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Los sueños de superación que respiran en Cochrane

Cochrane es muy usada por quienes residen en los barrios que conecta. Foto: Sergio Ruiz. El Diario
Pasillo de entrada a populosas urbanizaciones, Cochrane es una calle modesta que esconde secretos de un deseado progreso, no siempre correspondido. De difícil pronunciación, la arteria es típicamente barrial, de esas que llegaron al asfalto luego de años de lidiar con las zanjas y la tierra.

Gimena Emeri (*) Especial para EL DIARIO

Gimena Emeri (*)

Especial para EL DIARIO

La calle Almirante Alejandro Thomas Cochrane está compuesta por 16 cuadras y tiene una extensión de 1.900 metros aproximadamente. Como se sabe, las características del terreno, la presencia de cursos de agua y vertientes y las particularidades con que se realizó cada loteo en áreas que alguna vez estuvieron dedicadas a la producción vegetal y de granja, han evitado que se establezca cierta regularidad en los amanzanamientos. Cochrane no escapa a esta situación.

Respecto al plano de la ciudad, se ubica al sursureste y abre su paso desde la Avenida Ramírez, que la delimita al oeste. Se direcciona de manera oriental y corta en Luis Sáenz Peña. Está cercada por Santos Domínguez y Provincias Unidas.

Cochrane es una calle que cuenta la historia de superación de familias que confiaron en la unión y el sacrificio por afincarse

Como cada calle tiene su historia institucional, además de los relatos orales sobre su surgimiento y consolidación, conviene señalar que bajo la ordenanza nº 4.717, sancionada el 9 de abril de 1958, las calles nº 1.136 y 428 recibieron la denominación de Almirante Alejandro Thomas Cochrane. No obstante, no se ha podido ubicar la norma legal que extiende la denominación a la calle nº 932. Se entenderá mejor la especificación si se añade que una característica muy marcada es que de una forma casi inexplicable, Cochrane es una traza híbrida de curvilíneas y rectas, con quiebres repentinos y continuaciones dislocadas.

Es una calle que en los muros cuenta la historia de superación de familias que confiaron en la unión y el sacrificio por afincarse.

Hoy, en su recorrido se pueden vislumbrar un par de tiendas de ropa, algún que otro kiosco de barrio y una gran diversidad de viviendas, algunas con mayor cuidado estético, otras más marchitas con el pasar de los años y los períodos de recesión.

Puede consignarse otro detalle. Las caminatas por el barrio se tiñen de distintas tonalidades de verde, decoradas entre las sombras que aportan los ejemplares de palos borrachos, palmeras,

fresnos y lapachos. La arboleda no es homogénea y parece haber quedado bajo la decisión de cada frentista. Lo que está claro es que, si le sumamos los arbustos, los pájaros tienen desde donde cantar, aunque a ciertas horas del día parecen vigilarlo todo desde la altura de los cables. 

Hay un elemento más. Para Google y los carteles, la calle se llama Almirante Thomas Cochrane. Para el Archivo Histórico de la ciudad,

Almirante Alejandro Cochrane. Para la historia, la arteria honra la memoria de un tipo comprometido con la lucha independentista de América del Sur, a quien el general San Martín terminó

considerando una bestia negra por sus desacuerdos.

Cochrane nació en Hamilton, Escocia, el 14 de diciembre de 1775. Peleó contra españoles y franceses, se retiró de la Armada Real Británica y luego de estar en prisión tomó rumbo hacia América del Sur donde San Martín lo había convocado para dirigir las fuerzas navales que se estaban preparando para liberar a Perú.

Tiempo después prestó servicios para el Imperio de Brasil. Falleció en Kensington, Inglaterra, el 31 de octubre de 1860.

Sin señal

Ubicar geográficamente a la calle Cochrane no es una tarea sencilla. La poca señalización que brinda información tiene la huella del tiempo plasmada en sus materiales. Un par de pozos es testigo de quejas de los vecinos y también de conductores que toman este camino, ya sea en vehículos de dos o de cuatro ruedas.

Como se dijo, aloja barrios populosos como Rocamora II, Paraná V y se extiende hasta Gazzano. Fue por mucho tiempo cuna del Centro de Atención Primaria Doctor Arturo Humberto Illia, que desde hace un tiempo funciona en calle Provincias Unidas.

Cochrane tiene eso, es una arteria proletaria, de casas levantadas con ahínco y sentido del ahorro, pero también es cierto que en un par de cuadras comprende dos escuelas con realidades y pretensiones diferentes. Por un lado, el Colegio D118 Nuestra Señora de Luján, que es un centro educativo católico, público de gestión privada, dependiente del Arzobispado de Paraná; y por otro, la Escuela n° 197 Héroes de Malvinas, una institución pública de educación primaria.

La gente de la zona suele acudir a la referencia de la comisaría décima para dar indicaciones: de ahí tantas cuadras para arriba o para abajo y con suerte se llega al destino deseado.

Cochrane, además de la comisaría, cuenta con dos polideportivos, un centro de salud mental, una plaza y una rotonda con la imagen de la Virgen de Luján, pero jamás tuvo garitas ni pasó un colectivo.

“Era tan triste cuando vinimos a vivir acá, yo lloraba a la noche porque me veía en esa oscuridad afuera, ni luz tuvimos la primera semana, no había nada”, dijo Estela María Martínez, mientras negaba con la cabeza vaya a saber qué curiosa afirmación.

La señora Martínez, más conocida como doña Estela, la que cura el empacho, llegó al barrio Paraná V en 1987, cuando el camino aún no tenía asfalto y las casas estaban rodeadas por yuyos, los terrenos delimitados por postes y la luz de los focos que pretendían iluminar la calle eran débiles.

La vecina entrevistada contó que los árboles del frente de su casa los plantó su marido con ayuda de gente del barrio a poco tiempo de llegar. “Yo me acuerdo re bien. Para ir al super teníamos que caminar entre todo el barro y en verano pasaba el camión regador porque nos llenábamos de polvillo, no se podía ni respirar. Estaba todo lleno de escombros. A mí me daba miedo dejar a mis hijos que salgan a jugar”, agregó.

“La calle no estaba pavimentada, no había gas natural, la plaza y el hospital no existían, la escuela primaria sí estaba, pero era mucho más chica. Con los años se fue agregando y construyendo todo eso. Era totalmente distinto a lo que es hoy. Yo no me acostumbraba, pero me consolaba pensando: Bueno, es mi casita”, dijo por último la señora Martínez con una expresión de nostalgia que la proyectaba a otras épocas.

Como se ve, este camino asfaltado, con sus vecinos, sus colores, con el mural de Charles Chaplin oxidado por el pasar de los años, con las herraduras de los caballos que lo recorren todas las mañanas, es un lugar que, sin dudas, está lleno de historias.

(*) Estudiante del Taller de Especialización I. Redacción, de la carrera de Lic. en Com. Social de la Fac. de Cs. de la Educación, de la UNER.

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