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El contexto cultural puede definir qué es ser padre hoy

Las condiciones de vida están poniendo en cuestión el rol tradicional del padre. FOTO: Melina Londero.

La reconstrucción de la historia de la paternidad moderna le permite a una investigadora concluir que la cultura reinante suele imponer la acepción más corriente de ser padre.

Redacción EL DIARIO

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Con la ambiciosa voluntad de reconstruir la historia de la paternidad moderna, la historiadora norteamericana Nara Milanich asume la tarea en una escala transatlántica fascinante que la lleva de los Estados Unidos a Italia y a la Alemania nazi pero también a Brasil y a nuestro país y muestra en el libro ¿Quién es el padre?, cómo a lo largo de la historia y en función de necesidades familiares, patrimoniales o estatales, aparecen criterios diversos para delimitar el vínculo. “Hoy, al momento de decir quién es el padre, el biologicismo está muy tensionado por los criterios sociales afectivos o por la idea de la voluntad procreacional”, señaló.

De visita en Buenos Aires por dos semanas para dar clases en la Universidad de Buenos Aires en el marco de la Beca Fullbright, Milanich apuesta -en una época signada por lo accesible que se han vuelto los tests de ADN- a arrebatarle la exclusividad a la biología para restituir historia y complejidad a la pregunta por el padre.

Dedicó su carrera como historiadora al estudio de la evolución del concepto de familia y es conocida internacionalmente por su enfoque interdisciplinario y su análisis profundo de las historias comparativas de familia y parentesco, infancia, género, derecho y desigualdades sociales. Con una formación académica en Historia Latinoamericana en la Universidad de Yale y una sólida trayectoria como profesora asociada de Historia en Barnard College, de la Universidad de Columbia, en los últimos años trabajó para indagar críticamente el papel de la paternidad en la sociedad contemporánea.

En su investigación ¿Quién es el padre?, se sumerge en una historia de la paternidad para explorar en profundidad hasta qué punto puede ser reducida a una mera relación biológica dictada por la ciencia. La investigación, que ha recibido elogios de colegas y lectores por abrir una nueva perspectiva, ahora se publica en nuestro país dentro del catálogo editorial Siglo XXI.

–Investigaste durante muchos años diferentes temas de la sociedad chilena. Y después, desde una óptica más amplia, te volcaste a la familia y la infancia. ¿Cómo llegó la pregunta por la paternidad?

–Visité por primera vez Chile en 1992 como estudiante de intercambio, justo después de la dictadura y llegué por un interés personal en los temas de política contemporánea. En ese marco, se dio mi primer encuentro con un archivo judicial, un mundo que encierra historias de telenovelas del siglo XIX. Ahí di con una serie de investigaciones sobre parentesco de niños y niñas y fue a partir de allí que empecé a explorar estos temas de parentesco que detrás tenían un mecanismo aceitado de reproducción de la desigualdad social.

Normalmente pensamos en la desigualdad como un tema de economistas, pero la mala distribución del ingreso tiene toda una serie de dimensiones socioculturales, familiares. Esa misma línea de trabajo fue la que me llevó, tantos años después, a rastrear la paternidad de América Latina, a Estados Unidos y Europa; todo esto viene de mi primera línea de investigación.

En esos años, conocí la polémica decimonónica alrededor de la idea de paternidad en aquellos archivos judiciales. Por otro lado, encontré una serie de tratados o textos médicos legales forenses de científicos latinoamericanos que entre 1920 y 1940 trabajaron en nuevos métodos para conocer al padre biológico a través de las huellas dactiloscópicas, de los dientes o los rasgos somáticos.

Más que por el relato biologicista, la paternidad vendría dada por cuestiones culturales. FOTO: Melina Londero.

Contrastes.

–¿Y cómo llegaste de esa idea de paternidad de los siglos anteriores a pensar un concepto más contemporáneo?

–Todo aquello fue como la primera llave para abrir este misterio porque de la prohibición del siglo XIX a indagar en la paternidad a la investigación científica del siglo XX se notaba una ruptura brusca. Y a través de esa investigación, busqué pensar qué es el parentesco hoy: ¿Es el del siglo XIX que se daba en términos socio afectivos o es el de los tratados médico legales, de principios del siglo XX? Mi conclusión es que estamos en un momento de mucha tensión entre los distintos modos de definir la paternidad, donde juegan ambos modelos.

“Al momento de decir quién es el padre, el biologicismo está muy tensionado por los criterios sociales afectivos”.

–Mucho se ha dicho sobre la diferencia entre dos maneras de pensar la paternidad: el enfoque biologicista y el constructivista o socioafectivo (la idea de que la familia está basada más en prácticas y sentimientos que en determinaciones biológicas). Es interesante cómo en tu libro se llega a la conclusión de que ni el enfoque biológico es siempre conservador, ni el socioafectivo es siempre progresista…

–Claro, durante la escritura del libro pude comprender que el contexto lo es todo, y que define la dimensión política de la tecnología. Los nazis son el ejemplo por excelencia del pensamiento biologicista y esencialista, que se apoya en la herencia genética. Pero miren qué curiosidad lo de las Abuelas de Plaza de Mayo: en un contexto completamente distinto, también abrazan en cierto sentido este esencialismo biológico, pero en su búsqueda de justicia. El descubrimiento del ADN no ha llevado a lo que en algún momento se esperó, es decir, la completa biologización de las prácticas. Siguen rigiendo definiciones anteriores. En este mismo momento hay grupos de defensa de los derechos de los hombres que sostienen aun sin estudios de peso que un 20 por ciento de los varones del mundo están criando a niños que en verdad no son propios. Y presentan proyectos de ley en algunos estados norteamericanos para que los test de ADN sean obligatorios y se testee a cada niño que nace. Pero no es que el ADN tenga alguna visión política intrínseca. También los feminismos han abrazado las pruebas de ADN porque abogan por la idea de una paternidad responsable, en busca de igualdad ante la crianza. Como vemos, según el contexto, la prueba de ADN puede ser una herramienta patriarcal o de igualdad.

