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Calandria, un nuevo gaucho para la cultura argentina

Con Calandria, Martiniano Leguizamón interna a la literatura en los mundos interiores del guacho, figura que destaca por su fuerte personalidad, humildad, espíritu leal, altivez y abnegación. Su creador fue un hombre de mil oficios: poeta, periodista, dramaturgo, narrador, historiador, etnógrafo, arqueólogo, folklorista, ensayista, crítico, profesor y abogado.

 

Rubén I. Bourlot / Especial para EL DIARIO

 

La noche del 21 de mayo de 1896 la compañía de Podestá-Scotti representó en el Teatro Victoria, de Buenos Aires, la comedia de costumbres camperas Calandria, escrita por Martiniano Leguizamón (1858-1935).

El gaucho Calandria es uno de los tantos personajes reales que se transformó en mito popular como Juan Moreyra, el Gauchito Gil, nuestros entrerrianos Lázaro Blanco y Carmelito Acosta. La obra de Martiniano Leguizamón le dio trascendencia y en estos tiempos falaces y descreídos, parafraseando a Yrigoyen, permanece en las bibliotecas a la espera de que alguna alma caritativa lo desempolve porque, como decía nuestro Martiniano: “lo argentino se va. Es urgente salvarlo, antes que se pierda para siempre”.

Gaucho bravo y montaraz era el Calandria real; y más aún el ficcionado por Leguizamón: “¡Pa agarrar esta Calandria tienen que aplastar muchos matungos las polesías de Entre Ríos!”

Dice el también entrerriano y dramaturgo Juan Carlos Ghiano (1920-1990) que “el estreno fue recibido con general cordialidad por los críticos, quienes se preocuparon por señalar las distancias que reconocían entre la nueva pieza y el teatro gauchesco nacido de Juan Moreira.”

 

El gaucho literario

Ghiano explica que “mientras para los primeros escritores del género, el gaucho era simplemente el hombre del pueblo, el provinciano entregado a tareas rurales -en particular de la campaña litoralense-, para los críticos de fines de siglo el gaucho era ya el símbolo de nuestro pueblo: la encarnación de las virtudes patrias y la esforzada síntesis de nuestra historia popular. Por estas riesgosas implicaciones, rechazaban los destinos rebeldes y agresivos que contó con abundancia Eduardo Gutiérrez, y se resistían a admitir la dignidad extratemporal del hijo poemático de José Hernández.

“Dentro de la castigada historia de nuestro teatro, Calandria se vio como la encarnación de ese ennoblecimiento del gaucho y, con la alegría de la rehabilitación, se sacrificó en su homenaje el teatro gauchesco anterior. Sin embargo, a través de los años transcurridos desde entonces, y en perspectiva librada de prejuicios, Calandria adquiere su pleno sentido si se sitúa como el final de una serie de creaciones, no como el comienzo de un nuevo género, que debe buscarse por otros rumbos: los de los dramas rurales de Florencio Sánchez (1875-1910) y de Roberto J. Payró (1867-1928).”

Agrega el autor citado que “un tanto al margen queda un drama injustamente olvidado, del político Francisco F. Fernández, hombre importante en nuestros entreveros civiles: Solané, publicado en 1881”.

 

Una calandria jornadista

Seguimos con el relato del dramaturgo nogoyacero: “Martiniano Leguizamón conoció al famoso Calandria, civilmente Servando Cardoso, en Concepción del Uruguay, por donde solía aparecer hacia 1870. Los sucesos de su vida (según la han recordado Paul Groussac y Carlos Zedlitz-Weyrach) lo muestran como excelente jinete y cantor de nota; por sus cantos y travesuras recibió el apodo definitorio. Se recuerda, también, que le resultaba difícil sujetarse a cualquier disciplina de trabajo regular; debió ser el peón decidido y simpático a quien toleran sus compañeros y miman sus patrones. Así pasaba sus días, trabajando en un saladero de la ciudad de Urquiza, hasta que ocurrió la revolución de López Jordán; incorporado a las tropas, se portó como bravo en los entreveros de las facciones que chocaban en el territorio de su provincia. Mientras crecían sus corajadas, ganándole el aprecio de los jefes, no dejaba de suscitar el recelo de los compañeros de armas, desconcertados ante el arrojo sin premeditaciones de su conducta militar. Terminan las luchas jordanistas y Cardoso es destinado a un destacamento de guardias nacionales, donde vuelve a ganarse la estima de los superiores, hasta ser asistente del capitán; pero ningún halago puede silenciar los resueltos llamados de su alma y deserta, comenzando su vida de gaucho alzado. Son los años confirmatorios de su existencia y los que mejor diseñan los ecos popularísimos de la leyenda: Calandria frente a las partidas policiales entrerrianas juega como un pájaro que conoce los mejores refugios del monte, la fuente de los arroyos y la amistad admirativa de los paisanos, puestos decididamente de su parte. Dicen que no robaba ni mataba, o quizá la legendaria aceptación de su figura necesitó de estos reparos; era el matrero burlón, con algo de pícaro y mucho de animal bullente (…)

“Eran hombres que se quedaban al margen de las nuevas fundaciones rurales; hábiles y decididos para las guerrillas, no supieron acomodarse a las tareas de chacras y estancias alambradas. De ahí el epíteto con que lo señala Groussac al llamar a Calandria ‘el último outlaw argentino’.

“Las aventuras de su héroe debieron llegar a Leguizamón no sólo por conocimiento directo del gaucho -escena que se evoca en el cuadro en que unos estudiantes del Colegio de Concepción del Uruguay son testigos de una travesura peligrosa-, sino también por las memorias de los pobladores de la campaña, que fueron la inspiración de muchos de sus relatos.”

Al igual que el Martín Fierro rebelado contra las injusticias de la primera parte que en la vuelta se incorpora manso a la nueva realidad del país de la “paz y la administración”, Calandria también se reconcilia en la obra de Leguizamón: “Ya ese pájaro murió / en la jaula de estos brasos; / pero ha nasido, amigasos, / ¡el criollo trabajador!…”

 

Leguizamón, un Nombre clave

Martiniano Leguizamón nació en Rosario del Tala el 28 de abril de 1858 y pasó largas temporadas de la niñez y de la adolescencia en la estancia paterna del Rincón de Calá, en el departamento de Gualeguay. Los años de estudiante en el ambiente del Colegio Nacional y su permanencia en la Fraternidad no lo separaron de su querencia campestre, ni tampoco su posterior radicación en Buenos Aires.

Dejó valiosas obras de diversos géneros como Recuerdos de la tierra (1896), el romance histórico Montaraz (1900), Alma natía (1906). En 1908 publica De cepa criolla, luego Páginas argentinas (1911), La cinta colorada (1916), El primer poeta criollo del Río de la Plata (1917), Rasgos de la vida de Urquiza (1920), Hombres y cosas que pasaron (1926) y finalmente Papeles de Rosas y La cuna del gaucho, publicados en 1935, luego de su muerte.

Para seguir leyendo

Leguizamón, Martiniano Calandria: costumbres campestres. Del tiempo viejo: boceto campestre. Disponibles en https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/calandria-costumbres-campestres-del-tiempo-viejo-boceto-campestre–0/html/ffc15c04-82b1-11df-acc7-002185ce6064_3.html#I_0_

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