sábado , 27 abril 2024
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El espíritu de la colmena, imperdible óleo de época

La historia de dos niñas es la excusa para desarrollar el nudo dramático de El espíritu de la colmena.

Hace medio siglo se estrenó El espíritu de la colmena, una película cuya nota destacada es la poética a la que alude. Narrado a través de la visión de una niña, el filme es una pieza clave para entender la sociedad española de la década del ‘’70.

Gustavo Labriola

Especial para EL DIARIO

El espíritu de la colmena, película de Víctor Érice, estrenada el 18 de septiembre de 1973, en España, fue desde el momento mismo de su estreno una de las películas más bellas, poéticas y entrañables del pasado siglo.

La historia se escenifica en Hoyuelos, en la española provincia de Segovia. Hacia 1940, en una tarde de domingo nublada y fría, mientras aparece un “érase una vez”, dos niñas salen de un cine pueblerino luego de ver Frankenstein (1931) de James Whale.

La guerra civil española había terminado hacía pocos años. Las niñas, Ana e Isabel, viven con sus padres, en una mansión enorme, con varias habitaciones, cercada por rejas y con un jardín inmenso.

El padre, Fernando, se dedica al cuidado de un colmenar y escribe un diario personal. Teresa, la madre, ama de casa, redacta largas cartas que, persistentemente, destina a un antiguo amor, con confidencias de su lánguida vida. La casa, territorio inmanente a una existencia gris y opaca, tiene ventanas con cristales hexagonales de color amarillo. 

La sucesión de los días, anodinos y deslucidos, en una casa que más que una locación supone un encerrado estado de ánimo, acontecen sin desatar nada más que una perpetua apatía.

La madre, en una de esas cartas, le dice a su destinatario“resulta difícil sentir nostalgia después de lo que pasamos durante estos últimos años. Pero a veces, cuando miro a mi alrededor, y descubro tantas ausencias, tantas cosas destruidas y al mismo tiempo tanta tristeza, algo me dice que quizás con ella se fue nuestra capacidad de sentir la vida”.

Perfiles.

En el filme, los mayores se presentan abatidos, desanimados, derrotados sin evidenciar ningún gesto de rebeldía, rabia o resentimiento. Mantienen una angustia contenida. Recurren a los recuerdos por encima del presente, ligeramente, indeseado. Las niñas, Ana, la menor, sobre todo, transcurren su infancia, preguntándose por lo desconocido, arriesgándose al misterio. La inquietud que le provoca el monstruo de la película, tendrá con el correr de los días un descubrimiento impactante. Y, oportunamente, tendrá que vislumbrar el misterio de la muerte. Isabel, por otra parte, se muestra más desalmada e impertérrita, sin moderar su crueldad, en parte, inocente. La unidad familiar es el lugar del trauma psíquico y el escenario de una íntima comunión posible.

Ana, poco a poco, se va alejando de la mansión y se acerca a una construcción abandonada, donde descubre a un hombre herido, fugitivo político al que imagina como el espíritu errante de Frankenstein y venciendo sus temores infantiles, termina auxiliándolo con comida y ropa.

En otro sentido, la sociedad expresada en su mínima integración organizada, la familia, se percibe en una especie de asumido aturdimiento que adormece y en el cual se sumergen deseos, aspiraciones, sueños e ideas.

“El espíritu de la colmena fue desde su estreno una de las películas españolas más bellas, poéticas y entrañables del pasado siglo”.

El director de El espíritu de la colmena, Víctor Érice pudo vulnerar la censura franquista con un film que elípticamente hablaba del horror de la guerra civil, sin mostrar ninguna escena bélica ni manifestar abiertamente una posición. Pero lo hizo con tanta calidad e inteligencia que es imposible despegar la sensación de una caída emotiva que anida en los personajes por encima de una capitulación moral que claramente no se vislumbra.

El título del film, ha confesado Érice, lo ha tomado de un libro del poeta y dramaturgo belga Maurice Meterlinck sobre la vida de las abejas, en el cual el autor utiliza el término “el espíritu de la colmena”, para definir ese espíritu enigmático y paradójico que hace que las abejas obedezcan, incluso aquello que el razonamiento humano no ha podido desentrañar. 

Víctor Érice había sorprendido en un film colectivo, Los desafíos, en un sketch críptico, con símbolos que desafiaban al espectador. En el mismo camino que los directores franceses, como Truffaut, Chabrol, Rohmer y Godard, entre otros, que habían pasado de críticos de Cahiers du Cinéma, a dirigir, Érice era un crítico que aportaba a la revista Nuestro cine, en España, y había estudiado en la Escuela Oficial de Cine.

Intenciones.

Érice aludía a convocar la memoria colectiva desde la poesía. En El espíritu de la colmena, misteriosa e inolvidable, el clima dentro de la casa es asfixiante, y semeja lo opresivo del colmenar. La fotografía, despojada de brillantez y luminosidad, colabora para sumar elementos estéticos que refuerzan la mirada del director.

Se dice que Érice convocó a Luis Cuadrado, el director de fotografía, mostrándole un cuadro de Vermeer como referencia para la sensible luminosidad que pretendía para el film.

El espíritu de la colmena ha sido también la motivación de otras tantas películas. Paul Schrader la menciona como una obra capital del cine. Monte Hellman cuenta que la ha visto una docena de veces y que en cada oportunidad observa elementos nuevos. Una de las referencias más emblemáticas de ese espíritu fue la centralidad del monstruo en El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro, que mucho le debe a El espíritu de la colmena. Ha dicho Del Toro que “haga lo que haga en la vida dos sombras se proyectan sobre la mía: una es el Frankenstein, de James Whale, y la otra es El espíritu de la colmena, de Víctor Érice, y ambas son lo mismo”.

Érice, hoy octogenario, sin tener una trayectoria extensa, ha suscripto, además, algunas otras películas importantes en el cine español, como El sur, una relación compleja y melancólicamente sentimental entre padre e hija; El sol del membrillo, un documental sobre el pintor Antonio López y algunas participaciones en películas colectivas. Sin embargo, El espíritu de la colmena es su mayor legado y una película entrañable, que ha dejado huella: es de visión necesaria porque está llena de poesía y permite conjeturar las consecuencias aciagas que la guerra civil dejó en tantas familias españolas.

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