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Escritura para mujeres que viven con intensidad

La vida de Marta Lynch no fue tan distinta a la de tantos, que descansan displicentes en el panteón de consagrados. Sin embargo, signo de los tiempos, se le achaca como mujer lo que se suele disculpar en los varones. La reeditada novela La señora Ordóñez proyectó a Lynch más allá de las logias artísticas y de su tiempo. Leerla desde el presente es un juego desafiante.

De los tiempos en que los escritores eran verdaderas celebridades, resalta la obra de tres mujeres que se dedicaron a iluminar zonas de la realidad a las que sólo había llegado el mortecino candelabro de los varones.

Eran épocas de fortaleza económica general y de alta demanda de bienes culturales, en las que además los artistas intervenían con sus opiniones en la política doméstica, a partir de lo cual era común verlos también en publicaciones dedicadas al análisis o reflejo de la actualidad. 

Estas mujeres lograron construir un lugar de respeto, en un mundo que no les era favorable.

Una de ellas fue Silvina Bullrich (1915-1990). La escritora, traductora, periodista y guionista de cine desarrolló una obra cuyo eje fue la vinculación de la clase acomodada a la que pertenecía. Los burgueses es una de sus novelas mejor lograda.

La segunda es Beatriz Guido (1922-1988). La producción de la escritora y guionista cinematográfica se centró en el análisis de la realidad socio-política nacional, desde su pertenencia a una clase pudiente. Uno de los méritos de sus historias es la riqueza de la introspección psicológica de sus personajes oprimidos.

La tercera es Marta Lynch (1925-1985). Su nombre original fue Marta Lía Frigerio, nacida en La Plata. Con los años tomó el apellido de su segundo marido, el abogado Juan Manuel Lynch, integrante de una familia aristocrática y descendiente del escritor Benito Lynch, autor, entre otros libros, de El inglés de los huesos.

Resonancia.

Marta Lynch alcanzó una notable popularidad -mucho más allá de los círculos literarios o intelectuales- con la novela La señora Ordóñez. En pocos meses se vendieron 5 ediciones de 10 mil ejemplares cada una. La identificación fue tan formidable que muchas mujeres paraban a Lynch por la calle para decirle: yo soy la señora Ordóñez; lo que debe haber sido enormemente emocionante para la autora, inscripta entre quienes escribieron para mujeres, un sector que había empezado a mirar al mundo de manera desafiante.

Es cierto que su relación posterior con el tenebroso dictador Emilio Massera, la desplazó de espacios de reconocimiento social. De todos modos, su escritura pervive y en ella navega el deseo de liberación femenina y la postergación de la mujer como sujeto social y político.

Como se dijo, Marta Lynch perteneció a ese selecto grupo de escritoras que fueron muy leídas e instauró personajes peculiares y de notable impacto. Cada una de ellas tuvo una inclinación política que no escondió. Tanto Silvina Bullrich como Beatríz Guido fueron manifiestamente antiperonistas y se expresaron en tal sentido en cada una de las oportunidades que pudieron. Marta Lynch, en cambio, participó activamente de la política nacional, pero ha actuado como tránsfuga, en el más académico de los sentidos.

Así, con su primera novela, La alfombra roja (1962), participó de un concurso instituido por la Compañía General Fabril Editora. Allí habló de la política vernácula contemporánea con un líder inteligente e inescrupuloso y su relación con una mujer fuerte. También aludió a los entresijos del poder, los temores y las frustraciones de los dirigentes. Desnudó a algunos seguidores del líder como “ganapanes” que esperan ascender de nivel social sin importarles verdaderamente la política ni la concreción de las ideas fundacionales.

La vinculación de Lynch con la política había comenzado con su afiliación al radicalismo en 1955. Luego sobrevino su opción por la UCRI, de la que participaban también intelectuales como Ismael Viñas (1925-2014) y Félix Luna (1925-2009). 

Lynch había sido secretaria de Arturo Frondizi, durante dos años, con quien se la vinculó afectivamente, pese a que ella siempre lo negó. Fue el primero de los amores que se le endilgaron, junto a Rogelio Frigerio, Emilio Massera, Abelardo Oquendo, Roger Pla y Mario Vargas Llosa.

Una gema.

La novela La señora Ordoñez (1968), le significó a Lynch un gran reconocimiento. En esa historia, Lynch exteriorizó uno de sus cambios ideológicos: comenzaba su acercamiento al peronismo. En esa obra, el 17 de octubre de 1945 no pasa desapercibido en la historia de una mujer que, como dice la propia autora en un reportaje, “es una trepadora, que logra ascender en la escala social”. 

En la trama, el personaje Blanca Ordoñez, se casa con un peronista; militan en la Alianza Libertadora Nacionalista y él muere en combate. Con los años La señora Ordoñez se convirtió en un teleteatro que reactualizó la convocatoria que el libro había provocado. Podría decirse que, en parte, la señora Ordoñez era la propia Marta Lynch cuando reconocía que detrás del personaje aristocrático que conformaba había una chica de pueblo; “la negrita Frigerio”, como ella misma se denominaba.

Por cierto, Lynch publicó varios libros de cuento interesantes como Los dedos de la mano (1976), Los años de fuego (1980) y No te duermas, no me dejes (1986). 

Pero su otra gran obra, fue La penúltima versión de la colorada Villanueva. Publicada en 1978, se involucra nuevamente con la realidad política en épocas en que, según versiones, mantenía un affaire con el dictador Emilio Massera. Puntualmente, trata sobre la decadencia de una mujer que transita los cuarenta años, vive en un barrio de Olivos, en una familia que va deteriorándose. El marco social es de violencia y deja trascender la negra realidad que asolaba el país, con desaparecidos y cadáveres tirados a los ríos. En la contratapa del libro publicado por Editorial Sudamericana, dice “Marta Lynch nos ofrece la historia de una mujer que se ha dado íntegra y lo ha dado todo, siquiera para comprobar cómo ese todo se desintegra y desvanece en torno a ella: el marido ausente, los hijos enceguecidos por los vaivenes de una realidad caótica y devoradora”.

Sus ambages políticos no fueron óbice para que fuera una de las pocas personalidades literarias que reclamaron por la aparición con vida de Haroldo Conti y que recibiera en su casa de Vicente López al Padre Carlos Mugica.

Por fuera de la producción literaria, la obsesión de Lynch fue el paso del tiempo y la decrepitud que, según ella, traía consigo la vejez. Consideraba a la belleza y a la juventud como condiciones inescindibles de la felicidad. Finalmente, el 8 de octubre de 1985, se suicidó.

Luego de un largo período de silencio editorial, se acaba de reeditar La señora Ordóñez. Es una oportunidad para asomarse a ese clima de época de finales de los ’60, al calor de los movimientos de estudiantes, obreros, la clase media y los sindicatos en la Argentina; y para establecer desde allí un diálogo con el presente.

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