domingo , 28 abril 2024
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Poemario: hogares que riman con el deseo que nos habita 

Mariana Bolzán, autora de Volúmenes reunidos bajo la luz. FOTO: Juliana Faggi.
Las casas en las que moramos están teñidas de aromas y recuerdos que nos devuelven al carácter colectivo de la existencia. Algo de esta esencia flota en los poemas que dan forma a “Volúmenes reunidos bajo la luz”, la reciente publicación de Mariana Bolzán. En la acepción de la poeta, esa memoria no es mera evocación, sino que nos proyecta a la búsqueda de un hogar que conteniéndonos nos hace sentir infinitos. 

Mariana Bolzán es comunicadora, escritora y poeta de Paraná. Estos sustantivos comunes pueden ser intercambiables. Impensados uno sin el otro, pero con la suficiente especificidad para ser enumerados, resulta racional enlistarlos en este orden. La comunicación puede contener a la escritura, la escritura a la poesía y esta última volverse, entre versos, una con la primera en función de crear una esencia. Esta tríada de definiciones constituye, sin limitar, la vida de Mariana. En la biblioteca de su casa, o de sus casas, encontró un lenguaje. 

Aquí, el concepto de casa tiene un espesor particular. El pasado 13 de julio, Bolzán presentó su segundo libro de poemas, luego de haber publicado “Un rayo en el mundo”, mediante el sello litoraleño Ana Editorial, en 2019. Este jueves ofreció al mundo “Volúmenes reunidos bajo la luz”, de la mano de la editorial rosarina Baltasara Editora. 

El nombre de esta obra reciente remite al fragmento de una frase de Le Corbusier, quien fuera un exponente de la arquitectura moderna en el siglo XX. Una cita del urbanista permite asomarnos a su perspectiva, en la que la practicidad de las construcciones define y sustenta un entorno conceptual. “La arquitectura es el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes reunidos bajo la luz. Nuestros ojos están hechos para ver las formas bajo la luz. Las sombras y los claros revelan las formas”. 

Así como Le Corbusier influyó en una legión de diseñadores en el mundo, un siglo después inspiró a Bolzán para generar una poética de los espacios, según la cual las dimensiones elementales, lo que está a la vista, recobran sentido en tanto han sido apropiadas por las maneras en la que las personas vivieron. Las experiencias y las emociones construyen una memoria que, a su vez, redefine el espacio físico. Esto surge con claridad en su escritura. 

La teoría del referente de la arquitectura puede resumirse en que la belleza se basa en la funcionalidad del hogar y su repercusión en la vida de sus ocupantes. La espátula de Bolzán encuentra debajo de lo evidente huellas sensibles que proyectan los anchos, los largos y las profundidades sobre esferas vividas. Es como si los espacios fueran lo que nos recuerdan y, en esa eficacia, se establece un guiño con Le Corbusier.

El modelo que construyó el teórico de la arquitectura se trasluce en otra de sus citas. “Una casa es una máquina para vivir. La casa debe ser el estuche de la vida, la máquina de felicidad”. Es a partir de estas ideas que la autora paranaense despliega interrogantes alrededor de la noción de casa, en términos concretos, simbólicos y afectivos.

En consecuencia, al segundo poemario de Bolzán lo mueve la urgencia de reflexionar sobre cómo los espacios de un hogar pueden condicionar las prácticas de sus habitantes. Aparece la pregunta acerca de cómo se construye la identidad de sus residentes en el contexto de un hábitat determinado, que tanto puede presentársenos en clave de encierro, como un cono de sombras, o como un mirador desde donde avistar el horizonte. Desde luego, una casa cobija las creencias a contraluz, los fulgores de los antepasados que escapan por las chimeneas, los valores que resplandecen a través de los ventanales, los rituales que encandilan la vida de los moradores, los hechos que suceden en el interior cuando se apaga la luz. 

Asimismo, emerge el deseo de una casa propia como proyección de una experiencia de convivencia que busca arraigarse en un microuniverso hecho de ladrillos, o tal vez de madera. Mientras anhela que el sueño se materialice, Bolzán lo construye con palabras. La amalgama es la poesía. 

ESENCIAS

En diálogo con EL DIARIO, Bolzán repasó una serie de tópicos vinculados a su identidad como escritora y luego brindó pistas sobre la propuesta desplegada en el libro “Volúmenes reunidos bajo la luz”. 

−¿Por qué escribís?  

−Porque no sabría vivir de otra manera. La escritura es la herramienta que más al alcance tengo para comprenderme y comprender el mundo. En la infancia, empecé a escribir en diarios íntimos que funcionaban como bitácoras de mi vida personal y de crónicas de acontecimientos. Aún en la adultez, recomiendo este ejercicio porque colabora con organizar el caos del afuera. 

−¿Qué te acercó a la escritura como hábito?

