viernes , 3 mayo 2024
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The square: una crítica ácida al arte superficial

La película The square pone en tensión los fundamentos del arte contemporáneo.

La película The square es una excusa propicia para reflexionar sobre los límites de lo artístico, de la cultura y de las relaciones humanas, en un contexto en el que lo absurdo pareciera marcar el ritmo de la época.

Gustavo Labriola

Especial para EL DIARIO

Los artistas plásticos han tenido a lo largo del tiempo una relación, muchas veces, dependiente del poder. Así, entre otros, Lorenzo de Médici, miembro de una acaudalada familia de banqueros en Florencia, mediante su activo mecenazgo, posibilitó el desarrollo artístico de Sandro Botticelli, Leonardo da Vinci, Miguel Ángel Buonarroti y, gracias a ello, el renacimiento italiano fue conocido en toda Europa.

También en los tiempos contemporáneos, importantes estamentos del poder económico se acercan a las artes e invierten en la creación artística con dosis homeopáticas de interés estético y elevada especulación financiera.

Sobre eso trata The square (2017), notable película de Ruben Östlund (Suecia, 1974). En el marco del ambiente de las exposiciones artísticas, el mánager de un museo de arte contemporáneo apuesta a una instalación artística que consiste en un cuadrado (de ahí el nombre original del film) iluminado, colocado en el suelo.

Esta extravagante perfomance es atribuida a la artista y socióloga argentina Lola Arias. En realidad, ella es una dramaturga argentina que había sido convocada para participar de la película, pero no tiene ninguna relación con la instalación a que se alude en el filme. Finalmente, solo quedó su nombre como un personaje y su disgusto, que exteriorizó en declaraciones al momento del estreno.

Por otra parte, la idea del cuadrado era originalmente del propio director y la había llevado a la práctica en el Museo Vandalorum, un espacio de Arte y Diseño, ubicado en Varnamo, Suecia, en 2014.

El argumento transita por situaciones personales del protagonista, como el robo de su celular que le hará incursionar en un seguimiento obsesivo por recuperarlo, avanzando en amenazas a los habitantes de clase media en un edificio, en el cual, según la pesquisa del protagonista, estaría el celular. Esa situación deriva en una interpelación por parte de un niño que se siente afectado por el hecho de que se haya involucrado a su familia en la amenaza.

Por otra parte, la relación fría y narcisista del protagonista con las mujeres, genera escenas memorables por lo insólito, sobre todo en el vínculo con Anne, la periodista estadounidense que se interesa por el prestigio de Christian y termina involucrada en una curiosa alianza.

El interés por difundir la obra a exhibir, apelando a hacerlo en redes sociales con un marketing rayano con lo desagradable, violento y ofensivo, termina perjudicando al protagonista, llevándolo a tener que comunicar su renuncia en una conferencia de prensa en que se cuestiona tanto el mecanismo y la forma de divulgación de la obra como también su incapacidad para administrar el museo en una sociedad que, paradójicamente, exuda intolerancia.

“En The square, Ruben Östlund utiliza con eficacia un humor corrosivo, absurdo y sinuoso que lo aleja de lo políticamente correcto”.

El arte contemporáneo y sus delirios de actualidad y excentricismo extremo fuerzan los límites de la interpretación intelectual. Se consigue entonces, por el contrario de lo esperable, instalar en vastos sectores de la población el concepto de la inutilidad del arte.

No obstante, en la discusión por el valor artístico intrínseco de cada obra de arte, que debería ser lo conducente y lo apreciable, por encima y al margen del interés comercial, esta película se asemeja a Art, la obra de teatro de Yazmina Reza, sobre una tela blanca, que ha tenido múltiples versiones exitosas, incluso en Buenos Aires.

Hay una serie de escenas magistralmente logradas, con conexiones con el surrealismo de Buñuel. Es notable la incursión como la del “mono”, cuando un grupo de burgueses indiferentes en una cena importante, no reaccionan, y lo hacen cobardemente en grupo, recién cuando la situación se torna insoportable, luego de un suspenso prolijo y nerviosamente creciente.

Sucede lo mismo al comienzo de la película cuando en la inauguración de una exposición de un artista, los concurrentes están más interesados por arrasar con el lunch que apreciar las obras. O en la incómoda escena de la conferencia de Julián, interrumpida repetidamente por un individuo con síndrome de Tourette.

En gran parte del relato, se visualiza un explícito planteo de introspección, individualismo y marginación personal del protagonista, más propio de una conducta misántropa que, según algunos críticos, lo asemeja al cine de Lars von Trier o al de Michel Haneke.

En The square, Ruben Östlund utiliza con gran eficacia un humor corrosivo, absurdo y sinuoso que lo aleja claramente de lo políticamente correcto. No es nada sutil en conformar y exteriorizar su opinión sobre un sistema de valores sociales desiguales, de extrema superficialidad y aprovechamiento del arte y clases sociales que transitan y derrochan hipocresía en su comportamiento.

El director logra actuaciones notables. La película, estética y musicalmente está muy lograda, por lo que recibió numerosos premios, entre ellos, la Palma de Oro de Cannes, el Premio del cine Europeo y el David de Donatello en Italia.

Años después, Östlund, volvió a interpelar a la sociedad, con El triángulo de la tristeza (2022), un caótico alegato sobre la diferencia de clases y de género en tiempos modernos. Es, indudablemente, un creador que está en permanente estado de reflexión sobre los orígenes de los males que impactan en Occidente.

https://www.youtube.com/watch?v=GX3oY6FE2yo

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