Una sociedad que empuja a las personas a ensimismarse en la búsqueda desesperada de logros personales y un contexto en el que las familias y los entornos presentan dificultades para brindar un acompañamiento adecuado, hacen que la depresión sea una dolencia cada vez más extendida.
Valeria Robin
La depresión es una patología que está mucho más presente de lo que uno imagina. El ritmo de vida y el tipo de vínculos humanos que establece nuestra época, hacen que la afección se vaya instalando y que el entorno de la persona lo minimice o directamente no lo advierta, hasta que sobreviene un evento extraordinario.
Los procesos que llevan a la depresión son complejos porque no dependen solo de causas individuales sino también de la relación que establece la persona con su historia y con el medio.
En general, se suele confundir la depresión con la tristeza y la falta de voluntad, pero la problemática es mucho más profunda.
Dado que se trata de un tema sobre el que cuesta hablar con autoridad, EL DIARIO entrevistó al psicólogo Sergio Brodsky, que además integra la Red Provincial de Prevención del Suicidio. Lo que sigue es un extracto de la conversación mantenida.
–Cuando se habla de depresión, ¿a qué nos estamos refiriendo?
–Un cuadro depresivo es un padecimiento anímico. Suele ser confundido con la tristeza o el desgano. Sentir tristeza o no tener voluntad son derechos que tienen las personas. Se trata de estados pasajeros derivados por una angustia, por una frustración, por nostalgia, por una pérdida, por una sensación de malestar; incluso, es positivo que nos demos el lugar de experimentar la tristeza y el desgano cuando las circunstancias lo ameritan. Pero la depresión
es un padecimiento más profundo, aunque muchas veces se manifieste como tristeza o desgano.
La definición de la Organización Panamericana de la Salud puede servir de referencia. Para ella, la depresión es una enfermedad que se caracteriza por una tristeza persistente, por la pérdida de interés en las actividades que la persona disfrutaba y por la incapacidad para llevar a cabo la rutina diaria.
El predominio que ha ido ganando la comunicación interpersonal virtual y el reciente escenario de aislamiento que provocó la pandemia, ha recrudecido los cuadros de depresión, y los más jóvenes parecen ser los más afectados.
–¿Qué sería una tristeza persistente y cómo se manifiesta el desgano?
–Cuando nombro la tristeza persistente me estoy refiriendo a una amargura profunda, a un dolor desbordante; de pronto, por más que lo intente, la persona no le encuentra el gusto a cosas que antes disfrutaba. Hay un desinterés por el mundo en general, hay un retraimiento, un ensimismamiento; aparecen dificultades para comer o para dormir. En el caso de la depresión, estos elementos se integran no de manera circunstancial por un hecho puntual, sino que permanecen en el tiempo.
Por su parte, el desgano se manifiesta como una ausencia de voluntad: no tener ganas de hacer absolutamente nada, hay una pérdida del cuidado de sí, una dificultad para establecer lazos con los otros, reinan sentimientos de pesimismo, y se tiene una mirada oscura y sombría sobre el futuro.
Hay un texto revelador del padre del Psicoanálisis, Sigmund Freud (1856-1939), que se llama Duelo y melancolía. Tengamos en cuenta que la melancolía de Freud es lo que hoy llamamos depresión. Allí él produce una distinción sustancial. Por un lado, define que el duelo normal es una reacción frente a situaciones de pérdidas que son elaboradas, transitadas en el tiempo,
procesadas y finalmente superadas; mientras la depresión es un padecimiento anímico que se vuelve patológico y que deriva en una enorme disminución del amor propio. Dicho en otras palabras, el sujeto se percibe inútil, se siente que sobra, que no sirve para nada, que nadie lo quiere, que no tiene nada valioso y que nadie se preocupa por él. De ahí que en la depresión aparezcan las ideas de suicidio. De hecho, que la persona con depresión tenga ideas suicidas es una señal de que está en riesgo su vida. En la depresión la persona sufre; entonces, lo mejor que pueden hacer quienes la rodean es no minimizar manifiesta, y buscar asistencia profesional.
Mapa conceptual
–¿Hay una tipología de depresión?
–En el intento por estudiar el fenómeno se han reconocido distintas formas de depresión. En ese sentido, son valiosas las distinciones académicas, pero me interesa subrayar la singularidad de cada caso y el hecho comprobado de que las causas de esta afección son múltiples y complejas.
