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Pronunciamiento de Urquiza: cuando Entre Ríos dijo basta

Urquiza y Rosas, ante los intereses del Puerto de Buenos Aires.
Un acto de valentía e inteligencia política que marcó el principio del fin del régimen centralista de Rosas, y abrió el camino para la Organización Nacional.

Wendel Gietz | Especial para EL DIARIO

Todos los años, desde 1835, se repetía el mismo juego político perverso, aunque las partes sabían muy bien que se trataba de una farsa.

De un lado, el todopoderoso dictador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas mandaba religiosamente cada septiembre su cartita a las legislaturas provinciales en tono compungido de falso patriotismo, anunciando que renunciaba indeclinablemente en razón de “mala salud” a los poderes delegados a él por las provincias, en especial el manejo de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina.

Del otro lado, las trece provincias argentinas de entonces, sometidas y empobrecidas, enviaban sumisamente su respuesta, rogándole al tirano que continuara, que de ninguna manera aceptaban su renuncia: las gallinas rogando al zorro que se quede en el gallinero. Literalmente.

Un mecanismo de manipulación sicopática de manual, cuando el poder lo ejerce un individuo siniestro y narcisista como Rosas, campeón del cinismo, que amaba rodearse de bufones y asesinos.

Todos los años se repetía el triste espectáculo de las provincias argentinas cediendo sus libertades y sus posibilidades de progreso a un régimen centralista despiadado. Se humillaban viéndose obligadas a rechazar la fariseica renuncia del Restaurador de las Leyes, mientras éste pateaba indefinidamente para adelante el sueño ―y la obligación impuesta por el Pacto Federal de 1831― de sancionar una Constitución Nacional que organizara la república: “ese cuadernito”, al decir despectivo del propio Rosas.

Sentado sobre la gran caja de las rentas aduaneras del puerto de Buenos Aires, el tirano gobernaba en favor de las élites ganaderas y comerciales de Buenos Aires. Para el resto de las provincias: el garrote y la zanahoria.  

La situación del interior era calamitosa: las provincias del norte, privadas del comercio con el Alto Perú, estaban fundidas luego de todo su esfuerzo en las guerras de la independencia; las del centro sobrevivían como podían; y las litorales, con sus ríos secuestrados, imposibilitadas de comerciar.  

Con el correr de los años, la dictadura de Rosas degeneró en una verdadera satrapía. El Calígula del Plata -como bien lo llamó Sarmiento- perfeccionó el aparato represivo del régimen con la Mazorca (primera expresión del “terrorismo de Estado” en el país), e instauró el culto a su personalidad; su retrato colgaba en los altares de las iglesias y paseaba en las procesiones por las ciudades junto a los santos.

 Hacia 1850 este estado de cosas no daba para más. Habían pasado 40 años de la Revolución de Mayo y todo era atraso e inequidad.

Alguien tenía que hacer algo, y ese alguien claramente no iba a provenir de Buenos Aires.

La figura con el valor y la inteligencia política para hacerlo se llamó Justo José de Urquiza, gobernador de la gravitante provincia de Entre Ríos.

Veamos los hechos. Llegada en septiembre de 1850 la hipócrita misiva del déspota de Buenos Aires a las Salas de Representantes de las provincias para que entreguen su dignidad, se sucedieron las esperadas respuestas, cuyo tenor era más o menos el siguiente: “se rechaza terminantemente la renuncia de SE y se hace entrega de la suma de facultades y derechos que conserva para que el General Juan Manuel de Rosas haga de esta autorización el uso que su alta sabiduría estime conveniente a la tranquilidad y bienestar general”.

Primero fue la legislatura de Buenos Aires, por supuesto, y luego le siguieron en fila india: Córdoba, San Juan, y Salta en el mismo año, y entre enero y febrero de 1851 las de Catamarca, San Luis, La Rioja, Santa Fe, Jujuy y Tucumán.

Pero había dos respuestas que se demoraban en llegar y la prensa adicta al tirano de Santo Lugares empezaba a ponerse nerviosa. Algo se gestaba en el indómito litoral.

Escenarios

Y la respuesta de Entre Ríos finalmente llegó. El 1º de Mayo del año 1851, el General Urquiza se levantó serenamente a las 4 de la mañana en su campamento de San José y marchó a la plaza de Concepción del Uruguay acompañado de la división escolta Estrella y gran parte de su Estado Mayor.

Hacía años que meditaba esta decisión trascendental y conocía muy bien los efectos de la bomba política que estaba a punto de lanzar en el medio del terrorífico dispositivo de poder de la dictadura rosista.

Allí y ante una multitud que se había congregado al pie de la pirámide erigida en la plaza central de Concepción del Uruguay en honor a otro paladín del federalismo, el general Francisco Ramírez, el joven pregonero Pascual Calvento leyó el histórico Decreto redactado por el habilísimo secretario Juan Francisco Seguí (futuro Convencional Constituyente), suscripto por el Gobernador entrerriano.

Son imperdibles los considerandos del decreto cargados de ironía redactados por Seguí, que dan en el centro del enorme ego de Juan Manuel de Rosas. En particular el 4to, que es fundamento principal del importantísimo acto político que encuadra. “Que es tener una triste idea de la ilustrada, heroica y célebre Confederación Argentina el suponerla incapaz, sin el general Rosas a su cabeza, de sostener sus principios orgánicos, crear y fomentar instituciones tutelares, mejorando su actualidad, y aproximando el porvenir glorioso reservado en premio a las bien acreditadas virtudes de sus hijos”.

En la parte resolutiva y en pocas palabras, la provincia de Entre Ríos, en un acto de absoluta legalidad, aceptaba la renuncia de Rosas al manejo de las relaciones exteriores, reasumía su soberanía territorial y quedaba en libertad de entenderse directamente con los demás gobiernos del mundo hasta tanto las provincias hermanas se reúnan en Asamblea Nacional y organicen la República.

La alegría en todas las ciudades y villas de Entre Ríos fue generalizada. Inmediatamente se plegaron al Pronunciamiento de Urquiza los valientes correntinos, con su gobernador Virasoro a la cabeza.

Después de 15 años de humillaciones, de violencia, de mentiras, de atraso, de ver pasar el progreso para Buenos Aires, la provincia de Entre Ríos se puso de pie y dijo basta.

Lo que siguió al histórico Pronunciamiento de Urquiza el 1ro de mayo de 1851 es historia conocida: reunión del Ejército Grande, victoria de Caseros,  huída de Rosas, reunión del Congreso Constituyente y sanción de la Constitución Nacional de la República Argentina en 1853.

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