viernes , 3 mayo 2024
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Pensar la democracia ahora más que nunca

La reflexión sobre la democracia está justificada, a cuarenta años de haber sido recuperada.
A lo largo de 40 capítulos, Eduardo Rinesi asume en “Democracia. Las ideas de una época”, debates sobre términos que signaron la vida política argentina desde el final de la dictadura hasta el presente. En la entrevista que sigue, el autor comparte el proceso de producción.

El politólogo, docente y escritor Eduardo Rinesi analiza en el libro “Democracia. Las ideas de una época”, cómo se fue configurando este sistema político, cuáles son sus momentos bisagra y qué nos impulsa a pensarlo para que su alcance sea hacia un gobierno del pueblo y no de las élites, en el que podamos recuperar “el valor de las palabras y hacer de ellas el horizonte de nuestras luchas”.

Profesor en la Universidad Nacional de General Sarmiento y en la Universidad de Buenos Aires, pero también en el Colegio Nacional Buenos Aires, el autor despliega en este libro, que se puede conseguir en https://icn.gob.ar/publicaciones/democracia de manera gratuita, debates, análisis y preguntas acerca de la vida política argentina desde el regreso de la democracia hasta el presente.

En una entrevista, Rinesi (Rosario, 1964) compartió cómo llegó a escribir este libro, editado por la imprenta del Congreso Nacional en una colección sobre los interrogantes, problemas y controversias contemporáneos que hacen a la vida democrática argentina, dirigida por el investigador y docente Américo Cristófalo.


Eduardo Rinesi, autor del libro Democracia. Las ideas de una época.

“Mi formación universitaria coincide con el inicio del proceso de recuperación democrática en nuestro país. Empecé la universidad en el penúltimo año de la dictadura y todas las discusiones en la universidad hasta que me recibí fueron sobre la democracia, las libertades, el Estado, la sociedad civil. Fue un lindo desafío, me propuse no recuperar textos ya escritos. Fue una tentación, pero no. El chiste cantado que hice fue que fueran 40 capítulos”, relató.

La idea de derecho siempre supone una tensión con el modo en que el mundo es y funciona

–Planteás que los tres movimientos clave en estos 40 años de democracia son el de derechos humanos, el de piqueteros y los feminismos, ¿cómo los ves hoy en la escena pública?

–Los feminismos constituyen el movimiento social y político más importante, activo y dinámico del siglo XXI. Tengo la impresión de que sigue estando en el centro de la escena. Obtuvo durante este último gobierno un logro fundamental como la Ley del Aborto Gratuito que se obtiene en conjunto con otras demandas, justificaciones y exigencias en relación con las violencias y, en ese sentido, la consigna del Ni Una Menos sigue con más dramatismo y urgencia que nunca. Eso vuelve al movimiento de mujeres un actor particularmente activo.

El movimiento de derechos humanos nunca dejó de serlo. Hay algo muy extraordinario en la centralidad que tiene en la vida democrática desde hace medio siglo.

El piquetero quizás sea de los tres el más circunstancial, el más circunscrito en el tiempo porque es hijo de un conjunto de transformaciones estructurales de la economía que hacen eclosión a fin del siglo pasado. Me refiero a que durante los últimos seis o siete años del siglo pasado generaron mecanismos de visibilización de la protesta que tienen un cierto repliegue en la relativa industrialización del país y relativa recuperación económica de los años que siguieron hasta 2005. En 2003 eran el actor social y político más importante. Y fue muy interesante el proceso por el cual eso se revirtió.

En 2004, 2005, y 2006 los sindicatos se vuelven a convertir en actores protagónicos de la vida social y política y de las fuerzas reales de la producción. Si fuéramos más para atrás el movimiento obrero tendría que ocupar un lugar destacadísimo en la historia más larga del sistema político democrático en la Argentina, pero del ‘83 para acá, siendo un actor fundamental, ha tenido menos espectacularidad y originalidad en sus reclamos que estos tres.

El desafío es no conformarnos con una forma menor de la democracia

Nociones.

–Hay un recorrido acerca de la palabra democracia, ¿cómo se fue construyendo el alcance que tiene hoy?

–Democracia es una palabra que inventaron los griegos para decir algo sobre lo que los viejos griegos pensaron bastante mal, esos filósofos que pensaban pestes de la democracia, porque era el gobierno de los pobres, los despreparados. Se la aceptaba como parte de una combinación virtuosa siempre que incluyera una cosa más antipopular. Ahora, después de muchísimos siglos de ser mala palabra en el discurso político de Occidente, se convierte en la buena palabra que hoy es. Tiene que ver con cómo se arma el mundo después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la democracia empieza a querer decir lo contrario a lo que quería decir la palabra Hitler, Stalin, Pinochet o Videla. Es decir, cuando empieza a nombrar un sistema de reglas de juego y de elecciones periódicas de los gobernantes que le garantiza a los gobernados un conjunto mínimo de libertades y de derechos. Ahí la democracia se convierte en una buena palabra, la que usamos del ‘83 para acá como sistema de reglas de juego, de elección de gobernantes y de garantía de un conjunto mínimo de libertades y de derechos.

–En la conversación acerca de la vida democrática situás las formas que toma la idea de tener derechos. ¿Qué implica esa forma de enunciación?

