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    Claretta, leal al Duce en la vida y ante la muerte

    La historia de Claretta Petacci en la vida de Benito Mussolini ayuda a entender el lugar que el fascismo le otorga a la mujer. Pese a ser sólo su amante, Claretta se mantuvo fiel al Duce (caudillo en español), incluso cuando fue detenido y ajusticiado.

     

     

    Angelina Uzín Olleros

    Especial para EL DIARIO

    A “la Petacci” podemos encontrarla con diferentes nombres: Claretta, Clara o, como figura en su partida de nacimiento, Clarice. Pero en la familia la llamaban simplemente “Etta”.

    Sus padres fueron Francesco Saverio Petacci, médico del Vaticano, y su madre Giuseppina Persichetti. Hasta aquí no decimos nada que haya pasado a las páginas de la historia sin nombrar a su amante, Benito Mussolini, casi treinta años mayor que ella, quien se había propuesto convertirse en “el César del siglo XX”.

    Mauro Suttora, autor del libro Mussolini secreto, afirma que “la Claretta Petacci había sido educada en el culto a la personalidad del Duce. La suya era una familia fascista. Cuando conoció a Mussolini ella estaba a punto de casarse con el teniente de la Aviación Militar, Riccardo Federici, algo que efectivamente hizo. Al comienzo la relación entre Claretta y el Duce fue platónica, ella comenzó a mandarle cartas de amor, que no tuvieron respuesta al principio, pero luego la relación se volvió carnal.”

    Durante cuatro años Claretta le fue infiel a su marido con Mussolini, separándose en el año 1936. Tuvo momentos de felicidad con el Duce, pero también de profundo dolor, como cuando perdió un embarazo compartido. Rachele Guidi, la segunda esposa del Duce, conocía ese affaire, pero no consiguió que los amantes se separasen.

    Por cierto, existe una profusa literatura biográfica sobre Mussolini y sus mujeres -esposas, amantes, amigas, jóvenes y no tanto, aristócratas y plebeyas, liberales o anarquistas- aunque dicen que a él le atraían mucho las que provenían de la burguesía. Tuvo romances con italianas, pero también con extranjeras.

    Conviene recordar que, en la Italia de Mussolini, como en la Alemania de Hitler o en la España de Franco, se promulgaron leyes que regulaban las relaciones entre el hombre y la mujer. La condición femenina estaba signada por el destino de convertirse en una buena ama de casa y que participasen del régimen dándole el apoyo; debían tener muchos hijos y convertirse en madres abnegadas, dispuestas a renunciar a todo por el bienestar de la familia. Esto sería beneficioso para el crecimiento demográfico y el mejoramiento de la raza; al mismo tiempo, el nacimiento de hijos varones produciría un incremento en el número de obreros y soldados.

    Es bueno señalar que para el fascismo existían dos clases de mujeres con cánones deserotizados de belleza. En el libro de Gian Carlo Fusco, Mussolini y las mujeres, se afirma que “Mussolini distinguía entre las mujeres útero (la esposa) y las mujeres vagina (sólo para el sexo). Se reprimieron las diversas formas de solidaridad de género, que antes habían promovido los grupos feministas. Y tanto la mujer como el hombre fueron encuadrados desde pequeños hasta la edad adulta en distintas y estructuradas organizaciones.”

    Al principio Claretta era una de tantas, pero consiguió convertirse en la amante casi exclusiva, pero nunca la única. Ella escribió varios Diarios en los que hablaba de él como personaje principal de toda su existencia y en 1938 redactó ochocientas páginas en el texto que fue publicado y leído por varias generaciones. En ese libro Claretta confiesa el exacerbado antisemitismo y racismo de Mussolini. “Judíos, pueblo maldito, los exterminaré a todos”, comenta que le escuchaba decir.

    En 1938, el Duce impuso leyes antijudías, cuatro años antes de que Hitler comenzara con la Solución Final. Claretta también cuenta en ese Diario que Mussolini le dijo “pero Hitler no es nadie comparado conmigo. Yo soy el que le enseñó a ser un nazi. Soy su maestro. Él conduce Alemania, pero yo estoy construyendo Italia desde cero; en cambio, la potencia industrial de Alemania, en definitiva, ya existía cuando Hitler llegó al poder.”

    Pasquale Chessa, autor del libro El Duce Benito Mussolini, habla de Claretta en estos términos. “No es la amante estúpida que espera la llegada del Duce. No es una inocente. Es fascista, antisemita, convencida de todo esto en su fuero interno. Es justamente el fruto de la cultura, la educación burguesa-fascista; al fin de cuentas, una mujer terrible, que cree en el fascismo.”

    Claretta Petacci, la amante de Mussolini que quiso morir con él.

    El final

    Como se sabe, Italia quedó dividida en 1943 cuando el Gran Consejo Fascista, ante la crisis militar, votó en contra de Mussolini. Lo detuvieron y llevaron a un hotel en los Apeninos. Había dos bandos irreconciliables; hoy dirían “una grieta”: el que estaba conformado por los fascistas de la RSI (República Social Italiana) apoyados por Alemania, y los antifascistas de la Resistencia. Esto desembocó en una guerra civil de dos años, en la que participaron el avance aliado por la península italiana y la ocupación alemana del norte.

    Carmen Llorca, en el libro Las mujeres de los dictadores, comenta que “Mussolini se trasladó a Milán el 25 de abril de 1945; Claretta lo acompañó y luego lo siguió a Como. Desde allí se intentó la fuga en compañía de fascistas fieles y alemanes. El día 27 la columna que se dirigía al norte fue detenida por los partisanos. Mussolini y Claretta fueron capturados junto a jerarcas fascistas.”

    Los fusilaron el 28 de abril. Claretta Petacci hubiese podido salvar su vida, pero no quiso y gritaba frente al coronel Valerio que Mussolini no debía morir. Los colgaron de cabeza, la muerte de esa mujer no le importaba a nadie, salvo a un fraile que le sujetó la pollera para que, yaciendo boca abajo, no se le vieran las piernas.

    Mussolini afirmaba que a una mujer no se la podía amar más de tres meses. Sin embargo, a la hora de su muerte estaba ella, Claretta, obstinada y fiel, de la cual nunca pudo separarse a pesar de sus esfuerzos. En las tantas crónicas que se han escrito sobre él, sus biógrafos coinciden en que le hubiese gustado estar solo en ese supremo momento de la muerte. Pero Claretta decidió estar a su lado y morir junto a él, circunstancia que el dictador no pudo evitar.

    Con luz propia

    La idea de “Las otras en nosotros” es poner la lupa en biografías de mujeres que en otro tiempo y en otro lugar acompañaron a personajes célebres de la historia: fueron hijas, hermanas, esposas, amantes, maestras, que brillaron con luz propia, pero quedaron recordadas en un segundo plano y hasta fueron olvidadas por las crónicas de época o tímidamente mencionadas.

    La mayoría de los casos guarda relación con esta circunstancia, la de pertenecer a un círculo de ámbitos como los de la ciencia, la política, el arte, y las organizaciones sociales. Sin embargo, también haremos referencia a mujeres que, por su carácter temerario, sus aventuras fuera de lugar o su intrepidez quedaron fijadas en un imaginario popular que alimentó esos mitos con anécdotas y relatos que otorgaron rasgos ficcionales a sus personalidades o actuaciones.

     

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