El relato en clave autoreferencial es una forma de recordar aspectos de la vida de las personas en épocas pasadas. A la vez permite rescatar momentos significativos en las sucesivas etapas de una biografìa, como por ejemplo los juegos de infancia, que permiten vislumbrar cómo se vivían aspectos de lo cotidiano por entonces en el espacio urbano.
El espacio urbano es una urdimbre en que se entreteje la historia, una trama en la cual está presente lo visible y lo invisible que ha resultado trascendente para quienes la habitaron y habitan.
En este espacio, con este entorno, escenario de múltiples acontecimientos, se inscribe la memoria plasmada de diferentes modos. A veces sólo en la voz de distintas generaciones, otras escritas como documento oficial. En otras ocasiones en registros producidos por ciudadanos que sienten la necesidad de narrar su visión de hechos relevantes o de detenerse en lo que sucedía por entonces en la vida cotidiana de los habitantes y de ellos mismos, deteniéndose en detalles que en el relato de la historia pocas veces cuentan.
A la vez, ser protagonista en su narración, autorreferencial pero a la vez inclusivo de otros, incorpora la chispa de vida que la historia requiere y lo hace apoyado en su memoria, reconstruyendo su pasado bajo la influencia del contexto de su presente al escribir. Su relato hace presente lo que está ausente y para venir a reforzar y completar nuestra memoria, es necesario que los recuerdos del relator memorioso estén en relación con los hechos que constituyen nuestro pasado común.
Cuando hablamos de Paraná a fines del siglo XIX, generalmente la atención se centra en la recuperación posterior a la Capitalidad de la Confederación, a los edificios, a la actividad comercial y al perfil de la ciudad por entonces, a los personajes relevantes. En cómo encontrar lo cotidiano, lo que el ciudadano común vivió y percibió como testigo de un momento único. La Profesora Claudia Rosa, en su exquisita presentación de la reedición del libro de Moisés Velasco “Recuerdos de mi niñez en la ciudad de Paraná entre 1877 y1889” (Eduner.2017), rescata el valor de esta representación del pasado local, en la que el autor abunda en anécdotas, datos precisos, sobrenombres y nombres de protagonistas, con resonancia de apellidos que podemos reconocer en nuestro presente.
El autor nos ubica además, en lugares de nuestra ciudad que podemos identificar, y nos ayuda a pensarlos como escenarios de otros tiempos, otros actores, otros modos de divertirse y de vincularse y de vivir momentos difíciles como las luchas civiles, el fin del jordanismo. Sin embargo, el relato no deja de sorprendernos con una cantidad de elementos del hacer cotidiano de entonces, los juegos infantiles, los de naipes, la construcción de una cometa, por ejemplo, las romerías y el perfil de los bailes que no nos resultan desconocidos y que reconocemos hoy tal vez con otros formatos, con otros nombres, con otras reglas. Sutilmente, Velasco los transforma en motivo para ofrecernos una descripción del contexto, de las costumbres y de la cotidianeidad de incluir palabras hoy desusadas. Leer este relato completo, y los demás que componen la publicación resulta un absoluto disfrute.
VELASCO Y SU RELATO AUTORREFERENCIAL
“…Con los muchachos jugaba con bolitas en la calle, al triángulo, a las quemitas, al chocleao y al hoyito…; con figuritas recortadas de las cajas de fósforos… a caminar con las manos y los pies en alto, con zancos o a correr embolsado…todo esto se hacía apostando al quién gana.
…Cuando estuvimos en la edad en que se imitaba todo lo que se veía, los que habían ido al circo repetían en la casa los mismos ejercicios, los cuales terminaban casi siempre con algún muchacho descalabrado…Por las noches jugábamos al tresillo (tatetí), a las sombras chinescas, al recorte de papeles…, los naipes.
Los juegos de naipes, en boga en aquella época (los 80 del siglo XIX) eran El Triunfo, para el cual se daban cinco cartas y tenían valor solamente las negras, y las cartas correspondientes al triunfo, pudiéndose acusar con sota y rey (veinte tantos), del triunfo (cuarenta tantos); El Punto, El Burro, El Sucio…El Despropósito, que consistía en hacer preguntas picarescas con una carta para que contestara la persona que tenía otra del mismo valor (oros con copas y bastos con espada) estas palabras: “esa o ese, soy yo”; El siete y medio…
“Llegada la época del juego con cometas, la muchachada se proveía con anticipación de pajas de ranchos para las tarascas y cañas de tacuaras bien afiladas para los armazones de las bombas, estrellas y barriletes; se provenía, además, de bramante, piolines e hilos de acarreta, retazos de géneros para las colas u orilla comprado en las sastrerías de Blanda o Florio. Hechos los armazones, se procedía a fijarles con almidón cosido o engrudo el género o papel,; se le colocaban los cascabeles, los rejones, las colas y los tirantes; se probaban para desechar las que habían resultado empachadas, y luego se procedía a pintarlas usando, por lo general, el azul sajón y el colorado bermellón que se compraban en la botica de don Eloy Escobar. Recuerdo que hubo bombas y estrellas que fueron orgullo del barrio; fabricadas con ayuda de nuestros vecinos José y Desiderio Anastasio, hijo de un pintor.
“Cuando el viento era favorable, se remontaban las cometas (un mendocino decía encumbrar el volantín, y un correntinito: elevar la pandorga) desde la calle o desde las azoteas, entablillándoles previamente algunos cachos sacados con una costilla de vaca de algún pedazo de botella para cortar el hilo de otras cometas. El juego se reducía a recogerlas, a hacerlas dar cortes y giros caprichosos con las colas ya enviar un chasque hasta los tirantes. Había también sus luchas, y en ellas se respetaba la ley del chimisquio (botín de guerra), quedando la cometa en poder de vencedor”.
No se priva el autor memorioso, de hablar de las romerías españolas, allá por el Paraná de los años 87 u 88 (XIX) con sus carpas construidas en la extremidad oeste de calle Rivadavia, así como de las riñas de gallo, y dejando atrás los juegos infantiles describe escenas de las cenas con amigos en el Hotel Francia del señor Pomiés, o el Hotel y Cancha del Globo de la señor Engracia Etchegaray. Con la solvencia de testigo presencial y protagonista nos deja con detalle los bailes que se hacían en Paraná, respecto de los cuales asegura que “casi todos empezaban con la polka La Briosa, y se continuaba con los valses Dolores, Flor de trigo, Anfitrite, para terminar con los lanceros “Club del progreso” para volver luego a las mismas piezas del comienzo.