viernes , 26 abril 2024
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Reminiscencias del respeto por la voluntad popular

Un largo camino ha debido recorrer la sociedad argentina para asegurar el derecho a elegir autoridades, a través de comicios. La historia nos permite conocer y valorar decisiones cruciales por la que algunos dirigentes entendieron que ganar una elección no daba privilegios especiales ni prerrogativas al partido del que se forma parte. Sin límites éticos, tener el sartén por el mango es un juego riesgoso.

 

Griselda De Paoli / Especial para EL DIARIO

 

Con la sanción de la Constitución Nacional en 1853 quedó proclamada la soberanía popular y precisado un régimen electoral que establecía el sufragio universal para los adultos masculinos mayores de edad, nativos o nacionalizados, disponiendo mecanismos y condiciones para acceder a los distintos cargos electivos.

Aún así, dichas condiciones recién fueron garantizadas seis décadas después, con la Ley Sáenz Peña, en 1912, que dispuso el sufragio secreto y obligatorio, para los varones. Las elecciones eran el mecanismo fundamental para su ejercicio.

Para lo que queremos compartir hoy, debemos considerar que la nuestra es una sociedad de raíces multiculturales con un alto grado de integración social, religiosa, étnica, a la que aportaron también vascos y catalanes desde la conquista, la etapa colonial. De hecho, ya avanzado el medio siglo XIX, el Primer Censo Nacional señala que los vascos, por ejemplo, representaban el 2,57% de la población de Entre Ríos.

Sabemos que entre 1860 y 1914, el aumento de la inmigración fue notable y los censos nos los muestran como maestros, profesores, poetas, periodistas, militares, deportistas, ganaderos, caleros, gobernadores, legisladores y ministros.

Viene al caso saber lo que relata Ricardo Marcó Muñoa en Los vascos en Entre Ríos (2000), respecto a que “en la participación en la política y en la acción de gobierno se incluye la actuación de inmigrantes de este origen, a partir de la independencia y fundamentalmente a partir de la institucionalización de la provincia”.

Un claro testimonio de esa actuación es el cuadro de Emilio Caraffa, titulado El pasaje del Río Paraná por el Ejército Libertador del Gral. Urquiza. La obra puede admirarse en la pared norte del Salón Blanco de la Casa de Gobierno, en el que están representados entre otros, militares vascos que actuaron en Caseros: Urquiza, Urdinarrain, Galarza, Lescano, Basavilbaso, Virasoro, Araoz de Lamadrid, Garmendia y Sarmiento. De todos modos, Marcó Muñoa señala una omisión en las representaciones, como la del Coronel Martiniano Leguizamón.

Dicho esto, compartimos el relato de E.A. Refino, Bosquejos paranaenses (1956), que nos trae ese protagonismo al siglo XX. Lo tituló Entrerrianos, catalanes y vascos.

“Dice uno de nuestros más calificados historiadores (Pérez Colman), refiriéndose al poblamiento de la provincia: ‘a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX arribaron a Entre Ríos numerosos contingentes de pobladores, de significativa condición cultural y económica. Los apellidos de esas familias, así como los de sus antecesores en la colonización de nuestras tierras, revelan que en gran parte eran vascos y catalanes, aún cuando estaban bien representas las demás provincias españolas’.

“Recordamos el antecedente con vistas a la coincidencia que resaltará después, y avanzando poco más de un siglo llegamos al año del Señor de 1914, de trágico recuerdo en la historia del mundo.

“Nuestra Entre Ríos, vivió intensamente ese año de 1914. Corriendo él, se cumplió el primer centenario de la creación de la provincia. Sus efemérides registran otros sucesos importantes, y por último el más notable, dramático para muchos, la producción de un vuelco completo en la situación política provincial.

“En las lides democráticas, estas alternativas suelen ser hoy cosa corriente, de mayores o menores efectos circunstanciales; pero en aquella época, en Entre Ríos, el cambio traía la apertura de una nueva era, para su historia política y su vida institucional; ello era conciencia de todos.

“De los mencionados, fue el hecho que atrajo la mayor atención pública, tanto vernácula como exterior. A él nos referimos finalmente.

“Paraná, por su condición de ciudad capital, resultó ser el principal foco, tanto como índice de las múltiples ideas, sentimientos, acciones y comentarios provocados por la nueva situación. Y entonces apareció cierto juego de palabras y alusiones, no menos ingenioso que oportuno, el cual se difundió con rapidez. Referíase al hecho notorio de que, entre los estadistas, funcionarios, y en general, dirigentes del partido desplazado, figuraba buen número de ciudadanos descendientes de familias con apellidos catalanes, y que en los cuadros triunfantes ocurría algo paralelo, con la variación esencial de que allí predominaban los nombres gentilicios de cepa vascongada.

“Con todo lo cual se concretaba luego esta noticia asombrosa;

–¡Tenemos en Entre Ríos un trasplante de regionalismo hispánico! – Invariablemente, el desprevenido que lo oía preguntaba:

–¡Hola, ¿Cómo es eso?

–Pues, ¡que los vascos le han quitado “el mango de la sartén” a los catalanes.

 

Pese a lo cual, el discurso del gobernador electo Miguel Laurencena ante la Asamblea legislativa (1-10-14) nos trae consideraciones para aquella realidad, que sin duda podrían ser útiles hoy: “No obsta al propósito de obtener la equiparación efectiva de todas las actividades ciudadanas, el natural derecho que asiste al gobernante de apoyarse en el partido propio, pero esta declaración me obliga de inmediato al compromiso solemne que contraigo sin violencias, porque encuadra en viejas convicciones de mi espíritu, de no corresponder a ese apoyo, con recursos que por ser del gobierno, pertenecen a todo el pueblo y cuya prestación a determinado partido, desnaturaliza y pervierte la esencia y las formas del sistema representativo, que consagra el gobierno por las mayorías, pero que consagra el gobierno para todos.

Reconozco a los partidos triunfadores el derecho a hacer prevalecer en el gobierno, sus tendencias, pero les niego el derecho de crearse ventajas de otro orden, capaces de desmembrar la legítima posición de las agrupaciones vencidas”.

“Los partidos triunfadores el derecho a hacer prevalecer en el gobierno, sus tendencias, pero les niego el derecho de crearse ventajas de otro orden”.

 

 

 

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