Las consultas sobre tiempo de cocción, modos de sazón y cantidad de materia prima por comensal suelen dominar la conversación en la pescadería.
De pronto, sin romper del celofán del silencio, un colaborador aparece con una fuente de empanadas y la coloca a reparo del calor. Luego, otra auxiliar hará el mismo caminito con un pedido embolsado, adornado con un rectángulo de papel en el frontis que tiene un nombre y un número en pesos para la cobranza. No hay más sonidos que esos: la puerta de la heladera cuando se traba, el tintineo de las alteradas cortinas, el golpe seco sobre la carne posteándose y la charla en cuentagotas que se despliega entre un qué va a llevar y el hasta mañana.