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Bohumil Hrabal, un escritor agudo, surrealista y humano

Hrabal murió hace un cuarto de siglo, pero dejó una obra audaz, disparatada y humana.

Considerado la perla más valiosa de la literatura checa Bohumil Hrabal es uno de los autores imprescindibles. La aparición de su primer libro en 1963 significó una verdadera revolución literaria que, a pesar de las prohibiciones que sufrió a la hora de publicar, se mantiene intacta al día de hoy.

Gustavo Labriola

Especial para EL DIARIO

El siglo XX ha sido un escenario en el cual, numerosos intelectuales utilizaron el absurdo para dirimir la angustia existencial en sociedades que se desmembraban producto de guerras y transformaciones que eludían la condición humana.

Bohumil Hrabal, nació el 28 de marzo de 1914 en Brno, la segunda ciudad en cantidad de habitantes de la República Checa; es la capital judicial del país. En esa misma ciudad, 15 años después, nacería Milan Kundera, quien catalogó a Hrabal como el mejor escritor checo contemporáneo.

Cuando Hrabal nació, Brno pertenecía al imperio austrohúngaro. Luego, fue sucesivamente, una ciudad de Checoeslovaquia, aunque la mayoría de sus habitantes eran alemanes; sufrió la dominación nazi en la Segunda Guerra Mundial, con la conformación del Protectorado de Bohemia y Moravia; y a partir de 1993, pertenece a la República Checa.

Hrabal publicó su primera novela “Alondras en el alambre” cuando se acercaba a sus cincuenta años de edad, en 1963, y a partir de ese momento sus libros concitaron interés tanto dentro de su país como en el exterior y por su temática y tratamiento fue marginado de la Asociación de Escritores Checos. Sus libros no eran comercializados en su nación, sobre todo a partir de la incursión soviética en 1968.

Sin embargo, su prestigio se vio incrementado por la traslación al cine de Trenes rigurosamente vigilados, filme de 1966, dirigido por Jiri Menzel, que obtuvo el Óscar a la Mejor Película en idioma extranjero. La historia que narra está basada en hechos reales acaecidos en la Segunda Guerra Mundial, cuando guerrilleros de la resistencia atacaron un tren alemán de armas y municiones en la estación del pequeño poblado de Stratov, ubicado cerca de la ciudad de Nymburk, donde Hrabal vivió en su juventud.

La experiencia de Hrabal como ferroviario le permitió conocer la mecánica del trabajo del guardabarrera que es fundamental para concretar la acción central de la novela. Escrito con un estilo dinámico y asequible, el autor alude a la angustia de la situación de sometimiento que se padecía entonces y añade la iniciación amorosa del joven ayudante con alguna dosis de surrealismo.

Estilos

En sus libros, Hrabal, definido por sus críticos como “un Kafka que ríe”, utiliza, frecuentemente, la primera persona, tal como ocurre en Yo serví al rey de Inglaterra, libro de 1971, que Jiri Menzel filmó en 2006. En él el personaje principal, un camarero checo, en Praga, en 1930, procura relacionarse con la clase alta en busca de un ascenso social y fortuna. Sin embargo, en una sucesión de desaciertos se casa con una alemana que admira a Hitler cuando las tropas nazis invaden Praga y se convierte en millonario al tiempo que en Checoeslovaquia los tanques soviéticos imponen el comunismo. Con una dosis de humor sarcástico y minucioso sentido de la observación, Hrabal recorre los hechos históricos que marcaron su país en el siglo XX y termina hablando, al decir de su biógrafa Monika Zgustova, de “personajes inauditos, estrafalarios, originales, esos quijotes de la cotidianidad”.

La ácida visión que Hrabal transmite en sus relatos no exentos de ironía, surrealismo y agudeza está sostenido por la apreciación costumbrista de una bohemia integrada por vagabundos, marginales, artistas y beodos con los que compartió andanzas y vivencias.

Alessia Tagliaventi ha dicho respecto a Hrabal que “había aprendido la literatura por los libros, entre las mesas de las tabernas de Praga y entre las herramientas de innumerables oficios”. Fue, sucesivamente, notario, agente de seguros, viajante de comercio, empleado ferroviario, obrero siderúrgico y finalmente, antes de dedicarse solo a la escritura, embalador de papel.

Justamente ese último empleo fue un punto de partida para Una soledad demasiado ruidosa, novela publicada en 1977. En la historia, Hanta, el personaje principal, trabaja desde hace treinta y cinco años en una trituradora de papel con la que se destruyen libros y reproducciones de cuadros. Con una humanidad que desborda, Hanta, con actitud amorosa, se dedica a rescatar valiosos libros y reproducciones porque considera que el saber, el arte y la cultura se deben mantener. Por ello, las conserva en su casa en la cual va acumulando toneladas de papel bajo las que, piensa, puede sucumbir alguna noche.

En esa novela, Hrabal explicita la zozobra de un hombre dedicado enteramente a su trabajo, mientras reflexiona sobre las enseñanzas de grandes intelectuales de la historia, como Lao Tse, Nietzsche, Hegel y Kant. Eso le hace decir a su biógrafa que “en sus libros había tanta literatura como filosofía”. Además, con su particular visión paródica, conjuga una tierna mirada contemplativa con la brutalidad que implica una máquina trituradora que no solo destruye papel sino también roedores y otras alimañas que conviven con los papeles.

En 1996, Philippe Noiret, el extraordinario actor francés, fue Hanta en la versión cinematográfica que pretendía dirigir Jiri Menzel y finalmente la llevó a cargo Vera Caïs, una checa exiliada en Francia, en la única película que dirigió. El filme contó con un guion del propio autor y la directora, en el cual Jiri Menzel ocupó el papel de un profesor.

Tagliaventi afirma que “las historias y novelas de este escritor son también autobiográficas, un bagaje rico en experiencias vividas. Sus personajes son humildes trabajadores, anárquicos, antihéroes, poetas, inadaptados y excéntricos. Personajes que con su imaginación dan color al gris de la vida cotidiana”.

El final de los días de Hrabal se asemeja al final de Hanta. La decisión del suicidio rondó siempre en su vida. El 3 de febrero de 1997, cayó de una ventana del quinto piso de un hospital de Praga, donde estaba internado para un tratamiento ortopédico, dejando dudas sobre el motivo de la caída. Quedó su obra, audaz, incisiva, ligeramente disparatada y fuertemente humana, a la que es necesario retornar frecuentemente.

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