Hay personas que entienden el trabajo como una forma de vida. Es el caso de Marita Gianotti, una profesora jubilada que con los años aprendió el valor de ser leal a su vocación. Con esa convicción compartió generosamente con sus alumnos lo que aprendió de sus maestros.
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Hay algo que caracteriza a las profesoras de Lengua y Literatura y es que son, en su mayoría, mujeres que aman la profesión. Será porque la carrera demanda la lectura de muchos libros; que la gramática y el latín espantan; o lo intenso que se puede tornar finalizarla. Es decir, no basta con que te guste, sino que te tiene que apasionar enseñar.
Debido a su aspecto físico, haciendo hincapié en el maquillaje, la ropa y el peinado; así como los exorbitantes gestos que elige al momento de expresarse, María del Carmen Gianotti de Pillón parece un personaje extraído de uno de los tantos libros que leyó en sus 57 años de vida.
Vive en Paraná, tiene cuatro hijos y tres nietas, y desde que se jubiló en 2020 dedica su tiempo a la familia, las plantas, y la catequesis. En algunas ocasiones, da clases particulares de su materia, y además estudia italiano.
Ser docente es el oficio que la eligió a ella cuando era una niña que jugaba a dar clases con el pizarrón que le había hecho su papá. “Marita”, como le dicen, relata con nostalgia. “Cuando él era chico, iba a la escuela Alberdi, pero tuvo que dejar para vender leche. Cuando sus compañeritos salían de clases, él se ponía el guardapolvo y volvía caminando con ellos porque tenía el deseo de volver a la escuela. Incluso, a los 40 años conservaba sus cuadernos de primer grado por el respeto que le tenía a la educación”, le dijo a BIEN!
Marita recordó que el 22 de abril de 1994 fue la fecha en la que dio su primera clase en la escuela Alberdi. También se desempeñó en la José Hernández, en Colonia Avellaneda; en la Jorge Luis Borges; en la Santa María del Rosario; en la Santa Lucía; en las Mercedarias; en la ENET N°1, y en el Seminario de la ciudad de Paraná. Además, trabajó en colegios de Tabossi y de Villa Urquiza.
Marita se destacó por las obras de teatro que preparaba para representar en estos centros educativos. “Daba romances españoles tradicionales, mitos griegos e historias argentinas. Pusimos en escena La Gringa, M’hijo el dotor, Jettatore, y La Nona. En otros casos, con los chicos nos sentábamos en semicírculo e inventábamos obras, escribía lo que me decían porque ellos son ingeniosos y yo le agregaba una cuota de humor”, recordó con una marcada sonrisa en su rostro.
Faros vitales
Marita estudió en el Instituto Nacional del Profesorado Secundario, que funcionó en la Escuela Normal de Paraná. Cuando ingresó, ya recuperada la democracia, eran muchos los aspirantes al ingreso de la carrera que hoy se conoce como Lengua y Literatura. Del total, solo entraron 25. Miguel Ángel Andreetto fue su profesor de Latín y representaba para ella la figura de la autoridad personificada. “Era serio, alto, y su voz era grave. Le teníamos un extremado respeto; recuerdo que hacía un ruido particular con sus zapatos sobre el piso de madera”, relató, representando con sus manos la forma en la que los pasos de Andreetto se sucedían.
Las estrategias al momento de transmitir conocimientos son un aspecto clave a tener en cuenta, sobre todo en la docencia. Marita guarda un especial recuerdo de una profesora, Graciela Lavigna, a quien describe como simpática, estudiosa, suave y dulce. “Tenía una forma de contar, con un atractivo que te dejaba maravillada”, rememoró y añadió que “cuando yo enseñé Mitología me encontré aplicando recursos que había aprendido de Graciela”.
Vocación
“De joven creía que debía enseñar Lengua y Literatura. Cuando vas madurando te das cuenta que enseñar es algo más, es darle la oportunidad a otro de que conozca algo que no sabe; y eso tiene que ver con los valores, con la forma de enfrentar un problema, y con la actitud con la que se enfrenta la vida. Nunca sentí que me quería ir, por eso lloré tanto cuando me jubilé en plena pandemia. Un día, a las tres de la tarde lavaba los platos en mi casa y pensaba dónde estaría si hubiese seguido trabajando en la escuela”, agregó emocionada.
En otro tramo de la entrevista, Marita reflexionó sobre las nuevas generaciones y la importancia de entenderlas, labor que exige que los docentes se adapten a las características e intereses de cada alumno. Asimismo, afirmó que hay jóvenes escritores talentosos en la región e insistió en la importancia de estimular a los más chicos con la lectura.
Ante una consulta periodística, se autodefinió como una apasionada del saber, histriónica y auténtica. “Hay algo en el conocimiento que te da alegría, tiene que ver con escuchar que otro encuentra las palabras para decir eso que vos pensaste o intuiste y que no supiste expresar”, confió, antes de afirmar que enseñar es un don y sería egoísta guardarse esas herramientas.
Del relato de la entrevistada se desprende que el oficio del docente consiste en tener vocación y que se debe amar enseñar. “Siempre digo que tenés que pensar que el resto de tu vida te vas a dedicar a lo que elijas. El mundo necesita de todos: peluqueros, camioneros, docentes, escritores. A la diferencia la hace el que tiene vocación”, concluyó.
“Vengo de una generación que confía en el adulto, en el que te enseña”