−En primer lugar, un papá que, además de haber sido un gran narrador, me regalaba libros y me incentivaba a leer, y los relatos orales de mis abuelos que me ayudaron a entender cómo se contaban las historias. En segundo lugar, durante mi paso por la facultad, formalicé recorridos, involucrándome con la literatura y el periodismo. 

−¿Hay una búsqueda de un estilo en tu escritura?

−No sé si se trata de una búsqueda. Es algo más bien orgánico que se da a partir de lecturas y momentos de la vida. Sé, además, que a escribir se aprende escribiendo y leyendo en soledad y en compañía.

Todos podemos escribir, es una práctica laboriosa como cualquier expresión artística. Mi estilo está compuesto y atravesado por la mirada de las personas con las que me encuentro en talleres creativos e instancias de formación. 

−Escribir es, de alguna manera, eternizar. ¿Cómo se convive con lo escrito y lo publicado? 

−Es cierto que el escritor vive transformándose y en ese proceso dialéctico su escritura va mutando. Antes me daba temor el hecho de que eso escrito quedara como una cosa definitiva. Me preguntaba qué pasaría conmigo cuando ya no me encontrara en la forma en que abordé las historias. Ahora estoy amigada con mis textos, que en realidad ya no son míos porque los lectores se los apropian y los actualizan.  

−¿Por qué hacés poesía? 

−Es el primer lenguaje con el que me encontré. Creo que la poesía es como la madre de todos los discursos. Escriba lo que escriba, por debajo está ella. Tiene una forma, un ritmo, unos silencios, una respiración y una operación sobre las cosas del mundo que me genera encantamiento.

Has expresado que la poesía es un juego infinito. Sucede también que quienes escriben tienen un dossier limitado de palabras para hacer uso. En este sentido, ¿cómo se hace para encontrar las palabras justas? 

−Es como meter un elefante dentro de un dedal. Afortunadamente no se puede. Ese objetivo inalcanzable es justamente lo que nos hace escribir. Esa imposibilidad nos empuja a intentarlo una y otra vez. Todas las veces que se intenta, hay un poema. 

En su nuevo libro, Bolzán repasa las nociones de casa que la habitan. FOTO: Gustavo Cabral.

INTERSTICIOS 

−Recientemente has publicado tu segundo poemario, ¿qué hay allí de lo que venimos conversando? 

−“Volúmenes reunidos bajo la luz” es un acercamiento al concepto de la casa, es decir, de su espacio o arquitectura en términos concretos, simbólicos, afectivos y poéticos. En esta obra reflexiono sobre la historia de las casas de mi familia y de personas con las que compartí; cómo se organizan los cuerpos en esos hogares; qué tipo de cuerpos determinan los espacios; y qué vínculos aparecen entre los vivos y los muertos. 

Es un libro en el que trabajo desde 2019, investigando y rastreando historias. La pandemia me ayudó a repensar la noción de lo interior y lo exterior y la identidad de los hogares. Hay una frase de Le Corbusier que refiere al “juego sabio y magnífico de los volúmenes reunidos bajo la luz”. Esa cita condensa el sentido de lo que quería decir en mi poemario. 

−¿Qué inspiró tu inquietud por esa temática? 

−Mi papá, además de periodista, era Maestro mayor de obras. En nuestra casa siempre había planos y dibujos. Sutilmente, me irradió su gusto por lo espacial y lo material. 

Por esas casualidades de la vida, mi primer trabajo fue en el Colegio de Arquitectos de Entre Ríos, donde aprendí conceptos de urbanismo. La palabra y el espacio construido me fascinan porque me llevan a pensar en cómo puede influir el lugar que habitamos en la manera en que pensamos, sentimos y nos vinculamos. No es lo mismo vivir hacinados en una vivienda que en una casa que tenga un horizonte para mirar lejos. 

Mi libro está organizado por tópicos: casas vividas, por un lado, e imaginadas, por el otro. Corresponde que diga que al menos para mi generación es muy dificultoso conseguir la casa propia. Entonces, ante esta imposibilidad fáctica, se me presenta una serie de interrogantes: qué hago o cómo hacemos para alcanzar esa meta; cómo la imaginamos, es decir, dónde quiero vivir junto a mi hija y mi compañero. Si bien cuestiono, me enojo y reniego de ese derecho no garantizado, aclaro que no me refiero a la casa propia en términos de un bien burgués, sino a la casa propia afectivamente.

Pienso en ese universo desde la mirada de la maternidad. Me moviliza cómo criar infancias, en la posibilidad de poder ver lejos, salir de la ciudad, poder estar en contacto con la tierra, andar en patas, tener un patio que sea un espacio de libertad contenido, cuidar un perro. Esto con un departamento no sucede o es más difícil. 

Frente a los deseos no concretados, los poemas se presentan como una especie de conjuro, la forma de nombrar algo para que luego suceda.  

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