–El kirchnerismo ahí fue muy interesante porque nos obligó a pensar la política y la democracia, tuvo una idea sobre la libertad que lo convirtió en el gobierno más liberal que hemos tenido en muchas décadas: ley de servicios de comunicación audiovisual, policía sin armas en la cartuchera, prohibición de mandar en cana a alguien por calumnias e injurias. Esas son las libertades individuales del liberalismo del siglo XIX. Pero además hubo una idea republicana de la libertad como cosa pública, la libertad de un pueblo a través de la libertad democrática de un Estado frente al FMI. Cuando Néstor y Cristina dicen “a partir de hoy somos un poco más libres”, Néstor lo dice después de pagarle al Fondo, Cristina después de poner en órbita el Arsat 1. No dicen ‘cada argentino es más libre de la policía, de la Iglesia o de la opinión pública’, lo que están diciendo es que los argentinos como pueblo somos, gracias a la acción del Estado, más soberanos. Esa idea de libertad como soberanía es importante como legado para el pensamiento del kirchnerismo sobre la democracia. Y el otro es la idea sobre los derechos en general y los humanos en particular que el kirchnerismo complejizó porque agrega a la idea liberal alfonsinista de los derechos humanos negativos, los que le reclamamos al Estado que deje de violar, e incorpora a la lista de derechos humanos los positivos que son los que le reclamamos al Estado que garantice, con políticas públicas y asignación de presupuesto.

En ebullición.

–¿Cómo se está reconfigurando la idea de derechos en esta coyuntura?

–La derecha en Argentina no piensa en términos de derechos, no usa la palabra, no la entiende, no sabe qué quiere decir porque tiene un pensamiento constatativo. Por ejemplo, ante el dato de que hay un 60% de jóvenes pobres dice “es un dato, es el mundo” y la idea de derecho siempre supone una tensión con el modo en que el mundo es y funciona.

–¿Y en términos de desafíos? ¿Hay alguno que identifiques como clave?

–El desafío es no conformarnos con una forma menor de la democracia, no dejar de exigirle a la palabra democracia la realización de todas las promesas que lleva implícitas. La idea de democracia en la Argentina trae distintas maneras de pensar las libertades y los derechos que hoy deberíamos traer al centro del debate. Por ejemplo, no puede ser que vivamos en un país con presos políticos, es un escándalo para la conciencia liberal más elemental del Occidente civilizado. No puede ser que la policía le pegue a la gente, que la gente sea llevada presa preventivamente mientras una causa se sustancie. Esas cosas suponen retrocesos respecto a las formas más básicas de la libertad liberal. La libertad no es sólo libertad de, sino también libertad para.

–Hay dos intelectuales muy citados en el libro: Horacio González y Oscar Landi. El primero contó y cuenta con reconocimiento y prestigio, pero en el caso del segundo podría leerse como una recuperación, una reivindicación.

–Trabajé muchos años con los dos. Con Oscar. 10 años en una materia de la Facultad de Ciencias Sociales. Era un tipo extraordinario, entrañable, muy cariñoso, pero además una gran cabeza de la filosofía, del marxismo, del comunismo y con esas herramientas pensó medio siglo de política argentina. Se le perdonó poco el interés por la comunicación, los medios, la televisión. No era un comunicólogo o teórico de los medios, le interesaba pensar la política y a partir de la Guerra de Malvinas y la campaña de Alfonsín, se da cuenta de que la política pasa en la Argentina, en un sentido muy decisivo, por la retórica, los tiempos, los lenguajes, las estéticas de la televisión y se pone a estudiar eso. Escribió las cosas más interesantes que se hayan escrito sobre política y televisión y los modos en que funcionó eso en los gobiernos de Alfonsín y de Carlos Menem.

–Decís que la Semana Santa del ‘87 fue un momento clave para pensar el proceso democrático y citás el pedido de Alfonsín al pueblo de irse a casa. ¿Por qué?

–Fue un momento fundamental en relación con una tensión constitutiva de la democracia desde el ‘83 que estudié con Pepe Nun, quien le daba mucha importancia a pensar la tensión al interior de los sistemas democráticos entre dos formas de organización de lazos entre dirigentes y dirigidos. Una, propia de la democracia liberal o representativa que dice que los ciudadanos no deliberan ni gobiernan sino a través de sus representantes, con los que establecen un lazo vertical; y otra, que llamaba democracia participativa, en la que los ciudadanos establecen lazos horizontales, de intervención en los debates, discusión y definición conjunta dentro de las vías de acción. Esa tensión entre las dos democracias está presente desde el comienzo de la transición democrática en la Argentina.

La Semana Santa es ejemplar porque, después de invitarnos desde el gobierno y los canales de televisión a ocupar el espacio público, el domingo a la tarde el tipo sale por el balcón y dice “esto lo voy a arreglar, banquen acá que esto lo arreglo yo”. Esa desmovilización con ese “la casa está en orden” es la celebración del orden conquistado que ya no reclamaba la participación del pueblo para sostenerlo, marca un punto de inflexión porque lo que está diciendo es que las cosas se negocian entre las élites políticas y militares.

Landi escribió un gran artículo sobre esa Semana Santa y dice que cuando Alfonsín nos manda a nuestras casas nos estaba convirtiendo en espectadores. Después de haber sido durante cuatro días ciudadanos activos en el espacio público de la ciudad, nos mandaba a los sillones a ver nuestros televisores, a ver las noticias desde allí. Ahí se rompe algo.

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