De todos modos, podemos repasar algunas de esas clasificaciones. La psiquiatría clásica habla de la depresión endógena y de depresión reactiva.
La endógena tiene un origen biológico, que guarda relación con la predisposición genética. Es la conocida habitualmente como melancolía o tristeza vital, y no suele tener un vínculo directo con experiencias estresantes o negativas.
La reactiva o psicosocial es originada por acontecimientos estresantes como la muerte de un familiar, problemas laborales, malas relaciones, separaciones, o enfermedades graves.
El tercer tipo es conocido como depresión secundaria, y deviene de enfermedades orgánicas o el uso de ciertos fármacos.
Otros distinguen una depresión asintomática, y una depresión involutiva. La asintomática deriva de perturbaciones orgánicas. Se trata de un tipo de depresión donde los síntomas depresivos quedan en un segundo plano, debido a que la persona se centra en los síntomas físicos. Por este motivo, la persona suele visitar a diferentes profesionales buscando un origen físico y no psicológico de su malestar.
La involutiva, en cambio, se suele presentar en la tercera edad. Afecta a personas con o sin antecedentes psiquiátricos. Lo habitual es que esta depresión se presente en personalidades retraídas, o dependientes. El riesgo que tiene esta depresión en especial es que generalmente el entorno no la advierte, la minimiza, y la adjudica a la edad de la persona.
A su vez, los manuales reconocen episodios mayores y menores de depresión, en virtud del período que dura.
La depresión mayor es un trastorno del estado de ánimo, que se presenta cuando los sentimientos de tristeza, pérdida, ira o frustración interfieren con la vida diaria durante un largo tiempo. En tanto, la depresión menor es un trastorno cuyos síntomas son la tristeza, la
irritabilidad y el pesimismo.
–¿Cuáles son los indicadores de que estamos ante una persona que sufre depresión?
–Lo que los distintos tipos de depresión comparten es que la tristeza y el desgano se experimenta la mayor parte del día, prácticamente todos los días. La persona se siente vacía.
–¿Es igual en los más chicos?
–La depresión en los niños y adolescentes se puede manifestar a través de un estado de ánimo irritable, acompañado por la disminución del interés o la falta de ganas de hacer cualquier cosa.
Otros indicadores pueden ser la pérdida de peso sin que estén a dieta, o su opuesto, el aumento de peso; la pérdida o aumento del apetito; tanto la falta de sueño como las ganas permanentes de dormir; la agitación cardíaca y pulmonar; el enlentecimiento psicomotor, o sentirse constantemente cansado.
En cualquier caso, al niño o adolescente lo domina un sentimiento de inutilidad o de culpa excesiva e inapropiada, que puede no tener un correlato real, es decir que la persona lo imagina.
También suelen presentarse pensamientos recurrentes de muerte, no solo temor a morir; se instala una idea suicida persistente, sin plan específico o se intenta un suicidio con cierta programación.
Todos estos elementos están desarrollados en el DSM-IV, el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales.
Enfoques
–¿Comparte esta perspectiva?
–Como provengo del Psicoanálisis tengo una mirada más psicodinámica que sintomática respecto de las complejidades implicadas en los procesos de depresión, a diferencia del duelo.
Los indicadores de que estamos frente a una depresión y no ante una situación de tristeza es que el dolor es mucho más profundo, más intenso. Aparecen situaciones de desvitalización, es decir que deja de tener sentido tramitar una serie de asuntos inherentes a la vida, como el cuidado físico, el descanso, la alimentación, la higiene, y el vincularse con las personas del entorno.
En la tristeza propia del duelo hay un período impreciso en el que las personas suelen elaborar la pérdida a través de los recuerdos, de experimentar momentos de angustia, de tristeza, de dolor y de nostalgia por lo ausente, por lo perdido. Así, durante un tiempo la persona irá conectando con esa pérdida hasta finalmente quedar liberada de esa situación. Al asimilarla, procesarla, supera el duelo y recupera las ganas de vivir, y de habitar el mundo desde el deseo.
En la depresión, en cambio, hay una dificultad para hacer el duelo. La persona con depresión queda detenida en ese proceso, queda congelada en la situación de la pérdida, fijada a la pérdida y no encuentra la forma de tramitarla.
Hay que tener en cuenta que, así como el humano es un ser complejo, también sus padecimientos deben ser analizarlos desde el paradigma de la complejidad. Me refiero a que hay distintos factores y dimensiones que intervienen en la depresión (del orden biológico, psicológico, cultural, y social), que finalmente se entrelazan para producir un estado depresivo en un sujeto determinado.
