Hace 70 años, Rosa Vera llegó a “La Pasarela”. Del otro lado del ferrocarril, creció una ciudad al servicio del casco céntrico, llena de injusticias y desigualdades. En 1980, junto a otras vecinas se organizaron y fundaron el Club de Madres y Abuelas de Barrio Belgrano, con la intención de dar respuestas a las necesidades de la gente; y en especial, de los chicos.
Gabriela Gómez del Río / [email protected]
Rosa cumplirá 90 años el 22 de agosto próximo, y ya está pensando en cómo será el festejo junto a sus cuatro hijos, once nietos y cuarenta bisnietos en el corazón del barrio Belgrano. Desde el living de su casa en calle General Espejo a metros de Pronunciamiento, donde funciona el merendero de la entidad, Rosa saluda a los vecinos que detienen su paso para charlar con la abuela. Allí recibió a Bien! y dijo: “Nuestro trabajo tiene que servir para que los hijos, los nietos y los bisnietos sigan adelante”.
Rosa nació en Las Cuevas, departamento Diamante, y un amor fue la causa de su partida a la capital provincial, donde se casó con Juan a los 16 años. Una historia con desavenencias y una viudez a temprana edad, la llevaron a criar sus hijos sola, detrás del ferrocarril, en el barrio elegido por el trabajo de su esposo.
–¿Qué recordás de tu niñez?
–Tuve una infancia feliz. Mi papá trabajaba en el ferrocarril y tengo muchos recuerdos de viajes en tren a distintas partes.
–¿Cómo era el barrio Belgrano cuando llegaron?
— Yo me vine para acá con mi marido. Después, cuando nació mi primer hijo, recién me casé. Era un barrio muy pero muy pobre. No había casas, no había nada en ese entonces, era campo.
Acá se veían cosas que no tenías que ver, prostitución, policía, el ejército… Acá existía mucho la muerte, nadie sabía quién lo mató, ahí quedaba y la policía no hacía nada, no entraba porque tenía miedo, no querían venir.
Tengo que decir que mi marido no me tocó bueno. Anduvimos muy mal. Pero igual yo seguí adelante y nunca nos separamos. Lo amaba mucho.
Las viviendas
Entre 1973 y 1974 se adjudicaron los terrenos para 90 casas en el barrio Belgrano. Los vecinos fueron quienes levantaron sus propias viviendas. Entre éstas se encontraba la de Rosa, en calle General Espejo 82, sede del club y del merendero “Nietito Fuerte”.
“Fueron los vecinos quienes hicieron las casitas. Toda la gente empezó a trabajar. Eso no lo hizo un gobierno ni lo hizo un político, lo hicimos nosotros. Sabíamos que queríamos casas, ya no queríamos vivir en ranchos. Queríamos cambiar el lugar y lo teníamos que hacer los viejos porque la gente nueva que venía, no quería hacer nada. En aquel entonces, vivían las familias Figueroa, Cisneros, Bravo y Martínez.
–¿Cómo surgió el Club de Madres y Abuelas?
–Fuimos un día de picnic, de viaje a Colón. Por primera vez salimos del barrio. De ahí trajimos la novedad de trabajar para el barrio. Estábamos con Velia –ya fallecida y socia fundadora junto a Rosa–, y le digo o me dijo ella, no me acuerdo: “Qué lindo sería juntarnos y empezar a trabajar para el barrio y hacer cosas para que el barrio salga adelante”. Desde ese momento, nos unimos y no paramos más. Cuando veníamos de Colón, armamos todo esto del Club de Abuelas.
En 1980 comienza a forjarse el club de Abuelas. “Después de Colón, ya empezamos con el mate cocido, con la leche y con el pan. Todo lo pagábamos nosotras, hacíamos alguna rifa y todos ponían un pesito. El viaje habrá sido en el 79, y en el 80 empezamos a trabajar más organizadas como Club de Abuelas”, narró Rosa.
“Siempre dije que nuestro trabajo tiene que ser un comienzo para que los hijos, los nietos, los bisnietos sigan adelante. No queremos dar de comer, únicamente. Queremos la comida para los chicos, y que ellos tengan sus actividades, que entren al comedor y haya muchas cosas que puedan hacer. Queríamos que tuvieran su infancia en el barrio, que estudien y que pudieran hacer las cosas que les gustaban, que aprendieran a tocar la guitarra y que tuvieran una maestra”, expresó Rosa. Y agregó: “Nosotras, las abuelas, logramos en este barrio lo que nadie logró. Nos organizamos solas y enseñamos muchas cosas acá. Las abuelas dejamos todo, hicimos muchas cosas para la gente”.
El bienestar de los chicos, de los nietos del barrio las llevó a formar el comedor, el merendero “Nietito fuerte”, que también funciona en la casa de Rosa. “No sólo es cuestión de darles un plato de comida y que se vayan a la casa. Los chicos tienen derecho a estudiar, a divertirse, a vestirse, derecho a todo”, remarcó Rosa en relación a los objetivos de la asociación.
Actualmente, sólo se entregan las viandas y la leche para los chicos. Por falta de plata se suspendieron los talleres. Allí chicos y grandes han aprendido costura, panificación y audio, entre otras cosas. Hoy, sólo funcionan los talleres de apoyo escolar y artesanías.
“Una historia grande”
Rosa ya no es la presidenta de la asociación civil Club de Madres y Abuelas de Barrio Belgrano, su lugar lo ocupa una de sus hijas, Lucrecia Cisneros. En esta familia la solidaridad se hereda y se practica.
