El verano se ha instalado. La estación más cálida del año impone sus ritmos y rituales. En enero el tiempo se hace laxo y el ritmo de la vida diaria se detiene en la morosidad de los encuentros fuera de agenda. Para los habitantes de la ciudad y para los turistas que llegan hasta ella, disfrutar de las playas es una posibilidad. Disfrutar el sol sobre el cuerpo mientras sus rayos se rompen en millones de astillas luminosas sobre el Paraná, armar una ronda de mate, caminar con los pies desnudos sobre la arena son tópicos que definen las mañanas y las tardes disfrutando la naturaleza. En ese menú de acciones posibles, una de ellas tiene carácter singular e incomparable: sumergirse para refrescarse en el río y dejarse llevar por sus aguas, sintiéndolas fluir sobre la piel. Una experiencia que no se olvida.
