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lunes, marzo 20, 2023
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    Un barrio céntrico, tranquilo, de vecinos cordiales y atentos

    Un relato del prestigioso arqueólogo Antonio Serrano rescata aspectos identitarios de lo que era pertenecer a un barrio de imprecisos límites, que actualmente contiene al centro cívico. Al proyectar su caracterización sobre el presente nos permite valorar los entornos vecinales en los que vivimos día a día.

    Griselda De Paoli

    Especial para EL DIARIO

     

    El barrio, compartido y cotidiano, es dónde nos sentirnos identificados con el otro, donde necesariamente se cruza lo público y lo privado. Es el ámbito de convivencia vecinal, donde crecemos, construimos relaciones afectivas, jugamos, vamos a la escuela, discutimos, trabajamos. Por repetido no es menos cierto: en esta dinámica, se generan en nosotros formas particulares de habitarlo, de pertenecer, de identificarnos, de recordar. 

    La especialista en Historia Oral y en rescate de la historia barrial, Liliana Barela, sostiene que “el barrio se ha relacionado y se relaciona con el espacio público (la calle, la plaza, la esquina, el almacén), con el espacio privado (la casa), con la institución (el club, el templo, la escuela): no queda al margen de nada de lo urbano”. La investigadora también considera que, si bien hay una matriz común en ellos, cada uno es distinto y posee sus propias particularidades que lo identifican y se conjugan en la articulación entre territorio y sentimiento.

    Con frecuencia, el vecino, hace suya la historia de la ciudad y desde allí reconstruye su barrio en una historia propia, para la que apela a su memoria y a su experiencia de vida, desde donde ve aquella realidad, a la que incorpora a otros actores señalando sus perfiles de entonces y proyectándolos en el tiempo y el modo de vinculación con ellos, en el contexto del barrio y a posteriori. El relato sensible y ordenado, valioso desde la información y desde el sentir, nos ubica en el espacio de su barrio, describiéndolo minuciosamente, deteniéndose en las personas que lo habitaban, marcando sus vínculos y significando especialmente lugares-hitos de su pertenecer a él.

    Mi barrio

    En Paraná de mis recuerdos, Antonio Serrano, nos comparte sus emociones y nos describe el lugar desde donde miraba el mundo. Serrano fue un reconocido arqueólogo, que nació en Paraná, el 7 de marzo de 1899 y murió en Córdoba, el 12 de diciembre de 1982. Luego de una rica trayectoria como investigador, logró ser miembro de la Academia de Historia. No en vano, lleva su nombre el Museo de Ciencias Naturales y Antropológicas.

    “Yo no sabría decir qué es lo que abarcaba mi barrio. Creo correcto limitarlo hacia el este por la calle Buenos Aires y hacia el sur por la calle España. Pasando la calle Tucumán desde Santiago del Estero empezaba el llamado barrio de la puñalada, oscuro y temerario por las noches y según se decía quien entraba a él no salía ileso. Lo cierto es que la luz eléctrica y poco tiempo antes la de gas no se extendía más allá de la calle Tucumán. 

    “Hacia el oeste la iluminación pública era de kerosén y todos los atardeceres pasaban por casa los faroleros con su escalera a cuestas y un candil, a encender las lámparas de aquellas oscuras calles. Mi barrio formaba parte de la jurisdicción policial llamada ‘la cuarta de fierro’ debido a la severidad del comisario, el señor Acosta, amigo de mi padre.

    “Era un barrio tranquilo, de vecinos amables, cordiales y respetuosos los unos con los otros que no dejaban sentir diferencias sociales, que las hubo, como hubo también diferencias económicas, más perceptibles. Muchas familias estaban establecidas en él desde la Confederación. Conocí ranchos de adobe, algunos amplios y cómodos como una casa, que fueron residencias de estas viejas familias.

    Cercanías

    “En la esquina de Urquiza y Córdoba vivía D. Casiano Calderón y su familia. Su escribanía era por herencia, la más antigua de Paraná y si mal no recuerdo su registro llevaba el número uno. La casa era muy amplia, de grandes patios y numerosas ventanas. No era de arquitectura uniforme y seguramente fue ampliada a medida que la familia crecía, como era práctica entonces.

    “Yo iba a menudo a jugar y charlar con Osvaldo Calderón, quien fue después diputado nacional y profesor del Colegio Nacional y siempre dilecto amigo. Había dos hermanos mayores que poco caso nos hacían entonces. Uno, el que fue más tarde juez del Crimen y el otro, el luego general y gobernador de Entre Ríos.

    “En el patio de la casa había una gran araucaria que según la tradición había sido plantada por el sabio francés Augusto Bravard que vino a Paraná traído por Urquiza durante su gobierno y desempeñó las funciones de director del Museo Nacional.

    “A pocos metros de nuestra casa vivía una señora a la que familiarmente llamábamos Doña Carmen. Creo que su apellido era Donadío. Todos los años, para Navidad, Doña Carmen armaba un hermoso y nutrido pesebre que hizo famosa su casa, más allá del barrio. Entonces muchas familias poseían sus pesebres, formados a través de años, y los armaban para la Nochebuena como expresión de su cristiandad.

    “La modesta casa de Doña Carmen cuyo pesebre visité durante tantos años de mi niñez fue dejada por sus inquilinos y el famoso pesebre desapareció de la vida navideña de Paraná. La casa fue refaccionada y entró a habitarla Dn. Antonio Sagarna, más tarde Ministro de Instrucción Pública de la Nación y Embajador en Perú, viejo maestro y dilecto amigo. Con los años, la casa fue ocupada por la familia de mi novia y en ella, en el mismo cuarto donde Doña Carmen armaba su pesebre, en una calurosa tarde de abril de 1825, Monseñor Julián Martínez obispo de Yporá, bendijo nuestra boda.

    “Las casas tenían amplios patios, sin galerías, pero cuidadosamente sombreados con grandes parrales, dispuestos en altos y sólidos armazones de hierro. Sus dueños vendían la uva por arrobas y había abundancia de ella en los meses de verano.

    “Muchas casas ocupaban cuartos de manzanas y en sus terrenos baldíos tenían quintas de naranjos y de otros frutales, entre ellos la infaltable higuera y uno que otro árbol del pequeño y dulce albarillo que tanto apetecía la gente de mi tiempo.”

     

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