jueves , 25 abril 2024
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Saura, un estratega contra la oscuridad de la sociedad

Carlos Saura desarrolló una carrera brillante a lo largo de seis décadas.

En permanente diálogo con lenguajes como la fotografía, la literatura y el teatro, en el cine de Carlos Saura se refleja buena parte de los dilemas españoles del Siglo XX. Su obra explora los dramas cotidianos, desde formas sutiles que desbordan el realismo en poderosas alegorías sociopolíticas que trascendieron el costumbrismo social. 

El 10 de febrero de 2023 falleció a los 91 años el cineasta Carlos Saura, que además era fotógrafo y escritor. La muerte ocurrió en la pequeña localidad de Collado Mediano, en la sierra de Guadarrama, al noroeste de la provincia que comprende a la comunidad de Madrid.

Saura fue uno de los grandes directores que, durante la dictadura franquista (1939-1975), mediante metáforas, habló de las heridas lacerantes que la Guerra Civil española infringió en varias generaciones y que, aún hoy, permanecen indelebles e irresolutas.

Por una jugada del azar, estaba previsto que Saura recibiera un premio Goya honorario -el principal galardón del cine español- el 11 de febrero, el día después de su muerte. 

Había nacido en Huesca, en la hoy comunidad autónoma de Aragón, al noreste de España. Compartió el gentilicio aragonés con otro notable del cine español, Luis Buñuel (1900-1983), que era oriundo de Calanda, pequeña ciudad ubicada al sur de Huesca.

La asociación no es fortuita. Es que Buñuel fue quien promovió a Saura. La historia es más o menos así: luego de que Saura concluyera su opera prima Los golfos (1960), que fue víctima de la censura franquista, Buñuel lo acompañó en su siguiente realización, Llanto por un bandido (1964), una biografía del marginal andaluz José María, el Tempranillo. 

La presencia de Buñuel en ese filme no se ciñó a la realización cinematográfica como tal, sino que incluso actuó en las escenas iniciales. Años más tarde, Saura homenajeó a Buñuel, en la película Buñuel y la mesa del Rey Salomón (2001), un filme en el que -con guion de Agustín Sánchez Vidal (España, 1948)-, Saura se acercó a la Residencia de Estudiantes de Madrid en los años ‘20 del siglo pasado, cuando convivieron allí el propio Luis Buñuel, el poeta Federico García Lorca y el artista plástico Salvador Dalí.

Retrospectiva

Carlos Saura, en su trayectoria de más de sesenta y cinco años, se arriesgó con diversas temáticas. Entre otros logros estéticos, en los ‘80 realizó tres películas con el bailarín Antonio Gades (1936-2004). Así, llevó al cine una versión de baile español en Bodas de sangre (1981), de García Lorca; la adaptación cinematográfica de la ópera Carmen (1983), de Georges Bizet (1838-1875); y, en 1986, El amor brujo, inspirado en la obra homónima de Manuel de Falla (1876-1946).

En otro momento, Saura se acercó a diversos géneros musicales con Tango (1998), Sevillanas (1992), Flamenco (1996), Iberia (2005), Fados (2007), Flamenco, Flamenco (2010), Zonda, el folclore argentino (2015) y Jota de Saura (2016). 

El realizador también se involucró con la historia de la conquista en América con El Dorado (1988); a una etapa de la vida del pintor Francisco de Goya en Goya en Burdeos (1999); y la vida de la escritora y feminista mexicana Antonieta Rivas Mercado, en Antonieta (1982). 

También incursionó en el universo de Jorge Luis Borges (1899-1986), a partir de una serie televisiva que denominó Cuentos de Borges (1992), en la que recreó la narración El Sur. Asimismo, llevó al teatro El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez (1927-2014) y La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa (Perú, 1936). 

Saura ha obtenido más de sesenta premios con sus realizaciones. Los principales galardones de los festivales de Berlín (con La caza, Peppermint frappe y De prisa, de prisa), de Cannes (con La prima Angélica, Cría cuervos, y Carmen), de San Sebastián (con Mamá cumple cien años), y de Montreal (con El 7° día). Además, Saura estuvo nominado tres veces al premio Óscar a la mejor película extranjera, con La prima Angélica, Mamá cumple cien años y Carmen.

Más allá de estas distinciones, Carlos Saura va a quedar referenciado como el artista que, en medio de la dictadura franquista, mediante metáforas y subterfugios, se animó a aludir a la crudeza de la Guerra Civil, a sus secuelas y al dolor subyacente en una sociedad fragmentada. Sus filmes, en el período comprendido entre el debut ya mencionado de Los golfos, hasta De prisa, de prisa (1981), han desarrollado alegorías que fueron convenientemente entendidas por el público y que lograron vulnerar la férrea censura que dominaba la península ibérica en esos años. 

En estos días se cumplen cincuenta años del estreno de Ana y los lobos (1973). El filme contó con guion del propio Saura y el notable escritor español Rafael Azcona (1926-2008). 

Si bien no está a la altura de obras como La prima Angélica, Cría cuervos, o Mamá cumple cien años, Ana y los lobos es una velada crítica a la aristocracia española. Es la historia de una joven, interpretada por Geraldine Chaplin -esposa entonces de Saura- que oficiaba de institutriz inglesa de unas niñas que vivían con sus padres y familiares en una mansión ubicada en un paraje aislado.

Ese ámbito, claustrofóbico y angustiante, es un ambiente donde se conjugan oscura y veladamente, con su particular visión de la moral, tres de los elementos más representativos de la aristocracia conservadora de España: un coleccionista de trajes militares, misógino y machista; un religioso huidizo y esquivo, que busca integrar una noción mística con el sexo reprimido; y un padre de familia que escribe cartas con intencionalidad erótica.

Estos tres hombres, son los lobos a los que refiere el título: actúan como manada y coartan a la joven Ana. La madre de los tres varones, muestra con un juego de dolores hipocondríacos y sometimiento solapado en la superficie, una dominación constante y excluyente respecto a todo el clan familiar. Mientras otra mujer de la familia, Luchy, no es más que una sometida y callada víctima que oficia de adorno intrascendente.

Ana y los lobos, es una alegoría de la sociedad conservadora española de ese entonces. Es un reflejo de la reacción del poder contra todo aquello que parece ponerlo en riesgo.

Con inteligencia, estética simbólica y claramente contundente, el cine de Saura fue un valiente testimonio contra lo anacrónico y oscuro de la sociedad española, cuyos esperpentos y dolores la Guerra Civil había acrecentado.

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