–Existe actualmente una suerte de obsesión con descifrar el ADN de una persona que llegó gracias a cierta “democratización” de los tests, a los que ahora es mucho más sencillo acceder. ¿Es una forma de replantear por otros medios la vieja pregunta por la identidad?

–Sí, es como si hubiera una nueva indagación obsesiva y biologicista y la promesa de que una codificación nos puede decir quiénes somos, quienes integran nuestra familia, cuál es nuestra identidad y cuál es nuestra ancestralidad étnica. O sea, nos promete una verdad que la ciencia sola no puede leer, porque la verdad también es social, legal o incluso sentimental. Hoy, al momento de decir quién es el padre, el biologicismo está muy tensionado por los criterios sociales afectivos o, por ejemplo, la idea de la voluntad procreacional.

“La investigación ¿Quién es el padre?, se sumerge en una historia de la paternidad para explorar hasta qué punto puede ser reducida a una mera relación biológica”.

Itinerarios.

–Para la investigación trabajaste durante meses en la biblioteca de la carrera de medicina de la Universidad de Buenos Aires. Y también consultaste a infinidad de genetistas. ¿Cómo fue para una historiadora dialogar con el paradigma de la medicina?

–La historia de la ciencia es un mundo en sí, se estudia en departamentos especiales en cada universidad, pero una vez le presenté mi trabajo a una amiga que es historiadora de la ciencia, y me dijo algo que es cierto: de todos los interrogantes, los más interesantes siempre son sociopolíticos. Y mi aproximación es desde ahí, no tengo un discurso triunfalista sobre que la ciencia va a resolver todos los problemas de la humanidad, ni tampoco creo que la ciencia entrañe siempre el peligro de terminar en criterios nazis. Pero me interesa dejar en claro que la ciencia siempre se desarrolla en un contexto sociopolítico, y que, si bien tiene cierta autonomía, depende de las necesidades socioculturales, políticas y económicas de una época.

Para ser sincera, pensé que iba a encontrar un poco más hostilidad por parte de los científicos, pero no fue así. Durante una presentación del libro, la bióloga Mariana Herrera, del Banco Nacional de Datos Genéticos, decía que al leer la investigación reconocía absolutamente esas mismas tensiones en su propio trabajo en muchos casos que ha tratado.

–En el libro explicas que el pico de biologicismo alrededor de la paternidad se dio durante el nazismo. Desde una lectura local, la consagración del método genético ha permitido dilucidar la identidad de los desaparecidos e incluso determinar quiénes eran sus hijos. ¿Cómo es que la ciencia y la paternidad pueden cruzarse de maneras tan antagónicas?

–Sí, el caso de las Abuelas de Plaza de Mayo es súper interesante porque se suele pensar a la línea biológica como algo nefasto, muy vinculado a la raza, el genocidio y la exterminación. Las Abuelas, con un esencialismo biologicista de la identidad, consiguieron pruebas para recuperar a sus nietos. Entonces, contrastar lo que hizo el nazismo con la biología con muchos otros casos, como el de las Abuelas, me llevó a la conclusión de que las tecnologías científicas no tienen ninguna política intrínseca. El esencialismo biológico, en sí, no lleva a ningún lado, sino que depende del contexto social y político.

–¿Cómo se articula esta tensión alrededor de la idea de la paternidad con la nueva ola de feminismo?

–Los historiadores somos súper aburridos porque terminamos siempre diciendo que no hay nada nuevo bajo el sol. Si bien las tecnologías de reproducción asistida han creado nuevas formas familiares que se reconocen en la ley, la subrogación de vientre ha cambiado muchas cosas, el matrimonio de dos personas del mismo sexo ya no es algo fuera de lo común y se establecieron distintas maneras de definir la filiación que aunque parecen generar un escenario nuevo, las tensiones entre la biología y lo sociológico son las de siempre.

¿Dónde trazamos la línea que delimita la paternidad? Y bueno, eso se va dando en el cruce de los intereses del padre, de la madre, del niño y del Estado. Por ejemplo, en el nuevo Código Civil argentino se plantea la importancia de la voluntad procreacional para definir la paternidad, algo súper disruptivo pero que, en definitiva, se hace eco de una concepción del siglo XIX.

En cuanto al feminismo, todavía no está muy claro si las tecnologías que involucran al ADN colaborarán o no con la lucha. En América Latina, dialogan con el planteo feminista de que un padre biológico se tiene que hacer cargo del niño y está la idea de la paternidad responsable. Pero en India, en cambio, las feministas critican mucho el uso del ADN porque se ha vuelto un instrumento de hombres celosos que lo usan como arma en contra de sus esposas, pura misoginia respaldada por la ciencia.

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