Hace 14 años pusieron un granito de arena en otra zona de la ciudad, en el barrio San Martín, en inmediaciones del Volcadero. Allí, por iniciativa de su hijo José formaron otra sede de esta ONG.
“La mía es una historia grande porque siempre he estado activa. Me ha gustado mucho ayudar, hacer cosas para la gente del barrio. Parece que he sido buena porque cuando llego al barrio San Martín, a Diamante y a Las Cuevas, donde nací, salen a saludarme. He sido una persona muy humilde, pero creo que muy buena, y eso ha gustado mucho. Siempre me interesó poder ayudar. Me parece que estoy más entusiasmada de vieja que de joven, -dijo entre risas.
“He vivido mi vida para la gente, he trabajado para el barrio. Dios me ha iluminado, me ha dejado que siga con mis cosas. Es tan lindo, porque yo no tenía nada y hoy la casa que tengo es gracias a mis hijos. Quedé viuda muy joven. Mi marido no me dejaba que esté con mis cosas, pero yo me llevaba todo por delante porque quería avanzar. En la pobreza, en la miseria y todo, mis hijos se criaron bien, a la par mío”, confió Rosa.
–¿Qué pasaba en el barrio, qué necesidades había cuando se formó el club?
–Había mucha pobreza, por eso decidió organizar el merendero. Esto lo logramos todos nosotros.
Lucrecia comentó que el espacio que ocupa el comedor, en el domicilio de Rosa, fue donado por su madre. Y destacó: “Antes al comedor venían todos los días los chicos a comer, pero después ya no se pudo. Ahora se hacen viandas para cerca de 300 personas y pasan a retirarlas. Acá no viene nadie a traernos nada”.
En barrio San Martín
“Tenemos otro comedor más, allá abajo en el barrio San Martín –-en cercanías del Volcadero. Allá no había nada, todo era barro”, expresó Rosa.
“Hicimos la casa, se hizo el proyecto, tuvimos la suerte de ganarlo y nos fuimos a dar una mano allá. Juntamos ropa, juguetes y leche. Antes el Gobierno nos mandaba cosas, muchos años atrás, pero ahora se cortó y sólo nos envía la Nación, es el único apoyo que tenemos. Nunca nos dieron algo, nunca nos ayudaron”, lamentó Lucrecia.
–Un merendero, que como tantos otros, surgió para ayudar a un montón de gente que no podía satisfacer sus necesidades básicas. Algo que se creía pasajero y ya tiene más de 40 años…
–Así es, esto surgió para ayudar a un montón de gente que no llegaba a fin de mes, uno piensa que va a pasar, que va a ser momentáneo y cada vez estamos peor, cada vez alcanza menos la plata. Hay que hacer la comida y no alcanza. Hay mucha gente que necesita un plato de comida, pero los montos no alcanzan para cubrir tanto. Ahora ya no hay chicos, como hace 20 años, que esto era impresionante, –comentó Lucrecia.
Las drogas
“Esto era lo peor que había, acá tienen cuatro, cinco, seis hijos, y de distintos papás, y ahora con problemas de drogas. Esto era un hormiguero. El problema del barrio es la droga, se ven muchos chicos desde 11 años metidos en eso, que vienen y te piden plata. La droga es terrible, acá hay mucha”, remarcó la abuela.
–¿Rosa está contenta con lo que ha hecho en el barrio?
–Claro que estoy contenta. Siempre he sido de ayudar, y siento que me quieren mucho por todo eso. Dicen que hay gente mala acá, y para mí no es así porque siempre han sido muy buenos conmigo y con mis hijos.
Más recursos
Lucrecia, quien es la actual presidenta de la ONG, dijo: “Precisamos lo mismo de siempre, recursos para que el merendero pueda andar mejor y que vuelvan los talleres. Acá se aprendían muchas cosas, y es muy importante para que los chicos estén ocupados”.
Con la Universidad
Las mujeres del barrio Belgrano desde hace varios años que vienen contactándose con estudiantes y docentes de la Facultad de Trabajo Social y de la Facultad de Ciencias de la Educación, de la Universidad Nacional de Entre Ríos. Con distintas propuestas de extensión, la casa de estudios ha llevado a cabo acciones en esta zona ubicada detrás del Ferrocarril.
“Siempre vienen las chicas a ayudarnos, todos los años”, destacó Rosa.
Las sandías
Juan Carlos, el hijo mayor de Rosa, llega a la casa y le dice a su madre: “¿Le contaste de las sandías y el carro?”. Hay miles de anécdotas en la vida de Rosa, como la de las sandías.
“Un día salimos a vender sandías en carro para juntar plata para el barrio. Íbamos a los rebotes en el carro y traíamos para vender acá, también”, aportó a Bien!
Bio
Rosa Vera nació el 22 de agosto de 1933, en Las Cuevas, Diamante. A los 16 años se casó con Juan Cisneros, empleado del ferrocarril y enviudó muy joven. Tiene cuatro hijos, Juan Carlos, Mirta, Lucrecia y José María, 11 nietos y 40 bisnietos.
En 1980 organizó el Club de Madres y Abuelas de Barrio Belgrano, el comedor Nietito Fuerte. La asociación civil hace más de 10 años que tiene una sede en el Barrio San Martín, donde asiste a las familias del Volcadero.
Es una de las fundadoras del Movimiento Social de Mujeres de la provincia de Entre Ríos, ha participado desde los inicios de los Encuentros Nacionales de Mujeres. “Hemos recorrido casi toda la Argentina, con esfuerzo y trabajo”.
Trabajó durante 15 años de maestranza en la Escuela Hebrea.
Hobbys: le gusta coser, hacer almohadas y acolchados. Además, dedica parte del día al cuidado de las plantas.