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lunes, marzo 20, 2023
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    Fernando Peña, nacido para romper los límites pacatos

    Actor, guionista y también periodista, Fernando Peña fue un “animal de radio”, como se dice en la jerga, que desbordó en la literatura, la televisión y el teatro su capacidad irreverente de dejar en evidencia lo que la sociedad prefiere no ver. No fue solo un exquisito imitador de personajes reconocibles en cualquier ciudad: fue un exponente contracultural único, que aún hoy se lo recuerda.

     

    Alejo Román Paris

    Especial para EL DIARIO

    A lo largo de la historia, la radio, como medio de difusión, ha inspirado diferentes metáforas. Una de ellas, sin dudas, fue aquella que la expone como instrumento mágico. Aprovechando la ausencia de imagen en nombre de la fantasía, los sonidos tejen la trama en el aire. Las audiencias aceptan el código, y entran en el juego. En el ritual, las leyes universales suspenden su certeza y lo posible ya no es suficiente. En la radio, una persona se puede multiplicar. Una voz puede dar vida a muchos personajes o criaturas, como el actor y conductor uruguayo Fernando Peña prefería llamarles a los suyos, a los que incluso integraba en conversaciones desopilantes e inverosímiles.

    En efecto, la creatividad de Fernando Peña llenó de magia el éter. Sus personajes entraban en acción en conversaciones fluidas, donde ni la audiencia más sagaz podía imaginar que todas esas voces eran en realidad el vestuario vocal del mismo hombre. Hasta que el hombre se hizo leyenda. Es que Fernando Gabriel González Peña Mendizábal, forjó su mito jugando a probarse distintos disfraces para su voz.

    Nació en Montevideo, Uruguay, el 31 de enero de 1963. Pero había sido concebido en París, en la misma luna de miel donde su padre y su madre habían decidido separarse. Según se ve, desde la concepción misma, fue marcado por la contradicción.

    La madre de Fernando Peña (María José Malena Mendizábal) fue actriz; su padre (José “Pepe” Peña), periodista deportivo. A los 7 años, él y su familia cruzaron el Río de la Plata para radicarse en Buenos Aires. Tanto en su Montevideo natal, como después de cruzar el río, asistió a colegios británicos. Esa formación le sirvió luego para dar clases de inglés. Después de eso, pero antes de saltar a la fama, trabajó como comisario de a bordo en una importante aerolínea estadounidense.

    Allí, su camino de cruzó con el del locutor y presentador Lalo Mir, que era pasajero en un vuelo donde el artista uruguayo ejercía sus labores. Lalo se sorprendió al enterarse que la voz femenina con acento cubano que se había identificado en el altavoz como Milagros López era en realidad Peña, impostando su registro para dar vida al personaje. Fue entonces cuando Mir le propuso grabar algunas participaciones para el programa Tutti Frutti, de Radio Del Plata. Así, desde un avión, a varios metros de altura, Fernando Peña se decidió a cruzar el Rubicón para expandir su espacio de poder, como hizo Julio César en el año 49 antes de Cristo al declarar la guerra a Roma.

    Transgresor

    Además de una enorme carrera en radio, Fernando Peña supo volcar su capacidad actoral a la televisión y al teatro. Incluso escribió para el periódico Crítica Argentina, y fueron editados tres libros de su autoría.

    A lo largo de su vida, en general, y de su carrera, en particular, Peña ha transgredido los límites como si fuera una norma de su conducta o incluso un método artístico. Desde el recordado enfrentamiento con Luis D’Elía, hasta apuntar con un arma a Mirtha Legrand en su célebre mesa. Fernando Peña desafío todos los límites. Sin embargo, quizás ninguno de esos episodios (ni de otros que fueron omitidos) estarán a la altura de la transgresión que significó hacer dialogar a sectores sociales tan lejanos entre sí.

    En el legendario programa El Parquímetro, y en una dinámica donde no se adivinaba la impostación, Peña frotaba la lámpara y sus criaturas ejecutaban las travesuras. Retratos de arquetipos de las clases sociales argentinas y de algunas de las minorías sexuales de entonces, forjados bajo el mismo germen trasgresor, convivían en conversaciones que no ofrecían pistas de ser lo que realmente era: un solo hombre detrás de todas esas voces. De manera que el diálogo de los personajes que interpretaba Peña era una alegoría del que no había en la Argentina de entonces: la obra de arte como manifestación del inconformismo del artista.

    Fernando Peña fue un personaje fantástico dentro de un escenario mágico, como la radio. A punto tal que llegó incluso a profetizar el año exacto de su propia muerte. Portando el disfraz sonoro de Ricardo Alfredo Ñuñoa Cruz (mejor conocido como Dick Alfredo), una de sus cómicas criaturas, predijo que moriría en 2009. Y en efecto, así ocurrió. La curiosa pieza todavía puede escucharse a través de la cuenta de Spotify de Radio Metro, así como sigue reverberando la voz del propio Peña en el podcast titulado Peña está vivo. Ya se dijo que la radio hace magia, y así es.

    Refugio y legado

    Dejando de lado el juego metafórico, corresponde señalar que la muerte encontró al artista uruguayo el 17 de junio de 2009. Falleció después de batallar contra un cáncer de hígado, agravado por ser portador de VIH. “La gente que vive apasionada muere joven”, había dicho años atrás, cuando parecía haber el suficiente recorrido para distraerse en el camino. Sin embargo, aunque murió joven, Peña no se distrajo. Peleó hasta el final. La radio, el mágico universo de sus criaturas, fue su refugio. No solo en la enfermedad, en la vida. “Yo a la locura la despliego en el escenario, le tengo pánico a esa gente contenida, tan compuesta”, supo decir. Así fue que sus artificios, máscaras y disfraces fueron la dosis necesaria de locura que debe ser exorcizada para no morir de la cordura aparente que disfraza el delirio.

    A Peña no lo mató el desvarío, pero sí la enfermedad. A su legado, sin embargo, lo mantiene con vida la legión de seguidores de siempre y los que gracias a ellos lo descubren y admiran. Más allá de los homenajes, como el que le rindiera Radio Metro al bautizar el estudio principal con su nombre, hay un mensaje que todavía late fuerte. En un contexto donde el diálogo parece haberse vuelto una quimera, el arte de Fernando Peña reverbera con fuerza e intensidad.

     

     

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