me metí de lleno en su atmósfera casi twist. Cada tanto, miraba de reojo a mi izquierda: increíblemente, me hallaba a centímetros de donde el propio Líder se había sentado para inmortalizar la portada. Cabrera tuvo la brillante idea de colocar una tela tamaño real con la tapa del disco, en el lugar exacto. Luego del final en seco de tres golpes, Kiuge rasgueó la guitarra rítmica de “Fanky” y Fabián impuso su línea de bajo a lo Chic, motivando una danza generalizada.

 —¡¡¡A gozar y a bailar, Charly García!!!  —gritó Hilda por el micrófono, al tiempo que se entremezclaba junto al bajista con el público. Hicieron saltar a todos, incluso a las autoridades vestidas con trajes de varios ceros. “Vamo´ a bailar” fue la consigna, bajo un ritmo frenético. La Lizarazu, abriendo los brazos, susurró: “Ahora sí, nos vamos en paz, buscando ese símbolo de adentro para afuera, ¿Vamos con ese?”. Sí, por supuesto, comenzó “Buscando un símbolo de paz”. “Será porque nos queremos sentir bien, que ahora estamos bailando entre la gente, será porque nos queremos sentir bien, que ahora todo suena diferente”, cantó la hinchada, durante esa larga improvisación que derivó en un solo al estilo “Guitar Hero” con su consecuente final de rock.

 —¿Chicos, hacemos “Inconsciente colectivo” y la cantamos todos juntos? —propuso nuevamente, mientras saludábamos y Josi se sumaba a la troupe.

Silva retomó los palillos y yo regresé al bandoneón, hasta alcanzar el grand finale con “De mí”. Por entonces, Mariano también subió al palco, loco de felicidad como todos y todas, haciendo registros celulares para la posteridad. “No te olvides de mi, porque sé que te puedo estimular”, cantó Kiuge por el micrófono, destilando un momento épico e inolvidable, como se dice. Hubo saludos, abrazos, fotos y transmisiones dignas de la inmediatez millennial, antes de refugiarnos otra vez en el Mostrador. En la breve caminata, antes de dar la vueltita por Cortland Alley, Cintia La Arquitecta me eternizó delante de la portada. Todo transpirado, muy contento, con mi bandoneón a cuestas…¡No me la iba a perder!

Aún pendían en el aire esas melodías y allí quedó la placa en bronce macizo con la leyenda: “IN COMMEMORATION OF THE 40TH ANNIVERSARY OF THE RELEASE OF CHARLY GARCIA´S ALBUM CLICS MODERNOS”. ¡El hijo dilecto de Rivadavia y José M. Moreno ya tenía su esquina en Nueva York!

La fiesta “Post-Corner” tuvo lugar esa misma tarde/noche en el Consulado Argentino de la 56th Street, cerca del Central Park, no exenta de performances de artistas como el peruano Dunn y los argentinos Lyonne y Jubany. Además, el coleccionista Andrés Páez expuso ediciones y reediciones latinoamericanas del álbum, mientras corrían las empanadas y copas de tinto.

Nuestro adorado Charly, siempre metafísico, continuaba marcándonos el camino. Gran conocedor de la Mitología Griega, las comedias de Mel Brooks o Peter Sellers y la música de The Beatles, Joni Mitchell, Led Zeppelin, Steely Dan, The Rolling Stones, Chopin, Mozart, Todd Rundgren o James Taylor, declaró: “Nueva York es una ciudad tan importante para mí que solo ahí se podía lograr el sonido de Clics Modernos”. Esta vez no estuvo presente. Pero se mantuvo atento, como un colegial travieso, desde su mítico hogar porteño. Seguro viajará pronto a Manhattan, como bien merece, para tomar ese taxi de película que lo lleve a Walker Street y Él.

Fernando Samalea

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