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lunes, marzo 20, 2023
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    Postales de un puerto cuya luz languidece

    En tanto polo generador de un desarrollo productivo múltiple, el Puerto Nuevo es una entidad social que se apaga. Subsisten, en los recuerdos y testimonios, acuarelas de épocas gloriosas. Un análisis profundo del curso que ha tomado la ciudad no puede desconocer estos aspectos, que la memoria recrea.

     

    Griselda De Paoli / Especial para EL DIARIO

     

    En el mundo, las ciudades-puerto se han convertido en protagonistas con dinámicas estratégicas y económicas de gran potencial, más allá de ser espacios culturales y sociales que han encontrado formas eficientes de cooperación entre puerto y ciudad, a pesar de la complejidad que conlleva esta relación, que requiere la consideración del río como eje de un desarrollo sostenible articulado con el entorno y con la identidad.

    En el caso del Paraná, distintas cuestiones han herido de muerte a la navegación comercial. Así, nuestro puerto se ha ido desdibujando, se van quitando sus elementos identitarios, hasta la dársena está desapareciendo. Con esos gestos, que se repiten y sostienen con el paso de los años, Paraná está dejando a la deriva una parte de su historia y de su identidad portuaria que dio origen al poblado, a la villa y luego a la ciudad que fue buscando para él, el mejor lugar, bien junto a ella.

    El Puerto Nuevo, cuya inauguración fue una fiesta ciudadana, fue una estructura activa, importante para la navegación de nuestro río, aún por embarcaciones marítimas. Fue vital para la transformación, para la etapa de modernización de nuestra ciudad. Fue además foco de una actividad convocante desde lo comercial y también desde lo social.

    Pero la actividad portuaria en sí, fue apagándose a medida que, en lugar de sumarse, el asfalto y los camiones fueron “reemplazando” al río. El avance que implicó el Túnel en relación con las comunicaciones también debió articularse con la ventaja de tener semejante puerto. Por el contrario, las lanchas y balsas desaparecieron de nuestro puerto para mover turismo en otros lugares del país.

    El Puerto nos sigue convocando con otras buenas propuestas, ferias, actividades culturales en los remozados galpones, pero de barcos en muelles posiblemente no se tendrá oportunidad de hablar nunca más.

    Relatos

    De aquella dinámica no quedan otros rastros más que los que perduran en la memoria de los vecinos, Carlos, en una entrevista realizada en 2013, nos relata su historia de vida en la zona del Puerto Nuevo. Vive hace 42 años en el mismo lugar. Su casa está atrás, su despensa da al frente, sobre calle Laurencena, muy cerca del Puerto de Paraná, o de lo que queda de él. Su local está casi en penumbras, preservándose del calor de la calle y mientras lo entrevistamos en una galería, sobre uno de los lados de la casa, la responsabilidad del comercio quedó a cargo de su esposa.

    Lo cierto es que es dueño de la despensa desde hace una vida. Aunque el local tiene más antigüedad aún, podemos decir que es un negocio histórico del Puerto Nuevo de Paraná, que él visitaba como cliente, porque creció en este barrio.

    “He estado toda la vida aquí en el puerto. Una vez una hermana de mi mamá se había ido a vivir arriba de la barranca, en Mitre y Córdoba, a una casa amplia y la invitó a ir a vivir allí. Yo nací en ese lugar. A mi papá no le gustaba porque tenía que bajar desde allá para venir al puerto a trabajar. Estuvimos un tiempo ahí y después volvimos al puerto, a calle Liniers, frente a los galpones que están al fondo de la dársena.

    “Soy hijo de un estibador, así pude convivir y ver todo lo que era acá el Puerto. Esto era bastante despoblado. Sobre calle Liniers había -y están todavía- un bar-comedor, la pensión de Petrucci, otro bar y la pensión de Caminos, y Salvia que tenía pensionistas, bar y cancha de bochas.

    “Viniendo más para el sur ahí era todo baldío y sobre la derecha había una quinta grande que quedaba detrás de los dos galpones de una agencia marítima, había tres o cuatro en la zona.

    “Yo andaba navegando y mi cuñado me ofrece quedarme en sociedad en el bar. Antes de que yo lo comprara, el negocio fue patio de tango que incluso tenía una especie de escenario donde cantaban Bordato, Cancillieri, Carlos Budini; fue bar con música en vivo, billar y reducto para jugar a los naipes.  Venían jugadores de fútbol, de billar. Los estibadores iban al almacén de Abichaín y enfrente de este había otro bar, de Varela, que después se llamó La Quierencia. A la vuelta estaba el Sindicato de Obreros Portuarios.

    “Aquí llegaban los barcos de la carrera, con unas palas inmensas, el Berna y el Bruselas y también otros a motor como el Ciudad de Asunción y el Ciudad de Corrientes.

     

    Redistributivo

    “Cuando llegaban los barcos la gente se volcaba al Puerto, aparecían los vendedores de alfajores, los revisteros y todos los que podían vender algo se venían cuando bajaba la gente que estaba de paso. En la plazoleta de enfrente al muelle, paraban los taxis y los mateos para llevar a los que venían. Todas las agencias marítimas tenían galpones que hacían de depósito de la mercadería y tenían vías con zorras que movían toda la mercadería embarcando o desembarcando.

    “Sobre calle Laurencena y Güemes hacían cola los camiones, cola que duraba dos o tres días, pero los lácteos y las verduras tenían prioridad. Mas allá de ese trajín de lanchas y camiones, de vendedores y visitas, la gente de la zona era pobre y se la rebuscaba con los oficios que se podían necesitar, el trabajo en el Ministerio o haciendo algunas changas.

    “Con el Túnel cambió todo, se agrandó Laurencena y se hizo de doble circulación, creció el comercio y se amplió Avenida Ramírez que también se hizo doble mano por la cantidad de vehículos que circulaban. Sacaron las lanchas, sacaron las balsas, y el puerto se fue muriendo porque la navegación se fue muriendo.

    “Cuando dejé la escuela primaria entré en el Ministerio como aprendiz, terminé la escuela allí y me quedé dos años más o menos, estuve en las dragas, en balizamiento. El último año que tenía que hacer en la escuela, hubo una serie de cambios políticos y nos largaron a todos sin pagarnos nada. Ahí me fui a navegar y conocí todos los puertos del Paraná.

    “Si bien el almacén ha tenido modificaciones, lo he ido modernizando pero los cambios no son tantos como para borrar algunas cosas, aquí todavía hoy funciona ‘la libreta’ para la gente del barrio. Este negocio llegó a tener hasta 120 libretas y yo en la actualidad (2013) tendré unas 30. Algunos clientes las tienen ellos y otros la dejan acá y uno va anotando lo que van llevando todos los días y a fin de mes le piden que le dé la cuenta, uno hace la suma en la libreta y listo. Casi no he tenido problemas”.

    “Cuando llegaban los barcos la gente se volcaba al Puerto, aparecían los vendedores de alfajores, los revisteros y todos los que podían vender algo”.

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