–¿Hay disparadores de la depresión?
–Hay factores que habitualmente tienen mucha incidencia. Uno de ellos son las situaciones de pérdida, de duelos que no se han podido elaborar. Los otros factores son las situaciones traumáticas.
Muchas veces, un evento se presenta como un shock que termina afectando el aparato psíquico de la persona. Pensemos en las situaciones de abuso, de violencia, y de maltrato crónico; en las guerras; en la pérdida de empleo, o en la ruptura de vínculos con personas significativas. Si no se logra elaborar estas situaciones, puede sobrevenir la depresión. En esos casos se experimenta una enorme pérdida narcisista o del amor propio. Puede darse una desvalorización y una autocrítica muy severa, lo que marca una diferencia entre la depresión y las afecciones normales como la tristeza o el duelo.
Preconceptos
–¿La depresión es un tema tabú?
–Sí, lo es. Por eso hay una enorme dificultad para hablar de ella. Lo más frecuente es que se la asuma como una situación de inadecuación a las exigencias de la vida. En paralelo hay una presión social para que las personas alcancen determinadas metas (personales, familiares, sociales, laborales) que no deja lugar a que alguien, ni siquiera de manera temporal, se crea con derecho a sentir desgano o tristeza. Naturalmente, tampoco hay espacio para
la depresión; entonces se la niega o minimiza.
–¿Cómo suele reaccionar el entorno de una persona con depresión?
–Vincularse con una persona con depresión es complejo. Desde afuera pareciera que no hay razones para que alguien esté padeciendo así. Hay que entender que una persona con depresión requiere de muchísimo cuidado, de afecto y contención. Es importante tener en cuenta que la depresión es una condición absolutamente tratable. Los que trabajamos en prevención del suicidio subrayamos este aspecto. De hecho, hay éxitos terapéuticos basados
en tratamientos psicológicos y psiquiátricos.
La reacción de los entornos muchas veces es de desgaste. Por eso, parte del tratamiento se enfoca en contener y acompañar a la familia, a los amigos, a las personas con las que estudia o trabaja. Pero sobre todo a los familiares, que son los que se hacen cargo de acompañar el tratamiento y la recuperación.
El vértigo cotidiano
–¿Es exagerado pensar que la depresión es una epidemia?
–Es un problema de la vida actual. Tiene que ver con las formas que asume el lazo social que responde a un contexto de producción histórico, social y cultural. En este caso, vivimos en un entorno dominado por el neoliberalismo, doctrinariamente a favor del individualismo, del egoísmo, de ciertas dificultades en el vínculo con los otros, en las relaciones afectivas; con un sentido de la competencia exacerbado, de mucha rivalidad, de desconfianza, donde la
aspiración personal al éxito no le da lugar a lo colectivo. Es claro que algunos contextos, como los actuales, propician la depresión y, por eso, está tan ligada la depresión al suicidio.
La depresión puede atravesar a cualquier etapa de la vida. Lo que comparte la depresión y el suicidio es que afecta más intensamente a los mismos rangos etarios, los jóvenes y los adultos mayores. La incertidumbre, el hecho de no tener un sostén, las situaciones traumáticas, o el hecho natural de que en determinado momento de la vida son más las personas ausentes que las presentes, hacen que estos sectores se vean seriamente afectados.
–Entonces, ¿la depresión es un mal de época?
–Se incrementa en momentos de crisis social, económica, laboral, y cultural. Eso obviamente afecta la producción y el desarrollo de depresiones. Lo que dice el médico psicoanalista Luis Hornstein en un libro muy interesante que se llama Las depresiones, humores y efectos del vivir, es que “en nuestro país la predominancia de la depresión está vinculada a lo histórico-social; hemos padecido duelos masivos y traumas devastadores que hacen tambalear
vínculos, identidades, proyectos personales y colectivos. Se han borrado los lazos sociales y se ha borrado la dimensión de la vida pública”.
Es cierto, hay una presencia de la depresión como padecimiento anímico mucho más fuerte y en mucha más proporción en los momentos de crisis histórico-social, económica, cultural y humana. En esas circunstancias estamos sometidos a situaciones dramáticas, a pérdidas, a duelos difíciles de realizar, a proyectos individuales y colectivos que se frustran, como dice Hornstein, y a situaciones traumáticas que muchas veces son devastadoras y que generan cuadros depresivos.
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